Esa noche Steve sintió la muerte de cerca. La madrugada del 22 de abril, el camerunés pudo ver cómo el océano se tragó a 25 de las 61 personas que viajaron con él en una patera desde El Aaiún hasta Canarias. Después de tres días de travesía, aparecieron los servicios de rescate. “Nos decían que primero las mujeres y los niños. Por el pánico, todas las personas cayeron al mar. Algunos sabíamos nadar, pero muchos otros no”. Lo que Steve vivió se ha repetido en miles de ocasiones desde 2014 en la ruta migratoria hacia Canarias. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) cifra en 2.976 las muertes y desapariciones en el camino en estos nueve años, una cifra que se multiplica en los datos recopilados por organizaciones y colectivos. La OIM ha recordado que muchas de estas personas podrían seguir con vida.
“Muchas de las muertes en las rutas migratorias a los países de destino en Europa podrían haberse evitado mediante una asistencia rápida y efectiva a los migrantes en peligro”, comienza la Organización. La OIM tilda también de “fracaso estructural” el bloqueo de los Estados a proporcionar vías seguras y adecuadas que salven a las personas de tener que recurrir a pateras, cayucos y neumáticas.
La precariedad de las embarcaciones, las largas distancias, los intereses políticos y las demoras en la activación de los servicios de rescate son algunas de las causas que hacen, según Caminando Fronteras, que la ruta atlántica siga siendo la más mortífera. “Cuando se da la alerta, la lancha tiene un tiempo máximo de 20 minutos para activarse. Si pasa más tiempo, se crea en el sistema una incidencia muy grave. Es la gestión previa a activar a los servicios de rescate lo que tarda más”, explica Ismael Furió, secretario de organización del sector mar y puertos de la Confederación General de Trabajo (CGT).
Furió ha trabajado en la ruta migratoria de Canarias y explica que en la crisis de 2006 se tardaba menos en actuar. “Ahora no se trata cada llegada como una emergencia, sino como un problema migratorio. El Ministerio del Interior debe preguntar a Marruecos si la embarcación está en su zona. Marruecos tarda en contestar. Después se decide si se espera o no a que la patera entre en zona española. Todo esto puede demorarse hasta dos horas”, cuenta el trabajador.
Las tragedias contabilizadas han ido creciendo con el paso de los años. Hasta ahora, 2021 arrastra la cifra más alta (1.126), seguido de 2020 (877). El año actual también va camino de convertirse en uno de los años más letales en la ruta. Hasta el momento, la OIM ha contabilizado 447 fallecimientos en el camino. De acuerdo con los monitoreos del colectivo Caminando Fronteras, en constante contacto con las familias de los migrantes, el año pasado la ruta canaria se tragó el cuerpo de más de 4.000 personas. Este mismo colectivo apunta que en lo que va de año, las Islas suman 800 muertes.
Naciones Unidas pidió en abril “acciones urgentes” ante el aumento de las muertes en la ruta. Acnur solicitó el apoyo de los Estados para ofrecer alternativas a estos viajes y evitar “que las personas se conviertan en víctimas de los traficantes”. La Agencia de Naciones Unidas para los refugiados ha pedido que se refuerce la asistencia humanitaria, el apoyo y las soluciones para las personas que necesitan protección internacional y los supervivientes de graves abusos de los derechos humanos.
Falta de medios humanos
Ismael Furió sostiene que el principal problema de los equipos de salvamento es la falta de medios humanos. “El Estado ha puesto medios materiales, pero las condiciones de trabajo siguen siendo las mismas”, asevera. El marinero señala que los tripulantes de una Salvamar realizan guardias de 24 horas durante una semana de forma ininterrumpida. “En estas guardias en Lanzarote o Fuerteventura puedes pasarte 16 horas en el mar”, cuenta.
En el caso de la Guardamar, los tripulantes pasan embarcados un mes. “Esto es terrible, y más con la presión de trabajo que hay en la zona”, resalta. Furió insiste en que, además, siempre hay alguna lancha inoperativa para su mantenimiento o trabajadores de baja por razones psicológicas. “Nos enfrentamos a la muerte todos los días. Algunos rescates salen bien, pero otras veces tienes que sacar del agua un cadáver de la edad de tu hija y continuar a por otra patera”.
Cuando los ocupantes de la patera de Steve fueron rescatados por Salvamento, la Guardamar Calíope ya tenía 80 personas en su cubierta de un rescate anterior. “Vivimos en el desborde desde hace tiempo. Nuestras unidades saben muy bien lo que es salir a por una patera, rescatar a 50 personas, ir a la base y tener que salir de nuevo porque hay otra alerta”, relata Ismael.
“El juego es tan cruel que el servicio de patera solo cuenta desde que sales de la base hasta que regresas, pero no las horas extra de navegación que realizamos por ejemplo cuando no hay espacio en una isla y tenemos que trasladar a las personas a otra”. Esta estampa se ha repetido en Lanzarote en varias ocasiones. En agosto, la congestión de las carpas del CATE (Centro de Atención Temporal de Extranjeros) de Arrecife obligó a derivar a Fuerteventura una embarcación localizada en alta mar.
Entre las personas que, según la OIM, han muerto entre 2014 y 2022 tratando de llegar a Canarias hay 129 niños. La mayoría de los fallecimientos se han producido por hundimiento de las embarcaciones (2.343) y por condiciones meteorológicas adversas y falta de agua y comida durante la travesía (557). En 48 de los casos contabilizados por la OIM se desconoce la razón de la muerte. Otras 22 personas han muerto por falta de atención sanitaria adecuada, cuatro por actos violentos durante su periplo y dos por accidentes del vehículo en el que viajaban al punto de salida de la patera.
Entre el 1 de enero y el 31 de octubre han sobrevivido a esta ruta 14.457 personas en 323 pateras, de acuerdo con datos del Ministerio del Interior. Para Furió, embarcar un mes es saber “que no habrá días ni noches”, solo momentos de paz y de tensión. “Nos dicen que de los ocho tripulantes estarán de guardia cuatro y que el resto puede descansar. Pero no saben lo que es navegar a 50 kilómetros por hora, escuchando gritos y golpes en un rescate y a tus compañeros dejándose la piel en la cubierta. Cuando hay que salvar vidas, nadie se queda en la cama”.