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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Volar más alto, volar más lejos…

“Los pueblos que honran a hijos insignes, perpetúan una parte notable de su historia”. Este viernes es un día excelente para estar orgullosos de lo que fuimos y de lo que somos. El homenaje del Cabildo de La Palma, reconociendo como Hijo Predilecto a Miguel El Palmero, genio y figura del deporte, nos hace grandes al pregonar su grandeza.

Miguel González Pérez Fife nació en Santa Cruz de La Palma en la primavera de 1927. Y, sin embargo, los niños de mi edad jugamos con él treinta años después. No se sorprendan. Particularmente, a Miguel Fife lo descubrí cuando tenía nueve o diez años… De ahí, mi inclinación atlética y mis simpatías por el Real Zaragoza. Eran mis equipos preferidos cuando improvisábamos un juego de futbolín sobre el piso con las estampas de los jugadores de primera división. ¿Quién no recuerda como los movíamos por los mosaicos de nuestra casa o sobre el campo que marcábamos con tiza en la terraza? La predilección ante el Real Madrid y el Barcelona ya existía… Sin embargo, en mi interior sentía una especial debilidad por aquel jugador que, según me había contado, en la temporadas 1949-50 y 1950-51 se había proclamado campeón de liga con el equipo colchonero, superando a aquel Real Madrid de Zárraga, Kopa, Di Stéfano, Puskas y Gento, entre otros. Miguel era un extremo rápido en su más pura esencia. A la extraordinaria velocidad unía un regate fuera de lo común que le permitía desbordar con suma facilidad y asistir con centros laterales o con su especialidad el pase atrás, ya conocido como pase de la muerte. Un servicio que siempre festejaban sus compañeros, entre los que estaban tres grandes rematadores: Vavá, Peiró y Collar. Su manera de progresar por esa zona provocaba desequilibrios en la zaga adversaria. Todo esto lo supe de oídas… Pero un día, con el uso de razón de un niño que empezaba a disfrutar con el fútbol, al abrir los sobres de estampas de los álbumes de nuevas temporada, comprobé que el jugador palmero, cedido primero al Real Oviedo y más tarde al Real Zaragoza, vestía otros colores.

En 1960, Miguel había consolidado, tras su cesión, la ficha con el equipo maño. Allí, formó parte de la primera época de Los cinco magníficos (sobrenombre inspirado en la famosa película de John Sturges Los siete magníficos, estrenada en octubre de aquel año). Un equipo, el Zaragoza, que fue capaz de imponerse al Barcelona en el entonces Nou Camp por 0-1, con Yarza, Cortizo, Alustiza, Reija, Isasi, Benítez, Miguel, Marcelino, Murillo, Duca y La Petra. Luego, sin Miguel, Murillo y Duca, el sobrenombre de aquella delantera se mantuvo durante algunos años representada en Canario, Santos, Marcelino, Villa y La Petra. Para entonces, el jugador palmero ya militaba en el Real Murcia.

Somos de la opinión de que “la historia existe en cada hombre y que toda historia se encuentra plegada a experiencias individuales y únicas”, ya sea en la política, en la cultura o, como en el caso que nos ocupa, en el deporte. Durante su etapa como jugador del Atlético de Madrid, fue internacional en diecisiete ocasiones, quince de ellas con la selección absoluta. Es, por tanto, el quinto jugador canario entre los que más han vestido la elástica nacional, pues sólo ha sido superado por David Silva, Valerón, Pedro Rodríguez y Tonono. Miguel González se ha codeado con los grandes de la historia de nuestro fútbol. No es ésta una afirmación baladí, puesto que en 1957 formó parte de aquella selección de ensueño que venció a Holanda por 5-0: Ramallets, Orué, Campanal, Valero, Maguregui, Garay, Miguel, Kubala, Di Stéfano, Suárez y Gento. Para los entendidos este ha sido el mejor equipo de la historia de España, o al menos habría que situarlo en igualdad con el seleccionado español que consiguió la Copa del Mundo, en 2010.

Miguel González Pérez, Fife, o El Palmero como se le rebautizó en tierras peninsulares, ha sido un referente de nuestro fútbol. Su trayectoria deportiva y humana; su manera de ser, dentro y fuera de la cancha, tanto de jugador como de entrenador, le han definido siempre como un señor, un caballero. Un día salió de La Palma para jugar en El Iberia de Tenerife y en El Victoria de Gran Canaria, pero “cada persona forja su propia grandeza” y la de Miguel estaba más allá de las Islas. At. de Madrid, Real Oviedo, Real Zaragoza y Real Murcia formaron parte de la hoja de ruta de su gran desafío: Volar más alto, volar más lejos.

“Los pueblos que honran a hijos insignes, perpetúan una parte notable de su historia”. Este viernes es un día excelente para estar orgullosos de lo que fuimos y de lo que somos. El homenaje del Cabildo de La Palma, reconociendo como Hijo Predilecto a Miguel El Palmero, genio y figura del deporte, nos hace grandes al pregonar su grandeza.

Miguel González Pérez Fife nació en Santa Cruz de La Palma en la primavera de 1927. Y, sin embargo, los niños de mi edad jugamos con él treinta años después. No se sorprendan. Particularmente, a Miguel Fife lo descubrí cuando tenía nueve o diez años… De ahí, mi inclinación atlética y mis simpatías por el Real Zaragoza. Eran mis equipos preferidos cuando improvisábamos un juego de futbolín sobre el piso con las estampas de los jugadores de primera división. ¿Quién no recuerda como los movíamos por los mosaicos de nuestra casa o sobre el campo que marcábamos con tiza en la terraza? La predilección ante el Real Madrid y el Barcelona ya existía… Sin embargo, en mi interior sentía una especial debilidad por aquel jugador que, según me había contado, en la temporadas 1949-50 y 1950-51 se había proclamado campeón de liga con el equipo colchonero, superando a aquel Real Madrid de Zárraga, Kopa, Di Stéfano, Puskas y Gento, entre otros. Miguel era un extremo rápido en su más pura esencia. A la extraordinaria velocidad unía un regate fuera de lo común que le permitía desbordar con suma facilidad y asistir con centros laterales o con su especialidad el pase atrás, ya conocido como pase de la muerte. Un servicio que siempre festejaban sus compañeros, entre los que estaban tres grandes rematadores: Vavá, Peiró y Collar. Su manera de progresar por esa zona provocaba desequilibrios en la zaga adversaria. Todo esto lo supe de oídas… Pero un día, con el uso de razón de un niño que empezaba a disfrutar con el fútbol, al abrir los sobres de estampas de los álbumes de nuevas temporada, comprobé que el jugador palmero, cedido primero al Real Oviedo y más tarde al Real Zaragoza, vestía otros colores.