Las otras víctimas de la falta de peces en Senegal: las mujeres transformadoras y vendedoras de pescado

La llegada en los últimos años de personas migrantes de Senegal ha puesto el foco en la sobreexplotación de las recursos pesqueros del país por parte de grandes buques asiáticos y europeos. La presencia de la flota extranjera deja sin oportunidades a los pescadores locales, quienes cuentan que se ven obligados a migrar siguiendo el rastro de los peces capturados en sus aguas. Sin embargo, hay otra parte importante del sector que sufre las consecuencias de la crisis pesquera en el país. Las mujeres que transforman y venden pescado son el otro eslabón de la cadena. Si los hombres no regresan del mar con peces, las mujeres no pueden procesarlos y ponerlos a la venta. El impacto a nivel económico es considerable si se tiene en cuenta que miles de mujeres en Senegal mantienen a sus familias gracias a la actividad pesquera.
El muelle de pesca de Joal es un reflejo del funcionamiento de esta cadena de suministro. La zona es un hervidero a las 12 del mediodía. Los camiones frigoríficos y las carretillas se entremezclan con decenas de personas que intentan vender o comprar pescado. Dos grupos de pescadores acaban de desembarcar y las mujeres van de un lado a otro para conseguir la mejor mercancía a un buen precio. Mahady lleva 25 años trabajando en este punto. Está divorciada y tiene cinco hijos. Se levanta a las 5 de la mañana para estar a las 6 en el muelle, de donde no se irá hasta caer la noche. Cuenta que hay días en los que puede ganar hasta 15 euros y que otras veces se marcha a su casa con la cartera vacía. Cuando la jornada es buena y hay muchas capturas, alquila un camión y se marcha a Dakar a vender pescado en los mercados. Pero esto, cuenta, es cada vez menos habitual. “Que dios me perdone, pero ahora mismo estamos en crisis porque no hay pescado”, se lamenta.
La historia de Mahady la viven miles de mujeres en Senegal, desde el norte hasta el sur. En 2022, había más de 45.000 personas registradas en el sector de la transformación, de las que un 90% eran mujeres, según Daba Diop, la presidenta de la Red de Mujeres de la Pesca Artesanal de Senegal. En Saint Louis, una ciudad de menos de 300.000 habitantes, solo en uno de los agrupamientos de transformadoras, el GIE Diambarou, hay más de 600 mujeres. Su secretaria, Yaram Fall, detalla que la mujer transformadora trabaja sin horario fijo y prácticamente todos los días de la semana. “En esta sala hay mujeres que pasan la noche aquí. Cuando recibimos el pescado alrededor de 19:00 o 20:00 ya no podemos ir a casa. Tú no puedes decir que por la mañana vas a hacer la transformación sino que dependes del momento del desembarco”, remarca.

Empieza a caer el día en el barrio pesquero de Guet Ndar y con el atardecer se vislumbran a cuentagotas algunos barcos que tocan tierra. En la zona trasera al punto de desembarco está instalado el puesto de transformación en el que trabaja sobre todo el GIE Diambarou. Una ligera neblina procedente de las brasas en las que se ahúma el pescado indica que ya hay mujeres manos a la obra. El trabajo de la transformación consiste en el procesamiento del pescado para su conservación a través de diferentes técnicas. Una parte de la mercancía procesada se destina al consumo local, sobre todo en la época de hibernación de las especies marinas, y otra parte a la exportación para los países vecinos como Benin, Ghana o Burkina Faso. La conservación se realiza mediante el salazón, secando el pescado, guisándolo o ahumándolo.
Las mujeres del sector sostienen la economía familiar
“Yo digo que estas mujeres son jefas de empresas. Una mujer que supervisa la educación de los niños, que asegura la salud, la comida diaria, y el resto de gastos es una mujer empresaria”, subraya también Fall. Las mujeres transformadoras y vendedoras de pescado suelen acarrear con los gastos familiares de la casa, la escolarización de los hijos, las comidas diarias y las medicinas cuando alguien de la familia se enferma. Por ello, la reducción de las capturas y, por consiguiente, el incremento de los precios supone un duro golpe para la economía familiar.
“Si ganas 3000 CFA (4,5 euros) y se lo das a tu familia para que pueda comprar arroz, aceite o lo que sea para comer o los gastos de la escolarización de los niños, ¿cómo vamos a ahorrar?”, se pregunta Mahady. Pero además, la escasez de pescado puede poner en riesgo la seguridad alimentaria de Senegal, tal y como alerta Aliou Ba, responsable de la campaña Océano de Greenpeace África, ya que en este país la dieta diaria se compone mayoritariamente de pescado y arroz. “Ellas son las que compran, venden y producen en el muelle, son las que aprovisionan el mercado local. Hoy en día, los consumidores están preocupados porque no hay mucho pescado. Porque incluso cuando se encuentra pescado, es caro” señala.
Mujeres como Mahady, Yaram o Diapa saben que las causas de la reducción de pescado son como un monstruo gigante al que es difícil hacer frente. Aliou Ba enumera como uno de los principales motivos la sobreexplotación de las aguas senegalesas en las que faenan tanto grandes buques (sobre todo asiáticos después de la finalización del acuerdo entre UE y Senegal) como barcos de pesca artesanal. Apunta también a la alta demanda internacional, lo que provoca que una gran parte del pescado de Senegal termine en la exportación. Por último, hace referencia a las industrias que usan los peces capturados en estas aguas para producir harina y aceite de pescado destinados al comercio exterior como alimento de animales. Ante los precios competitivos de las grandes empresas, las mujeres transformadoras y vendedoras poco pueden hacer. Mahady recuerda que hasta hace pocos años, una caja de pescado costaba entre 15 y 30 euros. Ahora, entre 90 y 100 euros. “Esto es una suerte de competición entre el mercado local y el mercado internacional”, apunta Aliou Ba.
Además, la sobreexplotación de las aguas de Senegal está provocando que dejen de verse especies que hasta hace años solían capturarse. Según el documento de Greenpeace África Mal de mer, la sardina, el jurel o la merluza negra son especies en un estado de sobreexplotación. Mahady recuerda que antes podía vender mucho pulpo, calamar y barracuda. “Antes con un pulpo podía ganar al día unos 70 euros. Ahora es muy difícil llegar a esa cifra. Dicen que el pulpo está hibernando, pero lo cierto es que pasan los meses y no se encuentra. No hay pulpo, no hay calamar, no hay pescado. Esto es muy difícil para nosotras”. Por ello, Mahady cuenta que algunas de sus compañeras han cogido esos mismos barcos de los que hoy apenas han venido con peces desde el mar, para migrar a Canarias. Reconoce que ella misma lo haría. “Yo no tengo los medios, pero si los tuviera, también partiría”, sostiene.
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