Quien quiera saber algo de la vida privada de un candidato en plena campaña electoral, que salga de España rumbo a Estados Unidos, porque aquí la inmensa mayoría de los políticos recelan de sacar a la luz sus “trapos sucios”, y más si las elecciones están a la vuelta de la esquina.
Un candidato a la Presidencia estadounidense, llámese Barack Obama o John McCain, puede aparecer en una iglesia evangélica en medio de una gran expectación y reconocer que ha tomado drogas, que ha cometido algunos excesos con el alcohol o que ha puesto los cuernos a su primera mujer, de la que tiempo después se divorció; todo esto, de hecho, ocurrió hace pocos días.
En España, de momento -y ojalá dure, dicen los políticos consultados-, imaginarse a José Luis Rodríguez Zapatero o a Mariano Rajoy hablando de sus “pecadillos” resulta algo así como irse a Marte en canoa.
Más datos para el contraste: si Obama se va a Hawai a pasar unos días de vacaciones, las fotografías en prensa le mostrarán en plena forma dándose un baño, paseando con su mujer Michelle y con sus hijas, pero aquí, ¿quién ha visto a Zapatero paseando en bañador por Doñana?, ¿quién a Rajoy darse un chapuzón en el Atlántico?
El celo por la vida privada es una de las pocas grandes diferencias que perviven entre las campañas electorales estadounidenses y las campañas españolas, cada vez más contagiadas por aquéllas.
Ninguno de los políticos consultados duda al respecto: jamás daría información sobre su intimidad, salvo la líder de UPyD, Rosa Díez, que, llegado el caso, estaría dispuesta a desvelar su credo religioso o sus valores morales siempre y cuando “no se eleven a categoría política”.
“En Estados Unidos se vende todo, aquí la vida íntima de un político se respeta mucho”, añade Díez en una opinión en la que todos coinciden. “La vida privada de un candidato forma parte de la cultura política estadounidense”, destaca el diputado del PNV Emilio Olabarria, quien llegó a estudiar su doctorado en el país de Abraham Lincoln.
Para este veterano dirigente, número uno por Vitoria en las últimas elecciones generales, “las campañas norteamericanas tienen una marcada impronta personal, ya que allí los ciudadanos eligen a un líder político antes que a su organización”, sea el Partido Demócrata, sea el Republicano.
“Este afán por la vida privada lo veo muy reprobable, pero es parte de la campaña, de campañas presidenciales, en las que la personalidad del candidato es un elemento crucial; en España las elecciones son legislativas y ese interés no es tan acuciante”, explica el político vasco.
Alfonso Guerra, diputado socialista en todas las legislaturas y ex vicepresidente del Gobierno, tiene muy claro que nunca en una entrevista proporcionaría información sobre sus convicciones morales o su intimidad, y eso que entrevistas le han hecho unas cuantas.
Por fortuna para él, “la religión no intercede tanto en unas elecciones en España como ocurre en Estados Unidos”.
La religión, en ocasiones una visión exacerbada de la misma, es uno de los elementos únicos de las campañas estadounidenses, y no hay candidato que pueda omitir este aspecto si quiere llegar a la carrera por la Casa Blanca con posibilidades de victoria.
El diputado de CiU Jordi Xuclá considera que este interés por la vida privada de los candidatos yanquis es uno más de sus shows. “Es una nación fundada sobre valores religiosos”, añade.
Por su parte, el secretario general del PP en el Congreso, José Luis Ayllón, se muestra convencido de que “preservar la vida personal es fundamental para un político”, básicamente porque su familia “no tiene la culpa” de “sufrir” los avatares de una profesión, la política, que roba mucho tiempo y que de por sí roba grandes dosis de intimidad.
Joan Herrera, de ICV, agradece que esta información siga sin interesar a la sociedad española y sin formar parte del juego electoral, incluso de la esfera política en general.
Claro que luego aparece la ministra Magdalena Álvarez en biquini o José María Aznar tomando el sol en un yate y cabe preguntarse si esas diferencias entre los dos lados del Océano tienden cada vez más a disiparse.