El Hierro a la vista: la celebración que se cobró 51 vidas

José María Rodríguez /EFE

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Después de aquellos ocho días sin distinguir más que olas, espuma y horizonte, entre los hombres del cayuco se extendió el pálpito de que el patrón se había perdido, de modo que cuando un muchacho gritó que veía una isla, sus compañeros de estribor se levantaron como un resorte para mirar y unos cuantos más se les echaron encima. Así sobrevino la tragedia.

Con las primeras luces del 29 de abril, un petrolero con bandera de Liberia, el Beskidy, se aproximaba a Canarias en su ruta desde Brasil a Cartagena. Pasaban las 7.45 horas de la mañana cuando desde el puente alertaron a Salvamento Marítimo de que tenían delante una barca semihundida, de unos 15 metros, con personas haciendo señales.

Eran los nueve últimos supervivientes de los 60 hombres de Senegal, Mali y Guinea, en su mayoría veinteañeros y adolescentes, que habían partido en la noche del 17 al 18 de abril desde el puerto de senegalés de M'Bour. Estaban a 110 kilómetros de El Hierro. Llevaban días tratando de llamar la atención de los mercantes que pasaban a la vista de su cayuco, el Beskidy era el cuarto.

Cuando poco después los sacó de allí un helicóptero de Salvamento, el Helimer 206, contaron a la Cruz Roja en El Hierro y también a la Policía que sus 51 compañeros de travesía se habían ahogado y que ellos llevaban casi dos días así, encaramados sobre los restos del cayuco. Fue más tiempo, en realidad fueron cinco días.

¿Qué les pasó? La Agencia EFE ha tenido acceso a los testimonios que han prestado, ya con el alta médica y algo más de sosiego, a una de las entidades que trabajan en la búsqueda desaparecidos en la Ruta Atlántica. Son A.M., de 30 años; K.N., de 28; P.F., de 21; Y.A. y M.K., de 20; y A.F., C.F., M.C.Y. y B.D., cuatro muchachos de 17.

Los nueve son senegaleses, todos trabajaban como pescadores o buzos en su país antes de emigrar a Europa de la única manera al alcance de gente como ellos, el cayuco. A los nueve los respetó el mar, pero con un alto peaje, ya que perdieron amigos y a un hermano.

Miedo a estar perdidos

Coinciden en su relato en que, el día que sucedió todo, eran ya muchos a bordo los que temían que se habían extraviado. De M'Bour a El Hierro hay 1.500 kilómetros de navegación, pero ocho días en el mar deberían haber bastado para que al menos hubieran visto ya las Islas Canarias, al menos la más alta de ellas, o eso pensaban.

En un cayuco siempre hay que racionar víveres y procurar no desperdiciar la gasolina. Sin comida, la gente puede aguantar algunos días; sin agua, las personas se apagan poco a poco o deliran; y, sin combustible en océano abierto, todos están perdidos, a menos que medie un milagro.

En esos preocupaciones estaba sumida la mayoría cuando alguien avisó por estribor de que veía una isla. Los supervivientes aseguran que divisaban El Hierro. Se encontraban aún lejos de La Restinga, a 110 kilómetros, de modo que también es posible que la primera silueta que se les representara en el horizonte fuera la pirámide de 3.715 metros de altura que forma el Teide, sobre todo a la salida del sol.

Fuera Tenerife o fuera El Hierro, no tuvieron tiempo siquiera de pensarlo. Cuando muchos de los ocupantes de la barca se vencieron hacia estribor movidos por la euforia de quien grita ¡Boza! al creerse a salvo y cerca de su destino, el cayuco volcó por ese lado.

La mayoría se ahogaron en los minutos siguientes. Los que estaban agarrotados por el efecto de no haber cambiado apenas de posición en ocho días se hundieron como piedras, mientras que los que sabían nadar trataron de alcanzar la barca y agarrarse, pero no todos lo lograron: a muchos los arrastraron los que braceaban a la desesperada y se le aferraban violentamente, intentando seguir a flote.

Los once que quedaron se subieron como pudieron al cayuco volteado, con la quilla al sol. Su destino era esperar un milagro sin comida, agua ni motor: todo se había ido al fondo en el vuelco.

Un esfuerzo imposible

Habían pasado apenas unas horas cuando un golpe de mar o un mal movimiento de los que se habían trepado a la quilla hizo que el cayuco se tambaleara de nuevo. Dos chicos más ahogaron en ese episodio, entre ellos, el hermano de uno de los supervivientes.

Los nueve que aguantaron lo tuvieron claro: si querían conservar alguna opción de salir vivos de aquel trance, por mínima que fuera, debían voltear el cayuco a su posición natural y confiar en que siguiera flotando aunque se llenara de agua, pues era de madera.

Los tripulantes de Salvamento Marítimo destinados en El Hierro y los operarios que se encargan de destruir las barcazas que llegan al puerto de La Restinga cargadas de migrantes africanos calculan que un cayuco senegalés de 15 metros puede pesar unas 15 toneladas.

Girarlo era una locura, pero lo lograron. El petrolero Beskidy los encontró al cabo de cinco días recostados sobre la embarcación, ya semihundida, solo con parte de la proa y de la popa por encima del agua, pero en su posición natural. ¿Cómo lo consiguieron?

Es probable que la condición de hombres de mar de todos ellos y el instinto de supervivencia les ayudara a dar con la manera. Eso... y el principio de Arquímedes. El caso es que lo consiguieron y que, por desvarío que parezca, su relato le resulta creíble a la Policía.

Tres cuerpos, otro naufragio

Atrás quedaron sus compañeros de travesía. Esta vez no había mujeres ni tampoco niños a bordo, solo hombres jóvenes, algunos todavía adolescentes. Los 51 que faltan han pasado a engrosar la lista de víctimas de este 2024 en la Ruta Canaria.

Naciones Unidas la cifra en un mínimo de 126 personas, pero entidades sociales como Caminando Fronteras la elevan claramente ya por encima de las 1.200 vidas perdidas, solo de enero a marzo.

La aparición los días 7, 8 y 11 de mayo de tres cadáveres de hombres africanos en la costa de La Gomera, dos en el norte y uno en el sur, ha llevado a algunos a preguntarse si se trata de ocupantes de ese cayuco, sobre todo tras saberse que las autopsias determinaron que habían muerto unas tres semanas antes, a final de abril.

Sin embargo, expertos en las corrientes marinas de la zona del Instituto de Oceanografía y Cambio Global de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria consultados por EFE lo consideran improbable, casi imposible. El cadáver de una persona que se ahogue tan al sur de El Hierro nunca, o probablemente nunca, llegaría al norte de La Gomera y muy difícilmente sería arrastrado al sur de esa isla.

Ello solo significa una cosa: a finales de mayo seguramente hubo otro naufragio cerca de La Gomera, no se sabe de quiénes, no se sabe de cuántos. Esta vez sin supervivientes ni testigos, sin nadie que cuente lo sucedido y pueda dar certeza y paz a las familias.