Steve estuvo a punto de cancelar la entrevista varias veces. No quería revivir la noche del 22 de abril en la que vio morir a 25 de las 61 personas con las que cruzó el océano hacia Canarias. Al final, con la mirada perdida, decidió relatar la letalidad de la ruta migratoria canaria. El camerunés de 26 años llevaba cuatro recorriendo el continente en busca de oportunidades. El racismo y la falta de trabajo lo llevaron a intentar llegar a Europa hasta en cuatro ocasiones. Las dos primeras desde Tánger a través de la ruta del Mediterráneo. En ambas su patera fue interceptada por la marina marroquí en el mar. La tercera vez compró una neumática con unos compañeros, pero se les pinchó en el desierto. La cuarta se le aparece a diario desde hace dos meses: “Me asaltan las imágenes todos los días”.
“Trabajando en una plaza de Rabat me hablaron de El Aaiún”. De este punto del Sáhara Occidental parte la mayoría de embarcaciones precarias que han llegado a las Islas entre 2021 y 2022. Él y otras personas de distintas partes del continente viajaron en una guagua hasta esta ciudad, pero no pudieron entrar. “El bus no puede entrar a El Aaiún con personas negras que no tengan papeles”, cuenta. Poco después de atravesar Tan Tan, el chófer de la guagua se puso en contacto con un traficante que les fue a buscar en coche. Por el viaje, Steve pagó poco más de mil euros.
“Cruzamos una especie de desierto, llegamos a la playa y nos embarcamos”. Steve recuerda ese instante como un momento violento. Las mujeres y los niños tenían que entrar primero. Después, todos los hombres trataban de subirse a la patera de madera, pero algunos se quedaron fuera. “Yo entré poco después que las mujeres y me puse justo delante. Si tú coges una plaza, tienes que quedarte en la misma posición hasta que llegas al destino. No puedes moverte, ni levantarte, ni cambiarte de postura. Muchas veces hay conflictos y disputas porque hay personas que se quedan de pie y tienen que dormir y hacer todo de pie. Entonces, hay tensión”, narra el camerunés.
En el punto de salida suelen repartir chalecos salvavidas. “Yo cometí un error. Una mujer me pidió ayuda en la patera para inflarlo. Yo le dije que estuviera tranquila, que no le iba a hacer falta. Por suerte esa chica ahora está viva”. Después de tres días en el agua, al cuarto tocaron tierra. En mitad de la travesía, vieron pasar un “barco grande” que siguió de largo. “Todo el mundo estaba vivo hasta el momento del rescate”.
La Guardamar Calíope de Salvamento Marítimo, que ya tenía en su cubierta a 80 personas de dos rescates anteriores, se acercó a la patera. El pánico y la necesidad de estar a salvo hizo que todas las personas se levantaran y que la embarcación volcara. “Nos decían que primero las mujeres y los niños. Todas las personas cayeron al mar. Algunos sabíamos nadar, pero muchos otros no”. Los marineros de Salvamento Marítimo lanzaron al agua cuerdas y chalecos e intentaron salvar todas las vidas posibles, pero solo pudieron subir a la Guardamar a 36 supervivientes: 24 hombres, 11 mujeres y un niño. De las personas que se hundieron en el mar, solo pudieron rescatar el cuerpo de una mujer adulta.
Tanto los supervivientes como el personal de Salvamento Marítimo pasaron mucho tiempo en el mar durante la noche. “Estuvieron buscando con las linternas por si había alguien más vivo en el agua En ese tiempo pudieron rescatar a algunas personas más, porque había gente que con el chaleco pudo flotar”, recuerda Steve. Desde entonces, el camerunés permanece en un recurso de acogida de Cruz Roja y recibe apoyo de psicólogos y asistentes sociales.
La vida de Steve antes de ser un superviviente
A Steve le apasiona la música y también el deporte. Si tiene que elegir una artista, se queda con K-Tino. Una cantante camerunesa del género bikutsi, tradicional en el país. En Camerún él jugaba al fútbol, pero no pudo progresar. “Hay gente que tiene más privilegios y que conoce a personas que le ayudan a progresar en el deporte”, reconoce.
Su vida estuvo marcada por el conflicto político que golpea desde hace años a este país. Camerún sufrió dos procesos de colonización distintos. Uno por parte de Reino Unido y otro por Francia. Las regiones se unificaron en 1961, pero las diferencias no han desaparecido. Estas divisiones separaron también a la familia de Steve. Su madre, que murió cuando él tenía 12 años, era de la parte anglófona y su padre, de la francófona. “Continuamente hay protestas y reivindicaciones. La Policía puede entrar a tu casa y arrestarte durante las redadas para identificar a separatistas anglófonos”, asegura.
Steve no era activista ni independentista, pero también sufría el impacto de vivir en estas circunstancias. Él vivía en una residencia de más de 50 pisos con mucha gente. Entre ellos, trabajadores y estudiantes. En más de una ocasión, las autoridades registraron su apartamento.
Durante un tiempo trabajó en la construcción y en un laboratorio de biotecnología. También estudió los materiales necesarios para edificar carreteras. Lo que ganaba no le permitía tener grandes lujos, pero podía sobrevivir. Gracias a un amigo de su tía comenzó a estudiar en la Universidad. Sin embargo, no tenía dinero suficiente para terminar la carrera y comenzó a trabajar como transportista.
Fue en 2018 cuando decidió salir de Camerún para buscar mejores oportunidades. Entonces, España no estaba en sus planes. Su primer destino fue Argelia. “Allí trabajé un tiempo, pero las autoridades nos rechazaron y nos expulsaron al desierto”. Si esto no hubiera pasado, Steve se habría quedado en Argelia trabajando. “Hay mucha gente que no tiene la necesidad de arriesgar su vida para llegar a Europa”.
El camerunés cruzó a Marruecos. Le habían dicho que allí no había tantas posibilidades de que fuera expulsado del país. Rabat, Agadir o Tánger fueron algunas de las ciudades en las que trabajó como agricultor y ganadero. El racismo hizo que la patera apareciera en sus planes de futuro. “Había muchas personas que no querían contratar a personas negras y tampoco permitían que los negros estudiaran”, afirma Steve. En este punto, intentó tres veces salir de Marruecos por mar. A la tercera, se prometió no volverlo a hacer.
Gracias a una organización no gubernamental pudo empezar a estudiar un curso de electricidad. La única condición para terminar estos estudios era obtener un contrato de prácticas. “Encontré un hombre que me contrató de lunes a sábado, pero sin cobrar. No podía estar así”. Esta fue la razón que le empujó a embarcarse en una barcaza una vez más. Después de una hora de conversación, Steve da las gracias y pide marcharse. Empieza a caminar solo y repite su mensaje. “Si hubiera más oportunidades, no tendríamos que ponernos en peligro”.
Todavía no se conoce el número de personas que han muerto en la ruta migratoria hacia el Archipiélago en el primer semestre de 2022. Sin embargo, y aunque 2020 y 2021 rompieron los récords de muertes en esta travesía, se prevé que este año sea aún peor. Según los datos publicados por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en mayo, en solo cuatro meses perdieron la vida 211 migrantes africanos entre las costas africanas y Canarias.