EL HIERRO ARQUEOLÓGICA, EL LEGADO BIMBAPE / y 3

El Hierro, el museo de los grabados rupestres de Canarias

El Hierro, de las islas con administración propia representada por el Cabildo, es la más pequeña de Canarias. Supone solo el 3,6% de su territorio, sin embargo, atesora más grabados con inscripciones líbico-bereberes -la escritura común de la cultura guanche en el Archipiélago - que el resto de las islas juntas. Cuenta, además, con un considerable elenco de grabados figurativos emparentados, según los arqueólogos consultados, con las creencias de los aborígenes herreños, una cosmovisión en la que la petición de lluvias, el sol y otros astros jugaron un papel sobresaliente, como estamos observando en esta investigación periodística sobre los astrónomos del pasado que nos ha llevado a Gran Canaria, La Palma y El Hierro. En otoño, visitaremos las otras cuatro islas para culminar un viaje por los vestigios arqueoastronómicos que legaron aquellos colonos procedentes del Norte de África, cuando los romanos dominaban el Mediterráneo.

Estamos en la semana siguiente al solsticio de verano. La vista de El Teide, detrás de La Gomera, cautiva desde el umbral de la Cueva del Agua –después de El Julan, uno de los yacimientos de grabados más emblemático de El Hierro-, un mirador natural a más de mil metros sobre el Atlántico. Es así durante todo el año, pero solo durante los días del entorno del solsticio estival el sol despunta al amanecer a la izquierda de una de las faldas del imponente volcán. Con una altitud de 3.715 metros, el Teide es la montaña más alta de España. Su influencia en el imaginario y en las creencias de los guanches no solo se ceñía a los habitantes de Tenerife, donde se encuentra esta inmensa pirámide natural, sino también a los aborígenes de otras islas –ver El cielo, entre las creencias y la astronomía indígena-.

El astrónomo del IAC Juan Antonio Belmonte, experto mundial en arqueoastronomía, ha investigado la posible vinculación astronómica del Teide con la Cueva del Agua. De la misma manera que ha certificado una relación arqueoastronómica en yacimientos de Fuerteventura, Gran Canaria y Tenerife con el volcán tinerfeño, no la ha encontrado con esta estación de grabados. Belmonte es tajante: “No es un marcador, la naturaleza no se alinea”. No obstante, en declaraciones a este diario, señala que la salida del sol muy cerca del Teide “puede ser una casualidad, pero resulta llamativa por la importancia de los grabados de la Cueva del Agua”, unos dibujos rupestres que pueden estar emparentados “con la cosmogonía bimbache”, porque en el fondo de la cueva hay unas pilas labradas en las que se recogía el agua que se filtraba. “La naturaleza no se alinea, pero se puede sacralizar lo que la naturaleza ofrece”, sentencia el científico del Instituto de Astrofísica de Canarias

Durante los días del solsticio de invierno sí se produce, en cambio, un fenómeno que refuerza la hipótesis de una posible conexión astral de la Cueva del Agua: el sol ilumina el interior de este tubo volcánico con una bóveda que la naturaleza cinceló casi con precisión matemática. Su cara meridional resplandece con los rayos del astro –magec en lengua guanche (ver La palabra, así escribían y hablaban el guanche)-, que iluminan un espectacular panel con un conjunto de grabados “con formas circulares, herraduras y signos de escritura que se localizan sobre una superficie de capa fina, porosa y descascarillada”, describe el historiador Miguel Martín González. Los motivos rupestres “terminan con una pequeña espiral, la única que existe en toda la gruta, mientras que el lateral septentrional tan solo contiene dos círculos, un motivo en forma de U y cuatro círculos unidos”. 

“Es primordial”, considera Martín, uno de los pocos investigadores de la cosmogonía de los aborígenes canarios, “poner en valor el papel que juega la luz solar en este espacio cavernícola”, una luz que “va penetrando con la sucesión de días e iluminando los motivos rupestres hasta llegar a los límites de la única espiral existente, coincidiendo con el momento de máxima iluminación en el día del solsticio de invierno”. Dicha espiral, continúa el historiador, es el único motivo que permanece permanentemente en penumbra dando la sensación de revelar el inicio del tránsito al otro mundo, la morada del espíritu del agua que mana por los poros de la pared de la cavidad“. Por eso se denomina Cueva del Agua, por las filtraciones de este recurso vital para una isla que carece de riachuelos, como sí los tiene La Palma, Gran Canaria, Tenerife y La Gomera. 

La arqueóloga María de la Cruz Jiménez, una de las pioneras en Canarias, ha dedicado muchos años a investigar la cultura de los aborígenes herreños. Ha llegado a una conclusión clara: la relación de la búsqueda de agua con los grabados rupestres. “es proverbial, en cualquier sitio donde aparece agua siempre se singulariza de alguna forma”, y esa forma son los grabados. Tal vez por esta razón, El Hierro es la isla con más estaciones rupestres de Canarias, sobre todo de inscripciones alfabéticas. La doctora Irma Mora ha contabilizado 114 paneles con el sistema de escritura de los aborígenes; esta cifra “supone más de la mitad del corpus canario e incluso hay más que los encontrados en el Atlas marroquí”. Mora es autora de la tesis doctoral La contextualización arqueológica y epigráfica de las inscripciones líbico-bereberes de el hierro, en la que invirtió diez años de trabajo, sin recibir ni un solo euro de instituciones públicas ni académicas. Mora estudió 429 yacimientos del norte de África y Canarias, con 1.503 inscripciones líbico-bereberes, de las cuales 114 son herreñas“.

