Veintiocho de los 43 hombres que partieron en cayuco el 15 de diciembre desde Nuadibú (Mauritania) hacia Canarias, probablemente hacia El Hierro, murieron de sed, hambre y frío en el Atlántico en las dos semanas siguientes después de que perdieran el rumbo al romperse su navegador GPS.
En los expedientes de extranjería, cada patera lleva un número que la identifica. Lo asigna la Policía. Es llamativa la fijación con los números que tienen las instituciones implicadas en la asistencia a los migrantes que arriesgan la vida en la Ruta Canaria: va más allá de cuántos salen o cuántos llegan, alcanza hasta la última despedida.
Entre las lápidas más recientes colocadas en 2023 en los cementerios de El Hierro, donde reposan los cuerpos que sí llegaron a tierra en el año con más muertos que se recuerda en la Ruta, es fácil encontrar inscripciones como tripulante 1, inmigrante k 2, inmigrante F01 o, simplemente, F-08 y J-15, junto a una fecha.
Probablemente Abdoulaye, Sacko, Kasa, Mamadou, Yakary, Bacary, Kebe y sus compañeros no lo sepan, pero el cayuco al que sobrevivieron es también para la burocracia un número, la embarcación 115 bis, la que ocupa el puesto 606 entre las 610 registradas en todo el año en Canarias; la 115 solo en El Hierro.
Detrás de esas cifras están las historias de los hombres que iban a bordo del cayuco, la mayoría jóvenes de Mali. Varios de ellos eran adolescentes, casi niños, y muchos procedían de la ciudad de Kayes y las aldeas que la rodean, lo que está facilitando la identificación de los desaparecidos, porque casi todos se conocían.
Su tragedia no es única, se ha repetido muchas veces en el Atlántico. Ni si quiera lo es en aquellos días finales de 2023, ya que casi al mismo tiempo que ellos salieron de Nuatchok (Mauritania) otras 60 personas de las que nunca más se supo, pero ilustra bien lo que les ocurre a las decenas de pateras y cayucos que cada año desaparecen en el Atlántico con todos sus tripulantes a bordo sin dejar rastro, como describen los informes de Naciones Unidas.
Esta es una reconstrucción de lo que les sucedió, realizada a partir de los informes de Salvamento Marítimo, de los testimonios prestados por los supervivientes en sus primeras horas en tierra y también unas semanas más tarde, en el centro humanitario del norte de Tenerife donde fueron acogidos, así como por los detalles facilitados por las familias a las ONG que colaboran en su identificación.
Un catamarán en el Atlántico
A las 13:40 hora del 30 de diciembre, las vidas de Abdoulaye, Bacary y los demás se cruzaron a 315 kilómetros al suroeste de El Hierro con las de los tripulantes de un velero turístico.
Era el catamarán Knot Working, de Soul Sail, una empresa alemana que organiza travesías de placer desde Europa al Caribe (entre otros lugares) a unos 3.000 euros por cabeza, casi lo mismo que llegan a pagar cientos de jóvenes africanos por un hueco en una patera (Naciones Unidas, informe de UNODC sobre la Ruta Atlántica de 2022).
La alerta emitida por los marineros del catamarán precisaba que tenían a la vista un cayuco a la deriva con una docena de personas muy débiles y tres cadáveres (cinco, se descubrió después). La distancia a tierra era tal y los informes tan preocupantes, que Salvamento Marítimo decidió movilizar a sus dos helicópteros en Canarias, los Helimer 206 y 204, con instrucciones de que repostaran antes en El Hierro para poder aguantar lo máximo posible en vuelo.
Llegó primero el 206, que recogió a las 17:46 horas a los ocho migrantes en peor estado aparente, seis adultos y dos menores, hermanos. Media hora después, se situó sobre el cayuco el 204, que se evacuó a los otros siete, entre ellos también dos menores.
Los quince recibieron la primera atención médica en el aeropuerto de El Hierro, donde se comprobó que presentaban síntomas de hipotermia y, sobre todo, de deshidratación, en dos de los casos severa: uno fue ingresado en el Hospital de Valverde y a otro lo derivaron al Hospital de La Candelaria, en Santa Cruz de Tenerife.
