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La caza de migrantes en Estados Unidos

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca el 14 de abril de 2025 en Washington, D.C.

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Como en una novela distópica, donde un gobierno totalitario implanta su verdad a través de decisiones basadas en la violencia, la seguridad nacional y la política del miedo, que deshumanizan la sociedad y la sumergen en la agonía y la desesperación. Sin planteamientos plurales ni aceptación de la democracia porque sólo prevalece el líder, que supuestamente hace fuerte a la nación o la comunidad a la que representa, bajo el paraguas de su autoridad y del control de los mecanismos para imponerse, pero que también la reprime para acallar cualquier voz discordante o reconfigurar las características que la definen.

Estados Unidos siempre se ha autoproclamado como el paradigma de la democracia. En realidad, no es más que la fortificación de un extenso y heterogéneo territorio, que se presenta al resto del mundo bajo su aparente unidad nacional, pero en el que afloran enormes diferencias sociales, culturales y económicas.

El Gobierno de Donald Trump es la representación del Gran Hermano, la figura autoritaria de la novela 1984, de George Orwell, que controla la vida de las personas mediante su Policía del Pensamiento, cuya finalidad es mantener el pensamiento único y arrestar a los ciudadanos que tengan voz y razonamiento propio. La violencia es el método que tiene el Estado para efectuarlo y mantener el orden, que atenta contra cualquier principio de la tolerancia. Además, contribuye a la amplificación del relato de la posverdad, la distorsión intencionada de la realidad para influir en la opinión pública, priorizando en las emociones individuales para manipular su percepción del mundo.

La promulgación de la Ley Laken Riley por parte de Trump en enero de este año tiene como objetivo detener a todos los migrantes ilegales en Estados Unidos para su posterior deportación. Entre ellos, se incluyen a quienes estén acusados de delitos relacionados con algún robo, evitando así que sigan actuando de esta manera y garantizando una mayor seguridad nacional. Esta ley es la excusa perfecta para la verdadera finalidad: detener a cualquier migrante indocumentado, independientemente de que esté en un espacio público o privado, afectando tanto al que ya tiene una orden de expulsión como al que lleve menos de dos años en suelo estadounidense, entre otros casos. El último paso en esta escalada es la detención, incluso, de migrantes que cumplen con las leyes migratorias de ese país, a los que se les trata como criminales.

La reciente aprobación de otro decreto, que prohíbe la entrada de personas provenientes de doce naciones concretas, se justifica en la protección de Estados Unidos ante la llegada de terroristas extranjeros, que además restringe el acceso a las originarias de otras siete naciones, entre las que están Cuba y Venezuela.

Esta caza indiscriminada rompe todos los esquemas de una sociedad que se considera progresista y criminaliza la procedencia latinoamericana, principalmente, pero también la de fuera del continente americano. Es su manera de poner fin a la “invasión” que sufre su territorio, complementando así otras medidas polémicas anteriores, caso por ejemplo de la construcción del denominado “Muro de Trump”, en el espacio fronterizo entre México y Estados Unidos, que se inició en 1994, bajo el gobierno de Bill Clinton, pero que el actual presidente impulsó en 2018, dentro de su primer mandato.

En realidad, Trump actúa igual que los nazis, que marcaban el exterior de las casas de los judíos con la estrella de David, como símbolo para identificar dónde vivían aquellos que calificaban como ratas, y que detuvieron, concentraron y exterminaron a este grupo humano dentro de un proceso planificado de limpieza étnica.

De nuevo, el nacionalismo estadounidense se ha encargado de amplificar esta sinrazón con la premisa de que se está produciendo dicha invasión, que corrompe los pilares de su idiosincrasia y desestabiliza el orden y la convivencia interna para hacerse con el poder, derrocando así a la nación más poderosa del mundo, que ejemplifica los valores de la libertad, justicia y responsabilidad. Esta visión, totalmente sesgada y xenófoba, es propia de países que tienen miedo o niegan el mestizaje (Estados Unidos tiene una larga trayectoria de oposición a la población afroamericana) y que buscan en la pureza racial el argumento para diferenciarse del resto, así como para mantener y evidenciar su superioridad cultural.

Por tanto, el derecho a la vida no tiene sentido, como tampoco el respeto a otros derechos universales. A través de multitud de vídeos, difundidos por distintos canales y vías de comunicación, se comprueba la pasividad de quienes están alrededor de los lugares donde se realizan esas detenciones de los migrantes. No solo no se inmutan, sino que hacen oídos sordos a las quejas verbales y los gritos de los afectados, que solicitan ayuda. Permanecen ajenos a lo que sucede, con lo cual defienden, colaboran y amparan esas detenciones, lo mismo que otras decisiones irracionales de Trump. No todos son así, caso de quienes se arriesgan a grabar esas escenas para que sirvan de denuncia pública, a pesar de su miedo a la actitud de la policía y los agentes de inmigración, pero una parte importante de la ciudadanía sí participa en este Gran Hermano.

Esos estadounidenses, que eligieron democráticamente a Trump por su acérrima defensa de la patria, tienen normalizado el relato de que estas actuaciones son necesarias y forman parte de su marco legal. Además, se podría decir que el Estado ha creado un mecanismo sicológico, donde la delación es un medio de vigilancia eficaz que garantiza la referida seguridad nacional. No obstante, insisto en que se está produciendo una implicación activa y voluntaria de gran parte de su población para contribuir a esa caza de migrantes, y la delación no se circunscribe solo al ámbito del estadounidense blanco y supremacista. Aunque estamos ante una sociedad que se ha configurado por personas provenientes de multitud de países, se ha dado un paso más, con carácter colectivo, para negar el derecho de entrada y permanencia en su territorio a determinados extranjeros.

Los nazis deportaban a los judíos en trenes hacia los campos de concentración y exterminio aludidos en su renacimiento y regeneración como nación, y la población civil alemana no era indiferente a esto. Estados Unidos está desarrollando lo mismo con los migrantes, siguiendo las órdenes de un ególatra que, apoyado por una parte importante de sus habitantes y de su postverdad, enarbola la bandera del Make America Great Again en un sistema político caracterizado por la censura, el control tecnológico y la deshumanización. Quitarles la vida no entra todavía en sus planes. Eso cuesta mucho dinero.

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