Esta labor de investigación sobre la escritura de los aborígenes canarios atesora otro nombre propio: Renata Springer, la máxima autoridad de esta disciplina. Esta filóloga y arqueóloga canaria nacida en Alemania es autora de la tesis doctoral Las inscripciones líbico-bereberes de las Islas Canarias, la primera que se hizo en el mundo sobre esta materia. Durante 2008 y 2009, junto al arqueólogo Sixto Sánchez, recorrió toda la geografía herreña, descubrió nuevas estaciones y realizó un inventario, con fotos y fichas de cada una de los yacimientos rupestres.

Desde el siglo XIX hay noticias de grabados alfabéticos en la Isla, pero fue el profesor Álvarez Delgado, a mediados del siglo XX, el que empezó a documentar buena parte de los enclaves de la cara este de El Hierro, en la que se registra la mayor concentración de inscripciones líbicas. En la década del 70, el arqueólogo Mauro Hernández levanta calcos de varias estaciones rupestres –ver primer capítulo de esta serie-, pero el gran impulso se produjo a partir de los años 80: la doctora Jiménez rastreó palmo a palmo todos los barrancos y estructuras basálticas de esa comarca en busca de manifestaciones rupestres. No solo las documentó sino que ha interpretado la relación de las estaciones rupestres con el entorno en el que se ubican: barrancos con maretas, donde el agua de la lluvia quedaba estancada. Por eso, Mari Cruz Jiménez defiende que estaciones de los barrancos de Tejeleita,  el Cuervo o La Candia están asociadas a la búsqueda del agua, como también lo están los yacimientos de El Canto y La Caleta.

Esa sacralización de la búsqueda de agua, reflejada en las creencias de los bimbaches como evidencian los registros arqueológicos y citan las crónicas, principalmente las de Abreu Galindo, no se perdió después de la Conquista. El historiador Emilio Hernández –actual consejero de Cultura del Cabildo de El Hierro- realizó un trabajo en el que concluye que “el agua fue un elemento clave en la aculturación de los bimbapes con la llegada del catolicismo”.

Ritual en Bentayca

A Hernández no le gusta hablar de cambio cultural con la llegada de los europeos: “Más que un cambio, prefiero hablar de transformación en la transición del mundo bimbache al castellano”. Ese camino “ha hecho que pervivan muchas cosas”. El primer ejemplo que expone el historiador para defender su tesis es el ritual del Aranfaybo, que menciona Abreu.

Cuenta el cronista que los nativos, “cuando veían tardar las aguas del invierno, juntábanse en Bentayca, donde fingían estar sus ídolos”. En ese lugar -cuyo topónimo es muy similar al que da nombre al conjunto arqueológico de Roque Bentayga, en Gran Canaria-, dejaban tres días sin comer a las cabras y ovejas, “con el hambre lloraban y el ganado balaba, y ellos daban voces a los dioses, que les mandasen agua”. Si el ritual de Bentayca no funcionaba, “uno de los naturales, a quien ellos tenían por santo”, se introducía en una cueva que, según Abreu Galindo, se denominaba Asteheyta. Del interior de la gruta salía “un animal en forma de cochino que llamaban Aranfaybo (….)”. Se supone que después llovería, pero no hay pruebas y mucho menos cuando la citada crónica está datada en el XVII, siglo y medio después de la Conquista.

Esa transformación cultural de la que habla Emilio Hernández la vincula el historiador con la romería de la Bajada de la Virgen de los Reyes, la gran festividad herreña que se repite el primer sábado del mes de julio cada cuatro años. “El origen de la Bajada era una promesa para pedir agua”. Y ¿dónde aparece la Virgen de Los Reyes“, se pregunta Hernández: ”En la Dehesa, el último reducto aborigen“. Esta fiesta ”es un ruego por agua“, cuyo origen se remonta a 1741 ”con el primer voto de la Bajada“.

El historiador recuerda que “hasta hace poco más de 50 años los pastores mantenían la herencia antigua de la tierra comunal; el nomadismo era cultural: los pastores de El Pinar y Sabinosa se trasladaban de septiembre a abril a los pastos de costas… De la fiesta de Los Reyes a la de los pastores”. Estaba tan arraigado este nomadismo ganadero, como en la época bimbape, “que incluso”, ilustra Emilio Hernández, “las ordenanzas establecían cuándo había que recoger el cultivo en función de la trashumancia del ganado”.

¿Dónde está la supuesta cueva de Asteheyta de la que salía Aranfaybo, ese demonio con forma de cochino? ¿Será la Cueva del Agua o La Cueva de la Pólvora, donde aún permanecen los restos de la primera ermita de la Isla, que luego se convirtió en polvorín? ¿O será la cueva de Teseneita que Dacio Darias sitúa en El Mocanal, en el noreste de El Hierro? No hay respuesta certera, solo teorías.

Sí sabemos, en cambio, dónde está Bentayca: en el paisaje protegido de Ventejis, un pico de 1.139 metros de altura, un “lugar sagrado para los aborígenes”, señala la web del Cabildo Insular. Bentayca está muy cerca del centro de interpretación del Garoé. Según la web oficial de turismo de Canarias, el árbol de Garoé, “adorado por los bimbaches, es hoy todo un símbolo de la identidad isleña. Las hojas de este til eran capaces de recoger agua suficiente (…), lo que hizo que se convirtiera en un árbol sagrado. En el siglo XVII un huracán lo derribó y no fue hasta 1949 cuando se sustituyó por el actual.

El agua siempre presente en la sociedad de la singular Isla del Meridiano, desde la época de sus primeros pobladores hasta los herreños del siglo XXI, con su tradición más arraiga: La Bajada de la Virgen de los Reyes. La cosmovisión de antes y la de ahora unida por el ritual del agua.