En un mundo donde el corazón se ha convertido en el reloj de nuestros días, nos precipitamos a entrar en relaciones sin saber lo que realmente buscamos en nuestra pareja.
Nos dejamos llevar por el poder de la atracción y el impulso, sin preguntarnos siquiera si compartimos valores, sueños o hobbies con esta persona que nos ayuden a atar nudos y forzar la cuerda de nuestra relación en la llegada de cada crepúsculo.
Por tanto, es importante que eduquemos a los hijos a ser selectivos, a elegir con prudencia, porque las relaciones o vínculos que creamos definen la calidad de vida que tendremos.
No obstante, cuando el deseo por una persona se abalanza sobre nosotros nos adentramos en un huracán de emociones que a veces nos llevan a correr, y veloces como un tornado, saltamos sin paracaídas.
¡Ay querid@ lect@r!, esto de saltar tiene sus consecuencias si lo hacemos simplemente por probar, pues el problema de ello es que uno se encariña y luego es difícil emprender la marcha a otra cima, donde las vistas nos abran los ojos, que aún abiertos, dormían.
A veces queremos endulzar los labios de la noche a la mañana y nos olvidamos que el amor, como las buenas cañas de azúcar, consta de tres etapas fundamentales para un cultivo fructífero: establecimiento, crecimiento y endurecimiento.
Y amar, amig@ mí@, es una de las decisiones más importantes que vamos a tomar en la vida, por eso es necesario aprender a reconocer no solo las propias semillas sino la tierra en la que las vamos a sembrar, pues has de estar dispuesto a regarla cada día y para ello necesitas un corazón lleno.