Cuatro ingenios azucareros de Canarias, protagonistas de la primera globalización comercial, candidatos a patrimonio mundial

Restos del ingenio de Agaete, con la zona de molienda junto al muro; en la parte superior, lo que se conserva del acueducto.

Luis Socorro

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El azúcar, el oro blanco, fue el motor de la economía de Canarias durante el siglo XVI. En esa centuria llegaron a funcionar simultáneamente 35 factorías azucareras, pero desde que construyera el primer ingenio a finales del siglo XV, en la desembocadura del Guiniguada en el Real de Las Palmas, y hasta el declive de esta industria, dos siglos después, se han contabilizado 44 centros de producción de un alimento que protagonizó la primera globalización comercial de la historia. Hoy es noticia este edulcorante porque cuatro de aquellos ingenios –tres en Gran Canaria y uno en La Palma- aspiran a ser declarados patrimonio mundial de la Unesco, en una candidatura transnacional junto a otros cuatro ingenios de la antigua isla caribeña de La Española.

Primeros ingenios azucareros del Atlántico es la denominación de la propuesta que defienden República Dominicana y España, una candidatura que en enero el Consejo de Patrimonio Histórico elevó a la Unesco para su inclusión en la lista indicativa, la antesala del olimpo a patrimonio de la humanidad, un privilegio que también ha logrado el legado rupestre de los benahoaritas, los primeros habitantes de La Palma. Este logro es el resultado de un largo camino que se inició fortuitamente en 2005, con el hallazgo de los restos de un ingenio en el norte de Gran Canaria debido a una obra pública. El seguimiento arqueológico de las obras y las posteriores excavaciones sorprendieron a los arqueólogos al descubrirse las ruinas de los edificios y de los restos de las formas o moldes cónicos de cerámica que se usaban en el proceso de producción de los panes de azúcar. La empresa Arqueocanaria, con apoyo financiero del Gobierno de Canarias, del Cabildo y de la ULPGC, ha sido la artífice de las excavaciones que han rescatado la memoria de los ingenios de Agaete, Los Picachos (Telde) y Soleto (Santa María de Guía). Argual (Los Llanos de Aridane), en La Palma, es el cuarto ingenio canario candidato.

El reconocimiento de la Unesco supone para Valentín Barroso, codirector de Arqueocanaria, un punto de inflexión, ya que “este reconocimiento puede estimular a los políticos de los municipios en los que se encuentran a valorarlos aún más”. En este sentido, el arqueólogo está convencido de que los alcaldes harán un esfuerzo para que “esos espacios sean públicos y se puedan musealizar en un futuro no muy lejano”. Salvo el de Los Picachos, que está en suelo público, los ingenios de Guía y Agaete están en terrenos privados.

Pero la arqueología no hubiese sido suficiente para encumbrar a estas reliquias de la Edad Moderna temprana en el escaparate de la lista indicativa de la Unesco. Mucho antes de la aparición de los vestigios arqueológicos, la doctora Ana Viña Brito, catedrática de Historia Medieval, ya buceaba en los archivos en busca de información del primer monocultivo de la economía de las Islas Canarias. Este viaje lo ha realizado junto a la catedrática de Filología Románica Dolores Corbella. Al conocer la noticia de que la candidatura a Patrimonio Mundial había superado el primer corte, Viña sintió “alegría por el reconocimiento de un patrimonio muchas veces olvidado, que fue determinante en la organización del espacio en las islas azucareras”.

La investigación histórica ha sido clave para que los ingenios azucareros isleños, tanto los canarios como los dominicanos, estén en el umbral del patrimonio mundial. En este sentido, hay otros dos nombres propios fundamentales: María del Cristo González y Jorge Onrubia. Son los editores del libro Instalaciones y paisajes azucareros atlánticos (siglos XV-XVII). Arqueología y Patrimonio. “Cuando conocí la noticia de que una representación de los ingenios canarios se había incluido en la lista indicativa”, recuerda para este periódico el doctor Onrubia, “sentí que, al fin, se hacía justicia al excepcional valor patrimonial de unos bienes sin los que no puede entenderse la memoria material de las Islas y su particular contribución a esa historia global e interconectada que caracteriza a la modernidad temprana”.

