La geografía ritual se emplaza en las laderas de El Time
En la isla de La Palma existe un lugar que sobresale del resto por la gran cantidad de manifestaciones rupestres, especialmente canales, cazoletas (agujeros excavados en el suelo), cúpulas (agujeros excavados en la verticalidad de la pared), grabados de tipología antropomorfa, unos pocos geométricos, cuevas habitacionales, sepulcrales y otras construcciones menores.
La zona viene definida por su amplitud espacial y por una veta de toba amarilla que discurre por la franja media de la ladera occidental de El Time (Tijarafe), fundamento de esta crónica. La banda cromática arranca en el Morro de Los Cardones (390 metros sobre el nivel del mar), se interrumpe y vuelve a aparecer en la Veta del Almácigo (por encima de los 650 metros de altitud), en un desarrollo casi continuo por el Morro de Biche. Nuevamente se vuelve a cortar y aparece unos 100 metros más adelante, en el Risco de la Pileta, El Caballito, Risco de Aniceta y Topo de Juan Menora, donde se corta nuevamente, superando los 700 metros de altitud. La veta vuelve a florecer en La Palma Seca, con un tono rojizo.
Después de un tramo amplio sin manifestarse, la cinta de toba amarilla vuelve a brotar sobre Las Cabezadas, en el conocido Paso de Los Tijaraferos, en el Lomo de Los Gretones y el Paso de La Cochina (sobre los 800 metros sobre el nivel del mar). Volvemos a presenciar las mismas formas ya señaladas (canales, cazoletas, cúpulas y antropomrfos).
Después de un tramo vacío y bajo los paredones de la Caldera de Taburiente, retorna la espectacularidad de las figuras antropomorfas en El Paso de Los Olivos o Los Acebuches y El Espigón (900 m de altitud). Se trata de seis conjuntos con más de 100 representaciones humanas esquematiformes, fijados sobre la roca, desafiando el paso del tiempo para mostrarnos todo su esplendor y acercarnos a su sinopsis ceremonial.
Todos los espacios rituales destacan por sus dimensiones, con tramos de hasta 400, 250 y 200 metros continuos, donde la huella indígena está muy presente con numerosas insculturas trabajadas artificialmente sobre la toba volcánica. Son fracciones, diferentes pero uniformes, especiales y singularizados por las huellas de carácter figurado que se repiten para dar forma a un sistema de construcciones sagradas que contienen, presentando los mismos patrones simbólicos, las mismas forman constructivas con los mismos elementos y modelos. Sobre esta roca de colores, los awara plasmaron un pensamiento mítico y simbólico de proyección y significado.
Los primeros pobladores que llegaron a La Palma, aparte de buscar cobijo, agua y alimento, una de sus principales tareas fue la consagración del territorio. Ubicarse espacialmente implicaba la coordinación de una serie de percepciones visuales y relaciones básicas con el entorno para organizar todas las manifestaciones relacionadas con su campo visual. Empezaron a construir el espacio, tanto el percibido como el imaginado, desde el pensamiento simbólico y cósmico, transferido desde el continente africano. Los que llegaron no solo trajeron objetos materiales y animales domésticos, trasladaron lo más íntimo: la mente, el pensamiento y la cultura, su cosmovisión o la manera de entender e interpretar el mundo.
Prácticamente todos los espacios sagrados fueron definidos debido a circunstancias que se originan en el cielo, siendo el sol y la luna los encargados de establecer los tiempos sagrados; tiempos cíclicos basados en repeticiones periódicas. Al término de cada ciclo y al comienzo del nuevo, se realizaban una serie de rituales de finalización y de re-comienzo como garantía para asegurar la regeneración periódica del tiempo.
El ser humano construye espacios particularmente religiosos para trascender el ámbito de lo cotidiano. Es una característica primordial descubrir rincones en los que se verifican o fijan los trayectos principios y/o finales de los cuerpos celestes, fundando asientos desde donde ordenar su mundo. A partir de aquí, el universo adquiere un orden, una armonía, se suceden los días, las estaciones, la muerte y el renacimiento simbólicos. Hablamos de tiempos sincrónicos, organizados y clasificados: básicamente solsticios (posiciones extremas del sol en verano e invierno) y lunasticios (posiciones extremas de la luna llena, tanto en invierno como en verano, durante su ciclo de 18 años).
