A veces encuentras lo que deseas, aunque sea en el lugar menos insospechado. Pasábamos por allí y, sin esperarlo, nos topamos con la belleza de la geometría. Los awara planificaron y fundaron un lugar sagrado dejando parte de su memoria talladas sobre las rocas. Los soportes, una vez seleccionados, se convierten en el catalizador de un todo ordenado y en armonía con la naturaleza. Los grabados rupestres de Llano Negro proyectan una visión del mundo.
La simbología rupestre existe porque tiene sentido, significa; debía representar algo muy importante en su cosmovisión, pues queda certificado en la enorme cantidad de símbolos rupestres existentes en la isla de La Palma (tan sólo los de tipología geométrica suman más de 500 estaciones, distribuidas en más de 1.100 paneles y 15.000 motivos). Los awara crearon un perfil de identidad al repetir las mismas tipologías por toda la geografía insular.
La novedosa estación de grabados rupestres de Llano Negro (Garafía) la integran unos 10 paneles y 25 motivos espiraliformes, circuliformes, meandriformes, incluso herraduras y óvalos excepcionales. Destacan el panel nº 1 que contiene tres espirales, un meandriforme y dos círculos; el nº 4, reúne cuatro motivos en herradura, meandriforme y óvalos; siendo el panel nº 2 el que aporta el mayor guarismo de motivos (siete). El resto se mueven en uno y dos muestras. A unos 30 m de distancia se localiza otro grabado rupestre de tipología circuliforme que abarca dos caras de una gran roca exenta, presentando un peor estado de conservación, al mostrar un desgaste erosivo acentuado.
Los petroglifos exteriorizan formas curvas unidas armónicamente en un solo movimiento. En general son de pequeño y mediano tamaño y se caracterizan por su sencillez en las formas, siendo ejecutados por una continuidad en el piqueteado.
Cada uno de los motivos tallados en la roca es una pequeña cápsula del tiempo, cuyos símbolos custodian un antiquísimo e incalculable conocimiento, más allá de lo que podamos interpretar. Así que, no hay nada mejor que la simbología para experimentar cómo pensaban y estructuraban sus vidas sobre el territorio y cómo se armonizaban con el cosmos.
A partir de aquí, la conciliación entre lo espacial y lo temporal se nos presenta como la primera respuesta a su presencia. Con su forma de ver y/o entender el mundo, en una naturaleza estática como la insular, espacio y tiempo totalizan las partes indisolubles de la realidad. Luego entra en juego la orientación, todo un ritual para experimentar la necesidad de situarse en un mundo organizado cósmicamente. Cuando algo se orienta, el espacio cobra sentido, el cielo y la tierra se encuentran y se funden. Se sale de la linealidad y se entra en la eternidad cíclica, aquella que se repite eternamente todos los años.
La estación rupestre de Llano Negro está proyectando un pensamiento real y simbólico a la vez, la recreación de un concepto imaginado desde su representación (los modelos de grabados rupestres figurados), estableciendo un nuevo precepto espaciotemporal. Estos petroglifos se convierten en los guardianes de la memoria de algo que siempre está presente y, como imagen, participa de lo que representa. Esa ejecución litúrgica es aceptada como norma directriz obligada y se rige por un orden en contraposición al desorden o caos.
Esto demuestra que los awara crearon un “lenguaje” de pensamiento simbólico al interactuar con el entorno cultural en sus múltiples formas figuradas, siendo el camino para conocer el mundo y darle un sentido, el de imagen isomórfica (igualdad o similitud de formas). De este modo llegamos a la representación del animatismo (lo que tiene alma) que, entre los awara, toma una gran relevancia en las concepciones cosmológicas. Entonces los astros, con sus movimientos cíclicos, le enseñaron la manera de percibir y concretar el tiempo, de hacerlo suyo, adquiriendo un inmenso valor cultural.
Los soportes pétreos donde fueron ejecutados los grabados rupestres de Llano Negro presentan tres direcciones; la primera hacia el SE, donde nace el sol en cada solsticio de invierno. La segunda orientación coincide con el cauce del barranco, hueco por donde se oculta el sol, también en el solsticio de invierno. Sin embargo, lo más llamativo es la tercera dirección geográfica hacia la ladera de una montaña situada a unos cincuenta metros de distancia. No tiene nada que ver con el sol, ni con la luna, pero sí con una estrella importante en su mundo mítico, la estrella Fomalhaut. El tiempo deja de ser abstracto porque acontece en un lugar y en un momento determinados.
Los textos antiguos canarios recogen perfectamente los cultos astrales. Así, entre otros, Fernández (1505) subrayó que los canarios adoraban “unos al Sol, otros a la Luna y otros a las estrellas”. También lo recoge Fray José de Sosa (1678): “no tenían reloxes los canarios gentiles ni sabían distinguir las horas unas de otras, governabansse por el sol de dia y de noche por algunas estrellas según que tenían experiencia de cuando salían unas y otras se ponían o a la prima o a la media noche o a la madrugada”. Lo mismo hizo Marín de Cubas (1694) cuando destaca el valor espiritual de algunas estrellas entre los antiguos canarios: “hacían muchas lumbres, y hogueras parece que adoraban al fuego, a el sol, y a la luna, y alguna estrella”.
Todos coinciden en el culto a alguna estrella. Una de ellas es Fomalhaut, cuya principal virtud es la de concretar la apertura del equinoccio indígena de primavera durante su orto helíaco de horizonte.
Los awara de la zona observaron que la estrella Fomalhaut se ocultaba frente a ellos, al oscurecer, por la ladera de la montaña, en torno al 21 de diciembre (solsticio de invierno). Por lo tanto, no es casualidad que las tres direcciones o aperturas de los grabados confluyan en los mismos días.
Sabemos, pues, que los petroglifos de Llano Negro crearon un espacio de abertura y de tránsito entre la tierra y el cielo cuando advirtieron la manifestación de lo sagrado, la revelación de una realidad absoluta, estableciendo allí un axis mundi.