Su colega González pone en valor el hecho de que “salvo ”honrosas excepciones, como Juan Francisco Navarro Mederos y Juan Carlos Hernández Marrero, en La Gomera“, que han excavado un ingenio y son autores del artículo científico El ingenio azucarero de Alojera: el lugar donde anocheció y nunca amaneció, ”la investigación arqueológica de los ingenios aspirantes a patrimonio mundial ha partido de una empresa privada, al calor de la arqueología preventiva y no de proyectos de investigación de la Academia [universidades públicas de Canarias]“. Para la doctora de la ULPGC, es importante el reconocimiento de este patrimonio de arqueología histórica porque ”la propia Ley de Patrimonio Cultura de Canarias lo excluye“, ya que su artículo 83 solo alude al valor patrimonial del legado indígena: ”El patrimonio arqueológico de Canarias está integrado por los bienes muebles e inmuebles pertenecientes a las poblaciones aborígenes de Canarias“.

Primera globalización

El comercio tiene su origen en el neolítico con el trueque entre comunidades vecinas. En la época medieval el trueque era la moneda de cambio. El Mediterráneo fue un gran bazar, protagonizado principalmente por los fenicios. Simultáneamente, como ha publicado el experto César Alcalá, en el siglo III antes de la era común se crea la ruta del incienso de Egipto a India a través de Arabia. En la época de Marco Polo, a partir de la segunda mitad del siglo XIII, el comercio en Europa se extendía hasta Asia Central a través de la conocida ruta de la seda, un negocio liderado por venecianos y genoveses que obtenían grandes beneficios revendiendo seda y especias en Europa.

Pero la gran globalización que por primera vez conectó a tres continentes –Europa, África y América- tuvo un único protagonista: el azúcar. Jorge Onrubia y María del Cristo González cuentan en su libro que a “inicios del siglo XV, la producción de azúcar estaba en el Mediterráneo”, principalmente en Sicilia y Valencia en Europa y Marruecos en África. En la década de 1430, “Portugal impulsa la producción en Madeira, con plantaciones y obradores, y la extiende más tarde a las islas de Cabo Verde, Azores y Santo Tomé y Príncipe”. Del Mediterráneo al Atlántico. En el último cuarto de ese mismo siglo, otro archipiélago en aguas africanas se incorpora a esta industria: Canarias. La Corona de Castilla impulsa cronológicamente este cultivo en Gran Canaria, La Gomera, La Palma y Tenerife, que coincide con la incorporación de las islas a la Corona.

“Con la expansión colonial ibérica a América, al Caribe”, relatan los citados historiadores, “empiezan las plantaciones de cañas y la creación de factorías para la transformación del cultivo en azúcar. Hay constancia de ello a principios del XVI en la isla La Española” –actual República Dominica y Haití-. A mediados de ese siglo, el 80% del azúcar americano que llega a Europa procede de ahí.

El historiador francés Sébastien Pauly, de la Universidad de Caen Normandie, estuvo en Gran Canaria en las jornadas Los primeros azúcares atlánticos, en noviembre pasado. Este periódico asistió a su conferencia sobre los inicios del refinado del azúcar en Francia y las Antillas francesas. Aunque no tenía las cifras de negocio que generó, Pauly habló de “la primera globalización de la economía mundial”. La tricontinentalidad comercial ya era una realidad. A finales del siglo XV, en Europa, se crean factorías de refinado en Amberes y posteriormente en Francia e Inglaterra.

