Elsa López: “Uno no es sólo de donde nace, uno es también del lugar que escoge para ser lo que es”
La humanista Elsa López recibió en la noche de este viernes el título de Hija Adoptiva de La Palma de la mano del presidente del Cabildo, Mariano H. Zapata, en un pleno solemne que se celebró en el Parque Antonio Gómez Felipe, en Los Llanos de Aridane, en el marco del III Festival Hispanoamericanos de Escritores. La entrega del título estaba programada para el pasado 19 de marzo en el Teatro Circo de Marte de Santa Cruz de La Palma, pero tuvo que ser aplazada por la pandemia. En un acto emotivo, en el que se proyectó parte del documental Inevitable océano, de Tarek Ode, sobre la vida y obra de la escritora y editora, Elsa López, antes de leer su discurso, hizo aclaración: “María Victoria Hernández, una gran investigadora que escarba en los papeles y descubre cosas muy curiosas, encontró en el Diario de Avisos de 23 de agosto de 1942, una nota social que decía 'Viajeros: Ha marchado a Santa Isabel de Fernando Poo el farmacéutico botánico de la Dirección de Agricultura de la Guinea Española Don Manuel López Gómez Moreno, acompañado de su joven señora esposa Doña Amada Elsa Rodríguez Álvarez, nuestro deseo de buen viaje'. Yo nací el 17 de enero de 1943, lo que quiere decir que mi madre salió embarazada de La Palma de aproximadamente cuatro meses. Ustedes me nombran como hija adoptiva, pero realmente yo fui concebida en esta isla, concretamente en una casita de San Antonio”.
“El nombramiento de Hija Adoptiva de La Palma es para mí un honor, porque es reconocer lo que yo he sentido siempre por La Palma, cómo yo me he sentido en La Palma, que pertenezco a esta isla, que pertenezco a su gente y que soy parte del territorio. Eso es muy importante y lo quiero decir”, manifestó Elsa a los medios de comunicación antes del inicio del pleno, en el que no pudo evitar que, en algunos momentos, las lágrimas afloraran sus ojos. En su intervención, enumeró a las personas que han sido importantes en su vida, con un recuerdo especial y cariñoso para las mujeres y hombres de El Tablado (Garafía).
A continuación, transcribimos el discurso que pronunció Elsa López:
El derecho a elegir
Hace 47 años, en el Teatro Chico de Santa Cruz de La Palma, estaban cuatro hombres en un palco: Juan Fierro, Elías Santos, Juan José Gómez y Luis Cobiella. Cuatro caballeros andantes, cuatro escuderos. Era la presentación de mi primer libro de poemas: El Viento y las adelfas. Con aquel gesto querían simbolizar públicamente que estaban a mi lado; que me protegían y adoptaban de alguna manera. Y Luis Cobiella, ya en el escenario y dirigiéndose a mí, dijo:
“Vivir tú en La Palma y en nosotros; vivir nosotros La Palma en ti; vivir por fin La Palma en todo su ser puro y simple, fal par si, Parsifal, de quien nació Lohengrin, el caballero que llegó hasta Elsa en nave traída por un cisne; Lohengrin, música oída tantas veces en casa de nuestro amigo Juan Fierro, en cuya sala una tarde estabas tú, Elsa, sola, llenándolo todo, sola como tu nombre escrito en el principio de una cuartilla: Elsa”
Era el año 1973.
Luego llegó Garafía y El Tablado: Candito, Antonio, Eligio y Andrés. De nuevo cuatro caballeros con José a la cabeza. José y sus doscientas cabras como guerreros dispuestos a resguardarme de las inclemencias. Y estaban ellas: Alba, Nieves, Carmela, Uva, Emérita, Fidencia, las mujeres que me descubrieron las raíces mientras bordaban y escuchaban mis historias de muertos y fantasmas. Y estaban María, Tomasa, Magdalena, Inés y Gabina las más ancianas del lugar, las más sabias, las que me enseñaban rezados y conjuros para sobrevivir. Todas, de una forma o de otra, me adoptaron.
Y así, muy poco a poco, me fueron acogiendo otros lugares de la isla: un recital en Breña Baja, el prólogo de un libro en Breña Alta, un recital en Mazo, mantenedora en las fiestas del vino de Fuencaliente, presentaciones de libros y festivales de literatura en Los Llanos de Aridane, jurado en Tijarafe, mesas redondas en Santo Domingo, lectura de poemas en Barlovento, exposiciones en Los Sauces, dos días en los observatorios del Roque de Los Muchachos para entender mejor el milagro de esta isla y sus estrellas.
Todos esos lugares son pequeños puntos en el mapa de mi alma; pequeñas fortificaciones que me han hecho sentir la ilusión de pertenecer de alguna manera a todos ellos desde hace muchos años. Y hoy, ustedes me dan la escritura donde consta esa adopción de forma definitiva y yo me siento feliz y orgullosa al recibirla y no puedo dejar de recordar en estos momentos a aquellos que me hicieron sentir hija de estas tierras mucho antes de que yo fuera consciente de ello.
El Planto me hizo suya desde niña. La abuela, Juan José, Maruca, la tía Antonia, Pepón, la cuesta y muchos nombres hasta llegar a doña Pancha y la esquina del miedo con su lápida y su leyenda, fueron mi segunda cuna. Luego me fui y volví. Siempre volvía. Me he ido y he vuelto siempre. Yo lo elegí así, y así lo quise. Y en el año 1972 regresé una vez más a los brazos de la abuela y de nuevo El Planto fue mi hogar y mi refugio. Y cuando llegó el momento de decidir cuál sería mi recorrido final, elegí La Palma. Renuncié a mi destino en la literatura y la investigación y elegí volver a casa una vez más.
