''Si pudiera volver atrás en el tiempo, lo haría, y no habrías cruzado el mar''. Las palabras de despedida que Charlotte envió a su hijo aún resuenan en la parroquia de Telde. Los restos de Moisés Yván Mathis Brou, un niño de cuatro años nacido en Costa de Marfil, descansan ahora en un cementerio de Gran Canaria. El pequeño fue enterrado un año después de haber muerto en una neumática en el Atlántico. Una corona de flores cuida su nicho: ''Hijo mío, tu madre te ama''. Ella solo pudo darle el último adiós a través de una carta, leída en voz alta por una voluntaria: ''Tú sabes que yo no deseaba tu muerte. Yo quería que cruzaras, como todos los niños que han cruzado, que llegaras allá''.
Moisés es una de las pocas víctimas sepultadas con nombre y apellido en el Archipiélago y uno de los rostros de la letalidad de la ruta canaria. El océano Atlántico se cobró el año pasado más de 6.000 vidas y en lo que va de 2024 suma 4.808 muertes más. La última tragedia tuvo lugar este jueves, cuando el crucero de lujo Insignia, que viajaba de Cabo Verde a Tenerife, rescató a un cayuco a la deriva con 65 supervivientes y cinco cadáveres a bordo. Llevaban al menos 19 días en alta mar y, poco tiempo después de ser localizados, otra persona falleció en el crucero. Según el relato de los supervivientes, otros 33 cuerpos se quedaron en el mar.
Estas cifras de guerra se suceden cada año y la ruta atlántica lleva tiempo siendo la más letal de acceso a España. Según el último monitoreo de Caminando Fronteras, solo entre enero y mayo han muerto en esta travesía al menos 4.808 personas. Una víctima cada 45 minutos. La mayoría de los fallecidos comenzaron el viaje en Mauritania (3.600), Senegal (959) y en la ruta entre Guelmin y Dajla (249). La precariedad y la inseguridad de las propias embarcaciones explican parte de estas muertes.
La sobrecarga de las pateras ha provocado múltiples accidentes en las playas de salida. Estas barcazas recorren largas distancias con medios insuficientes, y el frío, el oleaje, la falta de agua, de comida o los fallos en el motor han hecho que al menos 47 cayucos, pateras y lanchas neumáticas hayan desaparecido con todos sus ocupantes a bordo.
Según explica Caminando Fronteras en su informe, estas no son las únicas razones. El aumento “alarmante” de víctimas también responde a la irresponsabilidad política. “Existe una mala coordinación entre los países que deben activar los servicios de rescate cuando se trata de personas migrantes”, apunta. En esta línea, añade que, en general, se produce una demora de la activación de los medios de búsqueda y de rescate, ya que las negociaciones entre los Estados tienen un “enfoque migratorio” y no de defensa del derecho a la vida.
“No se activan los medios de búsqueda y de rescate necesarios, a pesar de tener posiciones exactas de dónde se está produciendo un naufragio”, subraya el documento. El colectivo ha detectado un aumento de métodos de búsquedas pasivas, dando avisos a los barcos que están en la zona para que reporten si ven una embarcación en peligro, en lugar de emprender mecanismos de búsqueda activos movilizando todos los medios disponibles.
“Verte una última vez no ha podido ser”
El número de muertes apenas marca la agenda política en Canarias, pero cada cifra golpea con fuerza a un hogar en la costa de África Occidental. Diferentes organizaciones trabajan en el acompañamiento psicológico de quienes han perdido a seres queridos en las fronteras. Otras veces, las familias pasan años esperando noticias que no llegan. Mientras no haya un cuerpo, hay un rayo de esperanza, pero en el Atlántico la mayoría de los cadáveres no se recuperan, empujando a las familias a una “pérdida ambigua”.
El informe Familias de personas migrantes desaparecidas publicado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) apunta a la tristeza, la rabia y el miedo a los sentimientos más frecuentes que aparecen entre las familias, así como también la depresión, la ansiedad, la soledad y el agotamiento.
Es el caso de las familias de los dos migrantes que fueron enterrados sin identificar hace un mes en La Gomera. Sus cuerpos, junto al de un tercer hombre, fueron arrastrados por el mar hasta la costa de esta isla. Uno de ellos portaba un chaleco salvavidas naranja y un collar de rezo musulmán, que hicieron sospechar que se trataba de las víctimas de los naufragios recientes que se habían registrado en Canarias.
En el caso del niño Moisés, el cuerpo sí pudo ser recuperado. Su cadáver pasó doce meses en una cámara de frío del Instituto de Medicina Legal de Las Palmas, esperando a que se concluyeran todos los trámites de su identificación y así poder ser sepultado. En La Gomera, la falta de recursos en el Instituto de Medicina Legal hizo que los cuerpos de los hombres que llegaron sin vida a la costa tuvieran que permanecer amontonados en una nevera ''uno encima de otro'' durante una semana.
Moisés fue enterrado el pasado 15 de junio. ''Hijo mío, mañana es tu entierro. Muchas veces estoy aquí y pienso que me van a llamar y me van a decir que Mois ha resucitado. [...] Te voy a extrañar mucho. Quería, quiero estar ahí. Verte una última vez, pero no ha podido ser'', continúa la misiva de Charlotte.
“Tengo el corazón roto. Todo el sufrimiento que hemos pasado en Marruecos, este no era el resultado que yo quería. No era lo que yo quería, pero dios sabe por qué ha permitido esto. Te amo. Nunca te voy a olvidar hijo mío, que tu alma descanse en paz”, termina la carta.