Espacio de opinión de La Palma Ahora
El verano
El verano nos hace amar la vida; todavía más. Entenderla en su desnudez dorada, sin complejidades innecesarias; redescubrirla en su plenitud de sensaciones, de alegrías chiquitas, de colores; en su espléndida finitud. El verano son esos días eternos, con esa luz rojiza extinguiéndose en las tardes. Y ese cielo azul sin una nube que tape el sol. El verano es un mar gigante que te acaricia y envuelve, y nadar, y alejarse, y sentirse libre y sola en el mundo, mientras la bulliciosa orilla enmudece lentamente. El verano es sestear en una hamaca, y ese transcurrir ligero de las horas sin ambiciones, ni rutinas. Es andar descalzo sobre el césped, y tirarse al sol en un patio, observando cómo la luz hace brillar en mil matices las hojas de los árboles. El verano es leer un libro de una sentada y dormir luego la mañana. O salir a bailar y acabar de amanecida, amando al compás de las olas de una playa.
El verano también son recuerdos. Esos veranos de la niñez cuando el tiempo andaba a paso lento, casi quieto. Son esos veranos en La Palma, en Los Sauces, en la casa de esos abuelos que hace ya demasiados años que no están. Y son esos cumpleaños de tarta de chocolate de Mamá Lolita, rodeada por los primos, amigos de andanzas recobrados cada nuevo verano; y todo un asombroso mundo por explorar de tajeas y plataneras, al encuentro de gatos abandonados. Son esos veranos en un Charco Azul que parecía gigantesco cuando no se sabía nadar. Y bajar por la calzada al amanecer, rumbo al Varadero con el Tío Paco, y allí disfrutar un glorioso bocadillo de sardinas con tomate. El verano son también los primeros amores, sin pasado y sin futuro. Y ese deseo salvaje de ser mayor para comerte el mundo, y salir de fiesta, sin cortapisas ni horarios, a bailar, reír, disfrutar con los amigos.
El verano nos reconcilia con el presente, nos desenreda la vida, nos hace valorar los detalles que nos alegran la existencia. Nos acerca a la infancia. El verano es como ese sol amarillo, radiante, que dibujan los niños.
mvacsen@hotmail.com
El verano nos hace amar la vida; todavía más. Entenderla en su desnudez dorada, sin complejidades innecesarias; redescubrirla en su plenitud de sensaciones, de alegrías chiquitas, de colores; en su espléndida finitud. El verano son esos días eternos, con esa luz rojiza extinguiéndose en las tardes. Y ese cielo azul sin una nube que tape el sol. El verano es un mar gigante que te acaricia y envuelve, y nadar, y alejarse, y sentirse libre y sola en el mundo, mientras la bulliciosa orilla enmudece lentamente. El verano es sestear en una hamaca, y ese transcurrir ligero de las horas sin ambiciones, ni rutinas. Es andar descalzo sobre el césped, y tirarse al sol en un patio, observando cómo la luz hace brillar en mil matices las hojas de los árboles. El verano es leer un libro de una sentada y dormir luego la mañana. O salir a bailar y acabar de amanecida, amando al compás de las olas de una playa.
El verano también son recuerdos. Esos veranos de la niñez cuando el tiempo andaba a paso lento, casi quieto. Son esos veranos en La Palma, en Los Sauces, en la casa de esos abuelos que hace ya demasiados años que no están. Y son esos cumpleaños de tarta de chocolate de Mamá Lolita, rodeada por los primos, amigos de andanzas recobrados cada nuevo verano; y todo un asombroso mundo por explorar de tajeas y plataneras, al encuentro de gatos abandonados. Son esos veranos en un Charco Azul que parecía gigantesco cuando no se sabía nadar. Y bajar por la calzada al amanecer, rumbo al Varadero con el Tío Paco, y allí disfrutar un glorioso bocadillo de sardinas con tomate. El verano son también los primeros amores, sin pasado y sin futuro. Y ese deseo salvaje de ser mayor para comerte el mundo, y salir de fiesta, sin cortapisas ni horarios, a bailar, reír, disfrutar con los amigos.