Porque uno no es sólo de donde nace ni de donde es su origen, uno es también del lugar que escoge para ser lo que es. Esa capacidad de decidir lo que uno quiere es una de las características que definen al ser humano y la libertad que esa capacidad conlleva es uno de sus mayores logros. La conciencia de estar, de ser, de pertenecer al lugar que uno designa para sentirse una parte de él, es la aspiración que muchos tienen en la vida. La nuestra está hecha a base de elecciones y cada una de ellas conforma lo que será nuestra personalidad y nuestra forma de presentarnos ante los demás. Uno puede elegir casi todo lo que le representa. Quizá no podamos cambiar nuestro lugar de nacimiento, pero si podemos decidir cuál será el lugar donde vivir y donde morir un día. Es mucho más fácil de lo que pensamos. Yo he logrado cumplir con esa aspiración: la de sentirme de esta isla y que la isla me identifique con ella.
Goethe dijo: “Hay dos cosas que los niños deben recibir de sus padres: raíces y alas”. Yo recibí las dos cosas y las dos cosas las recibí de mi madre. Pude volar y lo hice. Las alas se fueron haciendo más y más grandes y el vuelo cada vez más ligero. He conseguido liberarme de muchas de las cadenas que entorpecían ese vuelo y aprendí a modificar todo aquello que me impedía hacerlo muy alto. Pero las raíces no he podido cambiarlas. Nunca pude cambiar mi amor por esta isla, por los amigos de la infancia y la adolescencia, por los lugares que habité y por la gente que amé. La figura de la abuela, del Planto, del maestro que me inculcó las primeras letras y los primeros ideales, no se borraron jamás.
Elegí estudiar, elegí escribir, y elegí amar en esta isla desde ella y en ella. Y ahora, en los últimos tramos de mi vida, he elegido ser la misma que fui hace setenta y dos años cuando llegué a ella por primera vez con sólo cinco años. Y vuelvo a caminar por esa cuesta que es parte de mi alma. Y vuelvo a sentirme feliz al lado de esas personas que la habitan o la habitaron un día: mi familia, Andreína, Lola Guardia, Paulina… Mujeres de mi madre, mujeres de mi infancia, mujeres mías ya para siempre. Y vuelvo a Garafía, al Tablado, a sus barrancos, a los amigos a los que pertenezco y me han hecho suya: un largo etcétera de vivos y muertos que llevo a fuego grabados dentro de mí y hoy siguen aquí, a mi lado, respondiendo a las preguntas de esa niña, impertinente y curiosa, a la que tanto enseñaron.
A ellas, a ellos, y a todos ustedes les doy las gracias por admitirme en su casa, por sentarme en su mesa, por hacerme suya. Por quererme. Y por eso me gustaría acabar leyéndoles algunos de los versos que escribí hace ya mucho tiempo y que siguen siendo lo que mejor define lo que soy y lo que siento:
Cuando el viento estremece las ramas de las acacias
y siento que es ya otro tiempo,
y abro en las esquinas la puerta de la sombra,
y mi pecho se inunda de bruma,
y recuerdo que hay entre encinas lúgubres
los primeros restos de escarcha,
yo vuelvo a La Palma.
Cuando el humo de los tugurios me araña los ojos
y de los labios se me deslizan comisuras blancas,
y hay espuma en mis sienes,
y el olor del asfalto se me pega como un sudario a la nuca,
y recuerdo que agazapados en sus cubiles
hay hombres que no conocen el mar,
yo vuelvo a La Palma.
Cuando se me extravía la mirada en los límites de las mesetas
y observo que más allá hay tierra todavía,
y las nubes se estrechan como arañazos
a lo largo de un horizonte de tierra devastada,
y recuerdo que si abro mi ventana
no veré ahora el mar,
yo vuelvo a La Palma.
Cuando el cansancio es grande
y tiene forma oblicua,
se sienta en el rincón más tibio de la casa
y reconstruye el mapa completo de la isla:
El reborde de espuma rizado de gaviotas.
Los volcanes al sur, al norte los barrancos.
La palma de su mano abierta bajo el cielo
en forma de caldera. Las nubes esmaltadas,
el viento, los muros de la casa,
y la abuela sentada en el sillón de mimbre
viendo morir los barcos encima del estanque.
En ese itinerario de océano amargos,
el llanto se repliega de nuevo en lo más hondo
a contemplar, sin ruido, el paso de las aves.
Ahora recuerda el río, sin agua, del barranco.
El jardín de tabaibas y las uvas muy verdes
plantadas en el porche.
Recuerda los columpios, el patio de su infancia
repoblado de adelfas y piedritas azules.
Su corazón de aceite. Y la dulce costumbre
del sol en Puntagorda.
Y recuerda las cumbres y la venta de Alba
con los dos ventanucos que miraban al mar
y al aire de los brezos.
Aquel lugar hermoso donde los hombres tienen
una muerte muy lenta,
donde la bruma adquiere la forma de ciruela,
y el frío se introduce en medio de las sábanas.
Y recuerda el sonido metálico del cobre,
cuando llegan las cabras al resbalar la tarde.
Y el nombre del rebaño, y José sonriendo.
Golondrina, Mariposa, Graja...
Y recuerda el belete caliente de las cabras,
y el sabor de los tunos comidos al desgaire
sobre el mantel de hule.
Y aquella melodía del agua entre las tejas.
Y la lágrima dulce de Candito en invierno
cuando ella se alejaba con los hijos del frío.
Y el beso de Carmela. Y las flores de mundo.
Y María.
Y recuerda aquel día en que vio una paloma beber agua salada
y derrumbarse El Risco sobre mares de asfalto.
Elsa López
La Palma 18 de septiembre de 2020
0