Los niños se contagian tanto como los adultos, pero —en general— pasan la enfermedad de manera más leve y, sobre todo los de menos de diez años, la contagian menos. Es parte de lo aprendido acerca de los niños y la COVID-19 después de siete meses de pandemia, un periodo en que a menudo los pequeños, pese a la falta de evidencia, han sido considerados ‘supercontagiadores’.
Hace unas semanas una nota de prensa que informaba de un resultado obtenido en EE UU anunciaba: “Investigadores del Hospital General de Massachusetts demuestran que los niños son transmisores silenciosos del virus (…)”. El titular fue recogido por medios de comunicación de todo el mundo y vinculado al riesgo de reabrir los colegios.
Pero el mensaje fue muy cuestionado por expertos: el trabajo, afirman, no ofrece evidencia alguna sobre capacidad de transmisión. En efecto, la nota de prensa fue corregida, y ahora resalta, sin más, el hallazgo de que los niños “tienen una alta carga viral a pesar de tener síntomas leves o ser asintomáticos”.
Alta carga viral no es infectividad
La carga viral mide la concentración del virus analizada en una muestra del paciente. Pero alta carga viral no es sinónimo de alta capacidad infectiva, señalan expertos consultados por SINC.
“La infectividad está determinada por muchos factores, como la fuerza y la frecuencia con que se tose, la proximidad de los contactos, la ventilación del entorno, etc. —explica la pediatra Begoña Santiago, del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, en una entrevista—. Si una persona tose con más fuerza proyecta las partículas virales a más distancia. Ese es un factor muy importante”. Al pasar la enfermedad con síntomas más leves, los niños tosen con menor intensidad.
Carmen Muñoz-Almagro, especialista en Microbiología molecular del Hospital Sant Joan de Déu, Barcelona, explica que “la mayor carga viral se observa en los primeros días de síntomatología, en los que toser, hablar o exhalar va a favorecer la transmisión de la infección; un enfermo tosedor con baja carga, que no mantiene distancia social y no usa mascarilla, va a transmitir mucho más que un paciente con carga más alta pero que usa mascarilla, se lava las manos y no tose porque está asintomático”.
El vicepresidente Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria, Pedro Gorrotxategui, también cree que “la menor capacidad de contagio de los niños podría deberse a que tosen con menos fuerza”.
Por otro lado, y aunque una alta carga viral suele ir asociada a una presencia mayor de virus, las partículas virales detectadas podrían no ser infectivas.
Lo explica la viróloga del Centro Nacional de Biotecnología Sonia Zúñiga: “Cuando hablamos de carga viral detectada por PCR significa que hay mucho ácido nucleico del virus [su material genético], que no tiene por qué ser lo mismo que virus infectivo. Para asegurar eso habría que cuantificar el virus en cada caso, cosa que no se puede hacer porque se necesitan laboratorios P3 [de alta seguridad], y desde luego no hay tantos como para hacer eso en cada caso”.
Cuidado al interpretar estudios
En junio se publicó el primer trabajo que encontraba altas cargas virales en niños, incluso en aquellos con síntomas muy leves.
Otros estudios posteriores afirman que los niños tienen una alta carga viral y que pasan semanas excretando virus, pero hay que saber interpretarlos, explica a SINC Begoña Santiago.
En agosto, un trabajo muy citado de la revista JAMA Pediatrics demostró la detección prolongada de ARN viral en niños; sin embargo, indica Santiago, “el trabajo se basa en la detección cualitativa y no cuantitativa, y podría corresponder a fragmentos de ARN sin capacidad infectiva”.
Ese el mismo mes, otro trabajo de la revista Journal of Pediatrics mostraba una elevada cantidad de ARN viral en niños en los primeros días de la infección. “Este estudio se realizó en un pequeño grupo de niños atendidos exclusivamente en el hospital, y no se demuestra su contagiosidad, por lo que tampoco podemos extrapolar a infectividad”, aclara Santiago.
Transmisores poco eficientes
Han hecho falta meses para determinar que, al contrario que con otros virus respiratorios, los niños no son grandes transmisores del SARS-COV-2. En el primer informe llevado a cabo por investigadores de la OMS en Wuhan (China), en febrero, ya se recoge la imposibilidad de identificar ningún contagio de niño a adulto; pero era pronto para llegar a ninguna conclusión.
En mayo, una revisión del pediatra sueco Jonas Ludvigsson, publicada en Acta Paediatrica, se titulaba: “Es improbable que los niños sean los principales transmisores de la pandemia de COVID-19”.
Las evidencias epidemiológicas han seguido atribuyendo a los niños un papel secundario. En agosto, un informe del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades Infecciosas (ECDC) daba cuenta de que se detectaban “muy pocos” brotes en colegios, y escasa transmisión entre niños.
La Asociación Española de Pediatría (AEP), en un reciente comunicado, explica que “los niños parecen infectarse de forma similar a los adultos, suelen expresar de forma más leve los síntomas (…) y son una potencial fuente de transmisión a otros niños y adultos, aunque menos eficientes, especialmente los menores de diez años”.
La AEP también recuerda que aún falta mucho por saber y que se debe asumir “que los niños son contagiosos y posibles fuentes de reintroducción de la transmisión a otras poblaciones vulnerables”. De ahí la necesidad de medidas de prevención en colegios.
Ludvigsson, pediatra y epidemiólogo clínico en el Instituto Karolinska y la Universidad de Columbia, sigue creyendo “que la evidencia apunta a que los niños no transmiten la enfermedad tanto como los adultos”.