También estaban desorientados, tanto, que en esos primeros momentos dieron cifras dispares de los días que llevaban en el mar. Unos decían que quince, otros que por lo menos 20. Sí informaron de que muchos de sus compañeros habían muerto en la travesía, pero tampoco pudieron ofrecer entonces cifras claras: sus primeros testimonios arrojaban una horquilla de víctimas de entre 30 y 40.
Para angustia de las familias que telefoneaban desde Mali y Francia, durante unos días quedó flotando la duda de cuál de los cayucos perdidos en aquellas fechas era, porque las cifras también encajaban con el grupo de 60 de Nuakchot. Sin embargo, tras cruzar todos los testimonios, tanto Cruz Roja como la ONG Caminando Fronteras tienen claro que se trata del cayuco de Nuadibú, que partió con 43 ocupantes, todos hombres. Y el saldo de muertos asciende a 28.
La avería del GPS
Los supervivientes no han precisado adónde se dirigían, aunque probablemente era a El Hierro, por su posición. La más occidental de las Islas Canarias fue mucho tiempo destino solo accidental de los migrantes que parten hacia Canarias, la última oportunidad de aquellos que se quedan a la deriva antes de perderse en el Atlántico.
Sin embargo, desde el pasado septiembre, la mayoría de los cayucos ponen rumbo directo a El Hierro, tanto si salen de Senegal (1.400 kilómetros), como si lo hacen de Mauritania (760 Km), porque esa ruta les permite alejarse rápido de la costa y evitar que los intercepten por las patrulleras marítimas, aunque sea más peligrosa.
A los ocupantes del cayuco 115 bis les jugó una mala pasada el navegador. Se averió en los primeros días de travesía, cuando ya no tenían ninguna referencia visual para regresar, ni estaban lo suficientemente cerca de Canarias como para ver en el horizonte los 3.715 metros del Teide, la mayor elevación de todo el Atlántico.
Como al partir habían cargado agua y gasolina solo para cinco días, lo que suele durar una travesía de Nuadibú a Canarias, desde el 20 de diciembre su situación se volvió desesperada, como han relatado los supervivientes. Sin nada que beber, también se quedaron sin combustible, a merced de las corrientes y el viento que empujan hacia el oeste, cada vez más lejos de tierra y de las rutas de navegación.
En los diez días siguientes, perecieron 23 personas, la mayoría de sed, en un proceso que aceleró la tentación de beber agua del mar. Los que se apagaron de esa manera, poco a poco, fueron arrojados al mar por sus compañeros de travesía mientras les aguantaron las fuerzas (cinco cuerpos quedaron desmadejados en el fondo del cayuco, como atestigua una foto aérea que EFE publica con este reportaje).
Otros cayeron al agua y no pudieron regresar a bordo. Los supervivientes no han querido entrar en detalles en sus testimonios, pero el historial de la Ruta Canaria demuestra que algunas personas deciden poner fin a su vida así al no soportar más la agonía de estar perdidas durante días en el océano y otras se tiran en pleno delirio provocado por la deshidratación, a veces creyendo ver tierra.
La sed y la deriva
En los cinco cuerpos recuperados el 3 de enero por la Guardamar Urania todavía en el cayuco para que recibieran sepultura en Tenerife se apreciaba clara la huella de la deshidratación. Eran cinco chicos de entre 18 y 30 años, que expiraron en las 48 horas previas al encuentro con el catamarán, según las autopsias. Solo seguían a bordo porque sus compañeros ya no tenían energía para empujarlos al agua.
Sin una referencia cierta de cuándo y dónde se quedaron sin gasolina, no se sabe qué distancia pudieron recorrer a la deriva.
No obstante, en el expediente del rescate hay algunos detalles que permiten intuir lo que vivieron: el cayuco fue arrastrado 118 kilómetros hacia el suroeste en solo cinco días, desde el punto donde los avistó el catamarán el 30 de diciembre (25º 36,87N 020º 13,23W), hasta el lugar donde la Guardamar Urania volvió a encontrar el cayuco con los cadáveres el 3 de enero (25º 06,0N 021º 15,0W).
Y ello, a pesar de que en algún momento fueron tan conscientes de su situación, que lanzaron por la borda un ancla flotante para ralentizar la deriva, como se aprecia en la foto de Salvamento.