El pasado 30 de junio saltó a la luz una noticia titulada 600 piezas prehistóricas rescatadas de un contenedor de obra en Vigo. En el subtítulo se especificaba que “la colección atesorada por un psiquiatra fallecido fue arrojada con los escombros durante el vaciado de unos trasteros y recuperado in extremis por un museo municipal”. En la prensa escrita apareció el miércoles 5 de julio de 2017.
En realidad, se trata de una noticia lamentable que, afortunadamente, ha tenido un final feliz, si bien de pura casualidad. Si no hubiese sido por la curiosidad, y también el conocimiento, de unas personas que pasaban por allí, hubiesen acabado en el vertedero innumerables piezas arqueológicas de un valor incalculable.
Y, esta situación, aunque pueda parecer inverosímil no es, ni mucho menos, sensacionalista ni irreal, puesto que sucede con mucha más frecuencia de lo que nos imaginamos. Pero lo más triste es que episodios como éste habrán ocurrido infinidad de veces, aunque de ellos no ha quedado ni el más mínimo rastro.
En La Palma conocemos casos muy similares que han tenido un final feliz y otros en que los vestigios han desaparecido para siempre. Este desprecio por los restos prehispánicos es un claro ejemplo del escaso interés que ha suscitado, hasta hace escasas fechas, todo lo que rodeaba a la Cultura Benahoarita que, para muchos, no era otra cosa que algo folclórico, exótico o anecdótico que podía ser modificado o destrozado sin ningún tipo de remordimiento. Afortunadamente, estas percepciones han cambiado radicalmente en los últimos tiempos. Aunque, todavía, sigue existiendo entre algunos la idea, medio en broma, pero que es real, de que los restos arqueológicos son “cuatro piedras realizadas por salvajes” indignas del más mínimo respeto y consideración.
La década de los 60 y, sobre todo, los 70 del siglo pasado fueron terribles para el patrimonio arqueológico benahoarita. Desde diferentes entidades y colectivos se organizaron auténticas expediciones para recuperar materiales en las cuevas aborígenes (fragmentos de cerámica, restos humanos, punzones y cuentas de collar de hueso, colgantes de conchas marinas, molinos de piedra cochinera, etc.,). Estas actividades se hacían, la gran mayoría de las ocasiones, sin malicia y con la convicción de que eran beneficiosas porque se rescataba del olvido unos materiales que, de otro modo, permanecerían en el anonimato para siempre. En realidad, eran auténticos expolios y saqueos que atentaban contra la integridad de unos de los patrimonios culturales más interesantes de la Isla.
Para muchos palmeros el primer contacto con el mundo de la prehistoria se produjo durante estas sorribas en que se convirtieron infinidad de cuevas naturales o necrópolis que eran vaciadas y destrozadas sin piedad. Estas expediciones eran concienzudamente preparadas y no faltaban las guatacas, cernideras, bolsas, sacos y hasta guantes o mascarillas para evitar el polvo y no ensuciarse demasiado para que el trabajo fuese lo más rápido y cómodo posibles, que luego había que regresar a la civilización. Se organizaban como si fuese una excursión al campo en la cual, ¡faltaría más!, se llevaba el desayuno o la merienda. Pero, eso sí, como había que ir por veredas o trepar laderas no se podían recoger muchos materiales, solo los más bonitos y llamativos, para que el regreso no se hiciese demasiado pesado. Y al final, todos regresábamos con una tremenda cara de felicidad y satisfacción por el día que habíamos disfrutado recuperando unos tesoros que, a la inmensa mayoría, le importaban un carajo en cuanto llegaban a sus casas.
