“Fuera del colegio soy tu amiga y compañera, dentro prefiero no hablarte, no quiero que me hagan lo mismo que a ti”. Estas son las palabras que a sus 12 años tuvo que escuchar una niña de boca de una de sus amigas. Una frase que se le ha quedado grabada y es el reflejo del temor que sienten algunos niños, a enfrentarse a un problema que cada vez tiene más trascendencia mediática: el acoso escolar o bullying.
Elena es el nombre ficticio que oculta una historia real que sucede en un centro escolar público de Gran Canaria. Desde hace nueve meses, la vida de esta pequeña se ha convertido en un auténtico infierno; levantarse cada día para ir al colegio supone un esfuerzo sobrehumano. Se ha habituado a estar siempre pendiente de todo lo que ocurre a su alrededor, atenta para esquivar cualquier agresión física; porque a los ataques verbales, ya se ha acostumbrado.
Los psicólogos califican el perfil del acosado como débil y sumiso, incapaz de enfrentarse al acosador, ya sea de forma directa o a través de un adulto que medie en el conflicto. Esta sumisión la aprovecha el acosador para seguir ejerciendo su liderazgo ante el grupo. Se benefician de lo difícil que resulta detectar el acoso y que en muchas ocasiones, depende de que el menor que lo padece lo cuente a un adulto.
Luis Álvarez, orientador del Atlantic School Garoé, asegura haber encontrado todo tipo de perfiles a lo largo de su dilatada experiencia y explica que “te llegas a encontrar algún alumno que prefiere adaptarse al grupo, jugando cualquier papel que no es realmente el suyo, con tal de sentirse aceptado”. Sin embargo, aclara que “el acoso no es lo que objetivamente pueda parecerle al observador, sino lo que realmente percibe el alumno. Cada persona tiene su propio umbral de sensibilidad: te encuentras con alumnos que manejan con gran habilidad sus circunstancias, frente a otros que cualquier sutileza la interpretan en clave de acoso. En cualquier caso, sentirse acosado es una tragedia y la intervención educativa es clave para reconducir la situación”.
La madre de Elena está viviendo esta situación con mucha angustia, “si no lo vives en primera persona no sabes hasta qué punto se puede hacer daño a alguien, incluso llegas a dudar de si lo que dice tu hija es verdad”. Confiesa que empezó a notar que algo sucedía cuando al preguntar cómo le había ido en el colegio, la niña le contaba que la habían empujado, o que se había quejado a un profesor por algo que había ocurrido con alguna compañera.
Con el paso de las semanas la tristeza se fue apoderando de Elena; dejó de comer, no conciliaba el sueño y llegaba llorando a casa. Sus compañeros, muchos de ellos vecinos de toda la vida, pasaban cada mañana por la puerta de su casa de camino al colegio y no la saludaban. Aún hoy, muchos días en la entrada del centro escolar, algunos niños forman un corrillo para proferirle insultos e incluso meterse con su nuevo corte de pelo que atribuyen a que tiene piojos.
Elena no lucha solo contra esta situación; también se enfrenta a su mente, según su madre, “la niña se siente mal porque ella es la que ha dado las quejas y al final es discriminada, apartada y rechazada por los compañeros, que aprovechan para seguir acosándola”.
El hecho de acudir a una persona de confianza es un avance importante en cualquier caso de acoso, por el esfuerzo que supone para el menor contar abiertamente lo que le está sucediendo. “Formular el problema es dar un paso de gigante” explica Álvarez, quien como orientador ha detectado que muchos niños prefieren no contar lo que les sucede porque quieren solucionarlo ellos solos. “Hay que felicitarlos cuando deciden contarlo, porque de esta forma están intentando cambiar de situación y una vez que lo relatan, podemos ayudarles; además se sienten escuchados, comparten su problema y eso es una parte importante de la terapia”, opina convencido.
El papel de las nuevas tecnologías
Convencida de que lo que estaba sucediendo no era normal, la madre de Elena empezó a apuntar en una libreta todo lo que le contaba su hija. A modo de diario, dejaba constancia de qué niños la habían insultado; qué le habían dicho; cómo había sucedido todo o incluso, los mensajes que su hija comenzaba a recibir a través de las redes sociales. El acoso ya no era solo físico o verbal, sus compañeros empezaron a utilizar el móvil o algunas páginas habituales entre los adolescentes para seguir insultando a Elena.
Los psicólogos y educadores advierten del peligro que supone dejar en manos de los niños, herramientas como teléfonos móviles y ordenadores con conexión a Internet; aseguran que “los padres no son conscientes del arma que le dan a sus hijos cuando les dejan chatear o estar en las redes sociales, porque a través de una pantalla a los niños les resulta muy fácil insultar o amenazar”. Aprovechan que estas intimidaciones no obtendrán una respuesta física, como si se hiciera cara a cara, y así pueden hacer sentir muy mal a la persona que las recibe. Además, insisten en que “los padres son lo suficientemente ignorantes para no saber lo que hacen sus hijos; en ocasiones, estos les dan mil vueltas en conocimientos de tecnología, y saben perfectamente como borrar conversaciones para hacer creer que han tenido un comportamiento adecuado”.
