Hace un mes, el 13 de diciembre, el volcán en Cumbre Vieja, La Palma, dejó de rugir de forma abrupta, pero ya lo había hecho en otras ocasiones y se había reactivado, por lo que los científicos que lo monitorizan pensaban que solo era “un parón puntual”.
Fue el principio del fin, tras 85 días de erupción, pero dados los antecedentes y en vista de que diez días antes se había registrado una alta sismicidad que apuntaba a la presencia de magma en el subsuelo “creímos que era un parón puntual, que no se iba a acabar”, señala a Efe Rubén López, vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN).
Solo cuando transcurrieron 24 horas sin señal del tremor ni sismicidad cobró fuerza la tesis del fin de la erupción.
Ya en las semanas previas se venía detectando una disminución de los parámetros analizados para medir la actividad eruptiva: emisiones de gases, tremor -vibración producida por el magma en su trayecto a la superficie-, sismicidad y deformación del suelo.
Sin embargo, apenas dos días antes del parón el volcán tuvo una fase de gran explosividad, que fue una especie de “colofón”, pero eso ya sucedió en otras erupciones históricas en La Palma, apunta Rubén López.
El vulcanólogo del IGN insiste en que este volcán “se ajustó bastante” a los parámetros de las erupciones canarias. Si acaso “sorprendió por su duración” y también por la cantidad de material expulsado.
Ya ha pasado un mes desde que el volcán sin nombre paró y tres semanas desde que se le dio oficialmente por apagado, pero aún hay puntos incandescentes y temperaturas de hasta 800 grados, localizados mayoritariamente en el cráter.
“Es normal que haya esas temperaturas. La lava llegó a estar 1.200 grados y tardará un tiempo en enfriarse”, apunta Rubén López.
En las coladas hay zonas donde se puede habitar hasta a diez metros de distancia y otras “prácticamente frías” donde ya se está trabajando sobre ellas, pero hay otros puntos donde se han medido hasta 200 grados en superficie.
Depende de la profundidad de las coladas, de su morfología o si bajo ellas hay tubos volcánicos, que conservan mejor el calor, enumera el vulcanólogo.
La mayor preocupación en este periodo posteruptivo son las emisiones de gases. En zonas como La Bombilla o Puerto Naos se siguen midiendo aún tasas muy altas de gases nocivos para la salud.
Los científicos, reconoce López, “no tenemos clara una explicación. Hay varias teorías. Posiblemente haya una acumulación de gas en una zona bajo una colada y sea como una olla...”, desliza.
No sabe cuánto tiempo se mantendrán esas altas tasas de gases, pero “parece que a corto plazo no desaparecerán”.
El IGN mantiene desplegados en La Palma media docena de efectivos, cuyas labores se reparten entre la geoquímica de gases y medición de temperatura, de la deformación del terreno, del tremor y de la actividad sísmica.
Sobre el último aspecto, el de la sismicidad, indica que el IGN aún sigue detectando algún evento de largo periodo que apunta a un movimiento de fluido magmático en el subsuelo de La Palma.
Rubén López aclara que son “restos de magma que se van solidificando”, sin que tengan la capacidad de emerger.