El problema es que a algunos les quedaba el gusanillo y continuaban yendo a los yacimientos por su cuenta durante días, hasta que la fiebre exploradora comenzaba a remitir. En La Palma todavía se conservan en las viviendas infinidad de restos prehispánicos que se recogieron en esa época. Muchos permanecen guardados en bolsas plásticas o cajas de cartón escondidas en el lugar más recóndito y oscuro de las viviendas. Ni siquiera se acuerdan dónde se abandonaron hace mucho tiempo. Solo volverán a salir a la luz en cuanto se haga una limpieza general de lonjas y pajeros. A veces, se tirarán directamente a la basura sin darse cuenta de su existencia o están tan llenos de polvo, suciedad y telarañas que ni siquiera nos molestaremos en limpiarlos y volverlos a ver después de tantos años, prefiriendo lanzarlos a la basura antes que entregarlos a quienes puedan estudiarlos y sacarles la información que aún atesoran. En su momento, quienes optaron por informar a las autoridades de sus hallazgos fueron conminados a entregarlos a la Sociedad La Cosmológica y, sobre todo, a la OJE (Organización de Juventud Española), hoy en paradero desconocido, o fueron enviados a Tenerife porque en la Isla no existía un Museo Arqueológico, de donde no ha regresado ni el más mínimo fragmento.
En La Palma conocemos infinidad de casos parecidos al descrito en el primer párrafo aunque, muchos otros, finalizaron con la desaparición irremisible de los materiales arqueológicos, tal y como veremos en la segunda parte de este trabajo. Solo vamos a reseñar algunos de los casos más sangrantes que nos vienen a la memoria con la idea de que jamás vuelvan a repetirse.
A comienzos de 2009 en el Ayuntamiento de El Paso ocurrió una situación muy similar a la descrita en el primer párrafo. Al limpiar el sótano municipal se descubrió en una esquina una caja de madera de madera llena de restos humanos, entre otros materiales (fragmentos de cerámica, piezas líticas, lapas, fragmentos óseos de ovicáprido y cochino, etc). Tras la sorpresa inicial se avisó al Cabildo de La Palma y se trasladaron al Museo Arqueológico Benahoarita (Los Llanos de Aridane).
Las investigaciones realizadas confirmaron que estos materiales procedían de la destrucción, a comienzos de la década de los 70 del siglo XX, de una necrópolis de los aborígenes palmeros al desmantelar una cueva en la base de un risco junto al que se estaba abriendo una nueva pista junto al Salto de Casimiro (Barranco de Tenisca. El Paso). Los restos fueron trasladados al Ayuntamiento de El Paso y se preparó una vitrina en la cual se colocaron seis de los cráneos recuperados, y en mejor estado de conservación, que, durante mucho tiempo, estuvieron expuestos en dependencias municipales, hasta que fueron trasladados a la parte alta del actual Museo de La Seda, desde donde se trasladaron al mab, donde actualmente se están inventariando, limpiando y estudiando.
La caja con los restos humanos no fue a parar a la basura porque fueron localizados por alguien avispado y, sobre todo, porque los huesos saltaban a la vista gracias a que los periódicos que envolvían la caja de madera estaban hechos trizas porque los ratones se habían preparado un confortable nido. A pesar de todos estos destrozos y desaguisados, la necrópolis del Salto de Casimiro ya ha aportado abundante e interesante información al realizar un estudio exhaustivo de la zona arqueológica donde se enmarca y de todos los materiales que, hasta la fecha, hemos conseguido recuperar.
Las informaciones proporcionadas por algunas de las personas que estuvieron en el hallazgo y participaron en la excavación para recuperar los restos, ninguna de ellas era arqueólogo, nos han apuntado que algunos vecinos y curiosos recogieron y se llevaron a sus casas objetos del ajuar funerario como punzones, vasijas, etc., que, a día de hoy, siguen en paradero desconocido. Confiamos y deseamos que no hayan ido a parar a la basura. Si no es así, y leen este artículo, entréguenlos. La inmensa mayoría de los palmeros se lo agradecerá porque, en definitiva, nos pertenecen a todos y no a unos pocos que tuvieron la suerte y el privilegio de participar en este descubrimiento.