El auge de esta industria en América, primero en La Española, luego en otras islas antillanas, en el gigante Brasil y las plantaciones enormes que se desarrollan más tarde en Jamaica y Barbados terminaron, como ha señalado a Canarias Ahora el doctor Onrubia, por “desplazar de los mercados europeos a los azúcares producidos en nuestro archipiélago”. La consecuencia fue “la desaparición de la mayoría de los ingenios canarios a mediados del XVII”.

44 ingenios en Canarias

Como señalamos al inicio de este reportaje, el esplendor del negocio azucarero en Canarias fue en el siglo XVI. Gran Canaria llegó a tener 27 ingenios; en Tenerife se han contabilizado nueve, según ha informado a este periódico la catedrática Ana Viña, tres en La Palma y cinco en La Gomera, como señalan Navarro y Hernández en El ingenio azucarero de Alojera: el lugar donde anocheció y nunca amaneció. De estos 44 ingenios, la arqueología ha rescatado cinco: los tres de Gran Canaria que aspiran a patrimonio mundial, el de Alojera y uno en Vilaflor (Tenerife) que excavó Sergio Pou.

¿Y el de Argual, en La Palma, que es el cuarto aspirante al olimpo de la Unesco? De este ingenio no hay huellas arqueológicas. ¿Entonces? La respuesta nos la da Viña Brito: “Lo importante son las primitivas casas de los antiguos propietarios y la plaza señorial cerrada del lugar de Argual”. Se mantiene vigente, “el urbanismo de aquella época del siglo XVII”. El ingenio de Argual, según la documentación de la candidatura conjunta de España y República Dominicana, data de 1502. Actualmente, “se conserva la plaza pentagonal y las edificaciones que rodean la citada plaza, así como la casa de purgar y el acueducto”. Estos inmuebles han sido restaurados. “El ingenio de Argual, junto al de Tazacorte, hoy desaparecido, se mantuvo sin interrupción hasta el siglo XIX, aunque con una producción muy limitada”.

Con el ingenio del pueblo marinero de Agaete empezó el rescate de este patrimonio arqueológico posterior a la Conquista. Estuvo activo más de 200 años, desde 1485 hasta segundo cuarto del XVII. Cuando el yacimiento se convierta en un museo de sitio, se podrá contemplar, como describe el documento que defiende la candidatura de patrimonio de la humanidad, “las tenerías para las pieles, el acueducto de mampostería y madera por la que llegaba el agua a la rueda, el hueco, paredes y anclajes de la rueda vertical del molino, dependencias variadas en tipología y funciones, horno, la posible casa de purgar o el basurero del ingenio”.

Si las excavaciones se reanudaran, saldrían a la luz, “por las evidencias con las que se cuenta, la sala de molienda y la zona de calderas”. Junto a estos restos arquitectónicos, explica Cipriano Marín, coordinador del Ministerio de Cultura de la candidatura de estos bienes históricos, “la materialidad del ingenio se completa con miles de fragmentos y piezas arqueológicas ya recuperadas o por recuperar con las excavaciones en las que predomina las formas azucareras tanto sevillanas como las portuguesas de Aveiro, junto con un amplio repertorio del utillaje y herramientas que formaban parte del trabajo diario o actividades relacionadas con el ingenio, como loza, objetos metálicos (clavos, herrajes o monedas), maderas, vidrios e incluso restos de comida”.

La riqueza que generó esta industria a sus propietarios se refleja, por ejemplo, en el retablo de arte flamenco de la ermita de Las Nieves, en el puerto de Agaete, “una de las obras más importante de esa época que existe en España”, señala Marín en el documento enviado en la Unesco.

Once años después del descubrimiento del ingenio de Agaete y también debido a la construcción de una calle, se descubre el ingenio de Soleto, en el municipio de Santa María de Guía. Después de varias campañas de excavaciones, nos cuenta el arqueólogo Valentín Barroso, “se ha sacado a la luz tres de los hornos o fornallas de la casa del calderas, una parte de la sala de purgado y una dependencia noble que conserva los restos del entarimado de madera del piso”.

