Quince tumbas, una placa y trece nombres en recuerdo de medio centenar de fallecidos en un cayuco que se perdió al sur de El Hierro

Gema González (Efe)

Santa Cruz de Tenerife —
20 de junio de 2021 21:46 h

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A las doce del mediodía de este domingo, miembros de la Asociación de Malienses de Tenerife han colocado una placa sobre una lápida sin nombre en el cementerio de Santa Lastenia, en Santa Cruz de Tenerife, en recuerdo del medio centenar de personas inmigrantes que murieron en un cayuco que se perdió al sur de El Hierro.

La placa ha sido colocada junto a las tumbas no identificadas de las quince personas fallecidas y tiene grabados los nombres de trece de las víctimas.

Las manos se afanan en presionar la fina lámina de metacrilato contra el mármol, pero la pasta blanca no termina de secar bien, así que deciden dejarla reposar sobre el zócalo.

Mamadou Camara, Sacko, Aly, Sékou Sylla, Cissé, Alamason, Abache, Fadiala, N'famori, Fousseni, Djibril, Alou Coulibaly y Drissa Diallo son los trece nombres que aparecen grabados en la placa.

Todos ellos viajaban en el cayuco que fue localizado a la deriva el pasado 26 de abril a unos 500 kilómetros de la isla de El Hierro con tres supervivientes y 24 cadáveres a bordo.

Nueve de los 24 inmigrantes fallecidos fueron enterrados en Igueste de Candelaria, y los quince restantes en Santa Lastenia.

La embarcación partió de Mauritania con más de sesenta personas, por lo que resulta imposible saber si alguno de los cuerpos sepultados ha sido realmente identificado.

El testimonio de los tres supervivientes revela que pasaron 18 días a la deriva y que fallecieron poco a poco de hambre y sed.

A los que morían los tiraban por la borda y se quedaban con sus prendas para refugiarse del frío por las noches. Pero llegó un momento en el que no tenían fuerzas ni para eso.

Casi dos meses después de esta tragedia, la mayor ocurrida en Canarias desde 2009, la Asociación de Malienses de Tenerife ha querido rendir homenaje a los fallecidos, en un intento por devolverles su humanidad, su dignidad y de dar descanso al duelo imposible de las familias.

Poco antes de las doce del domingo 20 de junio llegan los primeros representantes de la asociación, pero en unos pocos minutos alcanzan la veintena.

Una vez han llegado todos, avanzan despacio hacia las tumbas de sus compatriotas, que lucen áridas y huecas. Unas pocas flores secas son el único ornamento del mármol virgen.

Se disponen lentamente en semicírculo frente a las lápidas, y Buba Konate, presidente de la comunidad maliense, comienza a leer su manifiesto.

Con dolor, Konate recuerda que los que mueren en la ruta canaria “no son números”, que todos nacieron con nombre y apellidos, aunque no los conozcamos, y que hay padre, madre, hijos, mujeres o amigos que no los olvidan al otro lado del Atlántico.

Finalizado el discurso, todos elevan las palmas de sus manos hacia el cielo, unidas por sus dorsos interiores, como si fuesen a recoger agua.

La comunidad maliense comienza entonces la plegaria, una oración “para que dios los perdone y les abra las puertas al paraíso”.

La mayoría mira al suelo, mientras el turno de palabra va pasando con armonía entre los miembros. Entre ellos se encuentra Moussa, uno de los tres supervivientes del cayuco, que sujeta la placa con los trece nombres en silencio, visiblemente afectado.

Al homenaje también han asistido una madre y su hija, ambas con un ramo de gerberas blancas; y Mari y su marido, los dos de unos sesenta años, junto a Mohamed Ndoye, “su suerte”.

De pie frente a las tumbas de sus compañeros, Mohamed asegura que solo puede sentirse afortunado. Llegó en un cayuco al puerto de Los Cristianos (Tenerife) hace más de siete meses desde la ciudad pesquera de Mbour, en Senegal.

Su embarcación llevaba comida y agua para seis días, pero la travesía en alta mar duró once, “así que estuvimos cuatro días sin comer ni beber nada”, recuerda.

Durante tres meses convivió con otros cientos de inmigrantes en los refugios de Puerto de la Cruz, hasta que en marzo Mari y su marido decidieron acogerlo en su casa. “Fue una suerte mutua”, asegura la mujer.

El joven mantiene que tiene 15 años, pero que le han denegado la minoría de edad. “Se ha demostrado que esas pruebas no son fiables, pero se han negado a revisar la petición de la minoría de edad”, lamenta Mari.

Pescador desde los siete años, Mohamed reconoce que su mayor preocupación es ayudar a su madre, a la que Mari y su marido envían dinero cada mes.

La mujer se muestra orgullosa de lo rápido que ha aprendido español el joven, y asegura que seguirán intentando arreglar sus papeles, “pues todos tienen derecho a una oportunidad, a poder construirse una vida digna”.

Concluido el acto, Mohamed se acerca a hablar con los miembros de la asociación. Sonríe, se abraza con algunos y juntos, abandonan el cementerio.

Al fondo quedan quince tumbas, una placa y trece nombres.

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