La arqueología canaria ante la oportunidad del siglo: una cueva funeraria aborigen intacta
Los arqueólogos que estudian cómo era la vida de las poblaciones aborígenes de Canarias acaban de encontrarse con una oportunidad como la que no se les presentaba desde finales del XIX: explorar una gran cueva funeraria, con al menos 72 individuos, que posiblemente nunca nadie ha tocado.
Solo tienen una pega: parte de la visera de esa cavidad se derrumbó en el pasado y hace tiempo que la lluvia, el sol, los cambios de temperatura y hasta las aves están erosionando poco a poco lo que en su día fueron 72 momias completas, reducidas ahora a una colección de huesos desordenados, pero que conservan una valiosísima información en riesgo de desaparecer para siempre.
La cueva se encuentra en el sureste de Gran Canaria, en el barranco de Guayadeque -uno de los enclaves de referencia, por ejemplo, en las colecciones del Museo Canario- y, de hecho, figura en los inventarios arqueológicos desde los años ochenta, pero nunca se había estudiado ni explorado, porque se encuentra en un lugar inaccesible, al que solo se llega escalando siete metros de pared.
Si ahora se va a estudiar, es porque corre verdadera prisa intervenir en ella, o los restos que todavía atesora desaparecerán de manera “inexorable” en el curso de unos años, ha reconocido el inspector del servicio Patrimonio del Cabildo y profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Javier Velasco.
Y todo ello, gracias a la colaboración ciudadana, a la actuación responsable de un grupo de aficionados a la arqueología, llamado “El Legado”, que consiguió fotografiar la cueva desde el aire en junio de 2019 con un dron y puso los hechos en el conocimiento del Cabildo al observar la cantidad de huesos que había en su interior y el grado de exposición a la intemperie que estaban soportando.
Javier Velasco y Verónica Alberto, arqueóloga de la empresa contratada para esta intervención de urgencia, Tibicena, han trepado hasta ese yacimiento y coinciden en su descripción: Se trata, dicen, de un enterramiento colectivo “fabuloso, excepcional”, como los que describen en sus libros los pioneros de este tipo de estudios, cuando a finales del XIX y principios del XX se exploraron la mayor parte de los yacimientos funerarios prehispánicos.
“Ha sido como un viaje en el tiempo”, resume Alberto. Un viaje doble, a la época en la que aún había grandes cuevas funerarias prehispánicas por explorar, y al pasado al que se retrotraen esos restos, datados, por ahora, entre los siglos VIII y XI dC.
Esas dos fechas se han obtenido por Carbono 14 de un hueso y de un resto de esterilla utilizada para amortajar a los cadáveres. Son los dos únicos vestigios que se han datado hasta la fecha, por lo que los especialistas no descartan que el periodo de utilización de esa cueva como cementerio fuera aún más amplio, dado el historial que tienen otros enclaves funerarios del barranco de Guayadeque.
La primera exploración de la cueva ha aportado datos muy prometedores, a pesar del deterioro de sus restos: el yacimiento pertenece a los inicios de la población de Gran Canaria (las fechas más antiguas datadas en la isla se remontan al s. IV) y allí están enterrados hombres y mujeres de todas las edades, con una presencia de niños muy poco habitual en este tipo de enclaves.
Solo recién nacidos o bebés de corta edad, en esa colección de huesos hay una decena, lo que podrá servir para avanzar en el estudio de la infancia en tiempos de los antiguos canarios, una materia de la que se sabe poco, porque apenas se encuentran restos arqueológicos de niños y las menciones a ellos en la crónicas de la Conquista también son relativamente escasas, ha detallado Verónica Alberto.
Esta arqueóloga y su colega Javier Velasco también han subrayado otro detalle llamativo: todos los cuerpos recibieron la misma preparación para afrontar el último viaje, al que sus parientes les entregaron envueltos en mortajas de piel o de esterilla vegetal.
Es decir, enfatiza el inspector del Cabildo, nada les diferencia de las momias canarias prehispánicas que se conservan en los museos. Si hoy solo son huesos desperdigados, añade, se debe únicamente a la acción de los elementos naturales que han impedido que se conservaran, pero parecen apuntar que ese ritual funerario era común para toda la población, no reservado para unos pocos.
Y también ha llamado la atención a los arqueólogos que en un yacimiento que no parece expoliado no haya más que huesos y mortajas, ya por el momento no se ha encontrado ningún elemento personal ni de ajuar. Si ese detalle se confirma cuando avance la intervención en la cueva, apunta Alberto, habrá que replantearse algunas de las teorías sobre las supuestas ofrendas que acompañaban al muerto en los rituales funerarios de los antiguos canarios.
Ahora, la primera intervención urgente consistirá en salvar todos los restos que están en riesgo de deteriorarse. Después, llegarán más análisis de Carbono 14 para saber su edad; ADN, para conocer su línea genética; isótopos estables, para averiguar cuál era su alimentación; e incluso forenses, para desentrañar de qué murieron.
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