Los caminos de Abdel siempre conducen a Salvamento

José María Rodríguez (Efe)

26 de abril de 2023 15:07 h

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Cuando Abdel Haouri entró en las oficinas de la calle Fruela, 3, de Madrid a hacer un trabajo de mantenimiento de aire acondicionado que le había asignado para aquel día su empresa, acabó frotándose los ojos. Tuvo que pensar dos veces qué podían significar aquellas letras S.M. con un ancla del emblema de la entrada, pero el barco naranja era inconfundible.

“Me quedé en shock, dije: Es igual que el barco que me rescató. ¿Qué hago aquí? Pensaba que estaba soñando, si se lo cuentas a alguien no te cree. Dar toda esta vuelta para volver a la empresa que te rescató”, confiesa. La “empresa” es Salvamento Marítimo y a su personal en tierra ese día el destino les brindó la oportunidad de experimentar en persona la gratitud de los miles de jóvenes africanos que les deben la vida, como este operario marroquí de 31 años.

Salvamento ha compartido en el podcast que publica cada quince días con motivo de 30 aniversario, Las caras del mar, la historia de Abdel Haouri, una más entre miles en la Ruta Canaria o en el Mediterráneo, pero que responde en primera persona a esas preguntas que también se hacen sus marineros: ¿por qué arriesgan la vida de esa manera? ¿qué se siente en una patera minúscula a merced del océano?

A Abdel y a sus 30 compañeros de patera, entre ellos una mujer y un bebé, los rescató la Guardamar Concepción Arenal a casi 150 kilómetros al sur de Gran Canaria el 15 de diciembre de 2020. Ese mismo día, en el mismo servicio, esa patrullera española de rescate puso a salvo a 133 personas de cinco barcazas.

La patera de Haouri fue el tercer rescate del día. Su grupo había salido desde Dajla, en sur del Sahara; llevaban dos días y medio en el mar y a bordo empezaba a cundir la desesperación: el agua y la comida escaseaban y las olas les salpicaban continuamente, porque estaban en la franja más peligrosa de la travesía, la que los patrones llaman “la sartén”, porque allí parece que el agua “hierve”.

“Fue horrible”, resume. “Intentas dormirte para no sentir nada. No tienes ni idea si vas a llegar o no, si estás perdido o no, o dónde estás. Te confías a un hombre que lleva la patera y no sabes ni dónde te lleva. Vas... solo vas”, relata este joven marroquí.

Él dejó su casa, en un pueblo cercano a Beni Mellal donde a veces se ganaba la vida como conductor de camiones, porque ya no veía futuro. “Sientes que estás atrapado dentro de una caja en tu propio país y hay cosas que te empujan emigrar, a dejar a tu familia, tu madre, tus hermanos, tu amigos... a dejar todo porque piensas que vas a conseguir algo bueno en la vida”, recuerda.

A Abdel su madre trató de frenarlo, por la mujer sabía que cientos de personas pierden cada año la vida en pateras como la que iba a tomar su hijo rumbo a Canarias. “No puedo soltarte a ir a morir así, me dijo. Yo le respondí que ya estamos muertos, que quería conseguir una nueva vida para mi familia, para ayudarme a mí mismo”.

Desde el momento en que embarcó, trató de pensar poco, de abstraerse del riesgo que corría, pero a bordo había situaciones que le devolvían de nuevo a la realidad, como la de la única mujer que compartía el viaje con ellos, con un bebé de cuatro meses en brazos.

“Nos dijo que quería saltar con su niño, que no aguantaba más, que prefería morir. Empezamos a decirle ¡no, no, nos van a rescatar! Entonces pasó el avión, un avión de Salvamento. Poco después, al cabo de 30 o 40 minutos... un barco. No me acuerdo del nombre”.

El barco era la Guardamar Concepción Arenal, una de las cuatro patrulleras de altura de Salvamento Marítimo. Haouri recuerda que algunos comenzaron a saltar a su alrededor y que se abrazó a gente que ni conocía, pero en su memoria de aquel momento aparece siempre la cara del bebé. “Se me quedó grabado”.

Del rescate, también le vienen a la mente los marineros que les tendieron la mano para subir a un barco naranja como el que reconoció en las oficinas de Madrid. “Cuando ves a esos chavales con sus chalecos, esos materiales, dices: Son supermanes, gente que trabaja en un empleo muy peligroso ayudando a personas a las que ni conocen”.

Abdel Haouri recalca que no tiene palabras para agradecerles lo que hicieron por él. Le sacaron de la “la sartén” y le devolvieron el futuro al que aspiraba. “Soy realista”, confiesa, “todavía estoy en el punto 1. No en el punto 0, pero sí en el 1 y voy a seguir adelante. Poco a poco voy a lograr mis sueños”.