Sin duda, en estos centros se realizaban ritos para revivir periódicamente el acontecimiento primigenio como una forma de revitalizar el cosmos. Constituyen un modelo cosmogónico y cosmológico, casi siempre inseparables. Hemos encontrado un principio de correspondencia (de semejante composición) que hace referencia a un conjunto de normas y fenómenos que se repiten sincrónica y armoniosamente, relacionados entre sí de una manera determinada con el principio del ritmo, de movimiento cíclico. La existencia de estos lugares, hicieron posible el incremento de nuevas capacidades conceptuales y lecciones válidas para su cosmovisión. Todo un aprendizaje desde la propia experiencia.
En la Isla de La Palma existen numerosas montañas que son referencia de otros lugares sagrados. La más considerada es El Bejenao (1.854 m de altitud), la montaña más icónica de los awara. El Bejenao no es cualquier montaña, es la Montaña y remite a una manera propia de percibir el mundo como una columna del cielo y la que abre las puertas del cielo. Es la referencia cósmica desde los espacios citados en las laderas de El Time, así como otros muchos localizados en su base e intervalo medio de la propia montaña. Su particularidad, en función de la geografía, la definió como el mejor valor adquirido en todo el entorno al que da sentido.
¿Cómo interactuaron los awara con el Bejenao? Lo periférico (Laderas de El Time) se subordina al centro (Bejenao). En las laderas de El Time, el pensamiento simbólico está proyectado sobre el paisaje. Existe una clara asociación simbólica entre los sitios, el paisaje naturaleza y el cosmos (astros), articulados mediante una orientación astronómica. Funda una correspondencia que reúne todos los órdenes de la realidad y transfiere la potencia del significado, un orden que liga la tierra con el cielo, el espacio y el tiempo. Lo mejor de todo es que se puede introducir un concepto de visibilidad. Es visible actualmente, como hemos comprobado in situ, en lugar y tiempo programados, siendo algo incuestionable.
Tres consideraciones de hechos consumados, unidas en una trascendencia: un yacimiento arqueológico, el Bejenao y la luna y/o el sol. El espacio sagrado es la construcción humana, el relieve destacado es el Bejenao y las referencias astrales son el sol y/o la luna. Cuando los tres confluyen, lo sagrado se manifiesta y con ello, el ritual de comunión; esto es, compartir la carne, la leche o el agua como ofrenda a los dioses, esperando, a cambio, un fructífero año.
En estos espacios, conscientemente seleccionados, se concentra un principio astronómico sustancial: los lunasticios; en concreto, la luna llena de invierno, en sus paradas mayores y menores, al despuntar por el Bejenao.
Dentro del rango visible, durante la noche en que la Luna llena y el Bejenao se sincronizaban, los awara eran partícipes de lo más sagrado, sentían la cercanía de la divinidad y se unían a ella. La sociedad también se regeneraba. No era una noche cualquiera y se esperaba con mucha emotividad, cautela y miedo a la vez. Es muy probable que los ritos comenzaran antes del oscurecer (antes del orto lunar) y se prolongaran hasta bien entrada la noche e incluso hasta el amanecer, mientras fuera visual la Luna. Era una noche muy especial por lo poco frecuente.
Por otro lado, desde la Veta del Almácigo, el tiempo se reiniciaba cada vez que llega el solsticio de verano y el sol se manifiesta por la cima del Bejenao. Cada año venimos visitando este lugar tan emblemático donde experimentar una emoción extraordinaria, difícil de conceptualizar.
La aparición del sol supone la irrupción de lo divino, revela lo real y lo absoluto, dando comienzo a una liturgia capaz de unificar el espacio y el tiempo en un solo instante. La hierofanía (manifestación de lo sagrado) se ha revelado.
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