Para teorizar sobre la pérdida de valores en Occidente y demás discursos florecientes en estas épocas de crisis no hace falta irse muy lejos. Basta coger el coche y pasar por la carretera de Tafira. Si uno se fija, podrá ver como paulatinamente son arrancados de cuajo, decenas de eucaliptos que llevaban bordeando el camino más de 50 años.
Hará falta echarle gasolina al coche para seguir con el experimento, pues también en el palmeral del Lasso se han dejado morir de sed más de 2000 palmeras plantadas en la época de Juan Rodríguez Doreste, y sólo hasta hace dos días, tras haberse hecho público el escándalo y haber actuado la fiscalía se han empezado a regar. La semana pasada, además, el Partido Popular de Guía denunció al Ayuntamiento por talar árboles protegidos. Los palmerales del Sur y los de Tamaraceite corrieron igual suerte.
Mucho avanza la ciencia, pero los responsables de estos arboricidios no han descubierto aún ni el riego por goteo, ni la técnica del trasplante, sino que ellos, sierra en mano, le meten un serruchazo al árbol y se acabó el problema. Si sumamos el número de árboles muertos por esta vía, la destrucción equivaldría a la provocada por alguno de los incendios más devastadores.
Más sorprendente que el crimen, es el silencio de los testigos. Como lamenta Rafael Molina Petit, Técnico Comercial del Estado y uno de los más respetados defensores del medio ambiente de Canarias, “antes había movimientos ecologistas, y hoy parece que la sociedad se ha asustado o empobrecido. Dejar morir a los árboles es un crimen”, y sobre todo, “los medios de comunicación no dicen nada”. O casi nada.
Los políticos de la Isla que hace 30 años plantaron estos palmerales y eucaliptos con el sudor y esfuerzo de mucha gente, hoy están asombrados de que sus sucesores sean los encargados de arrancarlos de cualquier manera. “Si Jaime O´Shanahan o los antiguos políticos levantaran la cabeza les daría un patatús. Empezando por Matías Vega”, prosigue el ex concejal de Urbanismo de Las Palmas de Gran Canaria, Molina Petit. Y es que el valor del suelo y la especulación ha comido terreno a todo lo que se le interponga, ya sean desempleados, ancianos, discapacitados o en este caso, el medio ambiente.
Todavía hay quien señala, incluso desde la organización ecologista Ben Magec, que “el eucalipto es bastante dañino” por la cantidad abundante de agua que absorbe para vivir. No todos están de acuerdo con esta valoración. Como apunta Petit, este árbol “bebe mucha agua, como cualquier palmera, pino o laurel de indias grande. Hay una mala fama de los eucaliptos, que parece que sólo puede haber árboles canarios”, y si siguiéramos ese camino “quitaríamos las plataneras, la buganvilla, el 80% del palmeral?”.
Por otra parte, el vicesecretario de Ecologistas en Acción en España, Eugenio Reyes, comenta que “no hay ninguna planta en la naturaleza mala en sí misma”. Menos aún el eucalipto, pues entre otras cosas “fue introducido en las islas para sanear los caminos y evitar el tránsito de enfermedades entre municipios”. En muchos lugares jugó un importante papel en la lucha contra la tuberculosis por sus propiedades antibacterianas y antiinflamatorias. Y en otros más lejanos, contra la malaria o las fiebres tifoideas.
“Hombre, tú no puedes plantar un eucalipto en medio de Triana”, apunta Petit. Y si así fuese, existe el método del trasplante, que permite quitarlo de una zona y reubicarlo en otra en la que su efecto no resulte perjudicial. Eso sí, requiere algo más de tiempo y de mentalidad medioambiental.
En el caso que nos atañe, la carretera de Tafira y Santa Brígida, los eucaliptos actúan “dando estabilidad y estructura al suelo,” por lo que “además de absorber dióxido de carbono, resultan económicamente viables para las carreteras”, recuerda Eugenio Reyes.