Las prospecciones realizadas con el georradar “nos confirma la existencia del resto de muros y dependencias bajo la tierra con que se cubrieron los restos para el cultivo de plataneras”. Como en el resto de ingenios excavados, “el material arqueológico recuperado, en el que predominan los fragmentos de formas azucareras, es muy rico y variado y permitirá con su estudio y con el resto de material de otras instalaciones azucareras poder conocer el utillaje y objetos que estaban presentes en estos primeros ingenios atlánticos”.

El ingenio de Los Llanos o de Los Picachos comenzó a moler las cañas a finales del siglo XV. Las excavaciones realizadas por Arqueocanaria han podido documentar, “además de los pilares de más de nueve metros de altura del acueducto que llevaba el agua a la rueda del molino, otros espacios como el hueco en que se situaba la mencionada rueda”. Destaca también el hallazgo de una cantidad significativa de fragmentos de formas azucareras. Del análisis preliminar de estos materiales, “se constata la presencia de formas blancas y rojas importadas de la Península Ibérica y de un tercer tipo, también rojizas oscuras, elaborada en Canarias”. 

Las prospecciones geomagnéticas en los solares colindantes a las estructuras arquitectónicas del ingenio, según el documento enviado a la Unesco para defender la candidatura, “auguran nuevos hallazgos que se sacarán a la luz con las excavaciones arqueológicas planteadas” por los profesionales de Arqueocanaria y por los historiadores que investigan este patrimonio. Pero el paso inmediato, dado el pésimo estado en el que se encuentran las ruinas es consolidar los restos y adecentar el yacimiento. El arquitecto Samuel de Wilde presentó el pasado miércoles el proyecto, financiado por la Dirección General de Patrimonio Cultural de Canarias, para esa actuación que ejecutará, este año, el Cabildo de Gran Canaria, según ha señalado a este periódico el concejal de Cultura de Telde, Juan Martel.

La investigación filológica realizada por las catedráticas Dolores Corbella y Ana Viña ha certificado el origen canario de muchas de las palabras vinculadas a la industria, que antaño se pensaba que habían surgido en los ingenios americanos. En Documentación y patrimonio Lingüístico: la terminología del oro blanco, las investigadoras explican con todo lujo de detalles la influencia de los vocablos canarios en la industria azucarera americana. No solo se importó la tecnología, también la lingüística, sirva como ejemplo, nos ilustra Viña Brito: forma, bagazo, tacha, escumadera o zafra, documentadas en Canarias con anterioridad; por ejemplo, tacha en 1494 y en América en 1532, zafra en Canarias en 1505 y en la documentación americana en 1523-26“.

En su investigación de años, Corbella y Viña concluyen que “las plantaciones e ingenios azucareros constituyen una micro sociedad que es fiel reflejo de los distintos grupos que integraron la comunidad atlántica del seiscientos, como eje dinamizador de aquella época, no solo desde la perspectiva económica sino también en las relaciones interculturales. El léxico canario se renovó y enriqueció con la aportación portuguesa -pionera en la fase atlántica de la cultura de lo dulce-, adoptó y españolizó nuevos términos procedentes de la simbiosis que se produjo en el complejo azucarero y, como puente transoceánico, legó a América un patrimonio cuyos antecedentes han pasado desapercibidos y olvidados en los archivos isleños”.

El bien propuesto a patrimonio mundial “alberga una rica y representativa muestra de los vestigios de los primeros ingenios atlánticos que ilustran las innovaciones tecnológicas y productivas, genuinamente insulares, que significaron el origen de la producción de azúcar de caña a una escala hasta entonces desconocida, siendo el germen y el motor de las grandes transformaciones que implicó el monocultivo de la caña de azúcar en los territorios insulares atlánticos y caribeños”.

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