Espacio de opinión de Canarias Ahora
Asesinato de un migrante
Podría ser el argumento de la novela Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, pero la realidad supera a la ficción. No solo eso, sino que, una vez más, cobra fuerza la idea de que la vida no vale absolutamente nada para quienes, sin remordimientos, pero conscientes de lo que hacen, actúan por encima de cualquier norma básica, aunque no esté escrita, y que les conduce a practicar una de las peores causas de muerte.
Hace tiempo que cruzamos la línea roja que atenta contra la defensa y salvaguarda de los derechos humanos y las libertades individuales. No es la primera vez que la Policía se encara de manera desproporcionada contra los migrantes africanos. Tampoco será la última. Miembros de este cuerpo de seguridad conciben que, tener una placa, les da inmunidad para proceder más allá de sus competencias, sin que su autoridad se cuestione y aplicando métodos totalmente desproporcionados en el desempeño de su cometido.
Somos hipócritas. El trato hacia los migrantes es distinto, según el color de su piel y procedencia. No es lo mismo la actitud ejemplar que hemos demostrado con la acogida de población ucrania, cuyo país fue invadido por Rusia y que ha destrozado a miles de familias, que la desarrollada con los africanos, que son originarios de naciones subdesarrolladas y muchos de los cuales llegan aquí de manera ilegal. El matiz comienza con el color de la piel. Por un lado, el blanco europeo no conlleva su rechazo social, a pesar de que en España viven albanokosovares, especialistas en atracos violentos, y rusos, relacionados con prácticas delictivas de la mafia. Por otro, el negro y el moreno africano son sinónimo de atraso, pobreza, marginalidad, violencia, machismo, guerras, brutalidad e incultura. Esto determina que el trato y la confianza sean diferentes, según las situaciones.
No suelo ver la televisión, pero reconozco que ayer me quedé petrificado delante de ella, a raíz de una noticia emitida en el programa Espejo Público de Antena 3. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y acrecentó en mí la idea de que cualquier persona, aunque se considere pacífica y con una conducta ejemplar, aunque sea un médico y escriba poesía, puede llevar dentro un monstruo, que aflora en las situaciones menos insospechadas y con unas consecuencias devastadoras.
Un policía municipal de Madrid, que estaba fuera de servicio, asesinó presuntamente a un migrante en Torrejón de Ardoz cuando este último intentaba robarle su teléfono móvil. Le aplicó la técnica del mataleón, que implica el estrangulamiento hasta provocar la asfixia. Aunque este agente fue detenido, los familiares del fallecido clamaban justicia. La brutalidad fue de tal calibre que el policía hizo caso omiso a las advertencias de los transeúntes, que le insistían que cesase en su actitud porque, de continuar así, lo mataría.
La secuencia del planteamiento informativo fue demoledora. La presentadora, Susanna Griso, incidió varias veces en que los hermanos de ese migrante, que denunciaban los hechos, le confirmasen si era un ladrón y si se dedicada a robar teléfonos móviles. El blanqueamiento de la noticia era evidente. Uno de ellos insistía en que eso no había sido una detención, sino un asesinato. En ese instante y por los gestos faciales, un inspector de policía, invitado al programa, se escandalizó por ese comentario. A esto se le sumaron las declaraciones de una vecina del lugar donde sucedieron los hechos, que dejó muy claro que la actuación del policía municipal estaba más que justificada, derivando hacia unos comentarios xenófobos y racistas al considerar que los migrantes traen violencia e inseguridad y que había que actuar sobre ellos. Ahí, me quedé sin palabras.
Defender el asesinato es algo aberrante porque destruye los pilares éticos que sustentan una sociedad democrática, así como la vulneración del respeto y la protección de la dignidad de las personas, sin olvidar que esta actuación legitima el derecho a tomarnos la justicia por nuestra mano y aplicar la violencia como método irracional para resolver los conflictos. Una vez más, nos consideramos jueces y verdugos. Se trata de un comportamiento innato a la naturaleza de muchos ciudadanos, que se acrecienta ante la presencia de migrantes africanos porque les generan miedo e inseguridad, dentro de su concepción de españoles blancos, y no aceptan la convivencia con otras razas. Las cárceles ya existían antes de la llegada de esos migrantes y estaban llenas de esos mismos españoles blancos y de todas las provincias, con un amplio currículo delictivo. Ser negro o moreno no significa ser delincuente ni tampoco que reciban un trato que no se merecen.
En medio de este caos, donde el dolor por la muerte de alguien quedaba en un segundo plano, surgió la lección de uno de los hermanos de ese migrante fallecido. Frente a la actitud premeditada y totalmente fuera de lugar del policía, aquel expuso bien claro que si su hermano había cometido un delito, ese agente de la autoridad debería haberlo detenido y llevado a la comisaría para aplicarle la ley porque, precisamente, estaba viviendo en un país europeo y no en África.
España es sinónimo de desarrollo y seguridad, de cruce histórico de culturas, que han dado lugar a una rica idiosincrasia que nos garantiza una perspectiva plural. Siempre ensalzamos públicamente los derechos y las libertades, así como la importancia que tiene nuestra Constitución como garantía para que se cumplan. Pero no nos engañemos: también somos racistas y estamos educando a nuestros hijos e hijas en esta práctica, sustentando argumentos como el de esa vecina, con lo cual legitimamos la violencia extrema.
Ahora mismo me sigo preguntando en manos de quién está nuestra seguridad y hasta dónde puede llegar alguien para arrebatarle la vida a un ciudadano. No quiero ni pretendo poner a todos dentro del mismo saco, pero es más que evidente que casos como este, junto a otros anteriores, que han sido denunciados por distintos colectivos, infieren que bajo ningún pretexto se pueden normalizar actuaciones como la expuesta hacia personas de otra raza o procedencia. Precisamente, esto no es África, pero somos responsables de muchas muertes por cuestiones de racismo y xenofobia. Nos guste o no, cargamos con el peso de nuestra infamia.
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