En algunos centros reconocen las dificultades que tienen para controlar lo que sucede a través de las redes sociales, y que termina repercutiendo en el comportamiento de los alumnos dentro del colegio. “Este es un laberinto muy complicado y más cuando median las redes sociales, pues ocurre en el campo de lo personal y excede ampliamente los límites del centro escolar” advierte Álvarez. El centro escolar debe buscar la proximidad y el compromiso con los padres, pero en ocasiones el acoso es tan sutil que los docentes reconocen que pueden tenerlo delante de los ojos y no darse cuenta.
Un problema que se une al llamado acoso invisible, es decir, donde los acosadores no insultan de viva voz, ni agreden al compañero ante la mirada de un adulto, sino que lo machacan psicológicamente sin testigos, apartándolo del grupo, haciéndole sentir inferior y obligándole a obedecer las normas que ellos imponen.
La capacidad de reacción del profesorado en estos casos es fundamental. La madre de Elena se queja del caso omiso que le hicieron en el centro escolar en el que estudia su hija cuando denunció lo que estaba sucediendo. “No hay comunicación en el centro”, denuncia, “hasta la tercera visita, en la que mostré al director una fotografía que habían colgado en Internet hecha dentro del centro escolar, no empezaron a tomar medidas”.
Esta actitud por parte del centro escolar en el que estudia Elena no es la habitual. La consejería de Educación del Gobierno de Canarias establece un protocolo a adoptar por parte del colegio, desde el momento en que se detecta que un alumno puede estar siendo acosado por parte de uno o varios compañeros.
Los casos de bullying pueden darse desde la infancia, aunque son más frecuentes en la adolescencia; y siempre quedan ocultos porque no se manifiestan ante profesores y compañeros. Desde el momento en que es detectado por personal del centro deben tomarse medidas, de lo contrario se estaría produciendo un problema grave de dejación de funciones.
Antonio Jesús Monzón, director del Atlantic School Garoé explica que es importante la observación e implicación permanente del profesorado para poder ayudar al alumno y llegar a tiempo, intentando prepararlos para una sana resolución de conflictos en su vida adulta. Sin embargo, reconoce que es importante adelantarse al problema. “Ante un caso de sospecha de acoso escolar, lo primero que hacemos es concertar una entrevista con los padres del alumno acosado” y añade que “el centro evalúa la situación hablando en primer lugar con el alumno que sufre acoso y con su familia, luego con los posibles acosadores y seguidamente se llama a los padres de éstos últimos para estudiar la situación”.
Por regla general, los padres de los acosadores tienden a reaccionar con sorpresa, incrédulos ante un comportamiento que no se corresponde con el habitual de su hijo. “Piensan que son cosas de niños y que no tienen importancia; creen que este tipo de cosas ha sucedido siempre y que cuando entran los adultos en el conflicto, se agrava más de lo que es en realidad”, asegura un profesor de primaria, que ha tenido que enfrentarse recientemente a uno de estos casos.
La peor parte se la llevan los padres de los niños acosados, incapaces de soportar la presión que para ellos supone saber que su hijo pasa tanto tiempo cerca de los compañeros que le han estado molestando. Ellos buscan un castigo para el otro niño que muchas veces no llega, porque ha cesado en su actitud y el centro escolar entiende que no procede imponer sanciones. Una situación a la que los padres de niños que han sufrido acoso ponen fin, cambiando a sus hijos de centro escolar.
Para los niños que han pasado esta experiencia traumática, la sensación de soledad, el creer que nadie les quiere o la incapacidad de volver a abrazar a un amigo y decirle que le quiere, son algunas de las secuelas que les deja.
El miedo siempre presente
Desde el momento en que la madre de Elena comunicó al director de su centro escolar todo lo que estaba sucediendo, y le entregó un escrito en el que se detallaban los abusos que venía sufriendo su hija, todo comenzó a cambiar. “Los niños saben que les están vigilando y temen que se puedan tomar medidas contra ellos”, asegura la madre, “ahora toman más precauciones para no ser vistos por los profesores”.
Elena está empezando a soportar la situación gracias al apoyo de su familia. Su madre es lo más parecido a un psicólogo y ha tenido que aprender a subirle el ánimo a la niña, a pesar de sentir un susto en el estómago cada vez que sale para ir al colegio. La convence para que haga oídos sordos a los insultos, tal y como les dijo un psicólogo al que fue durante un tiempo, aunque reconoce que no han podido seguir con la terapia porque “es un lujo que no nos podemos permitir; este problema no se va con una sesión, lleva mucho tiempo intentar que la niña se desahogue y cuente todo lo que tiene dentro”.
Ante situaciones como estas, el papel de los orientadores es fundamental en todo el proceso de identificación del problema y posterior conciliación. Son personas muy observadoras, que tienen un contacto continuado con el alumno y son capaces de percibir cualquier gesto o palabra que de pistas sobre la situación que sufre el menor.
Álvarez se muestra muy interesado en lo que sucede en el patio. Cada día pasa por el recreo observando a los alumnos, porque considera que en ese espacio “son niños desinhibidos, que están comportándose de una forma no dirigida”. Durante ese espacio de tiempo, se fija en quiénes son los niños que juegan con los de su edad, los que lo hacen con compañeros de cursos superiores o inferiores, los que no juegan o el estado de ánimo de los pequeños.
Cualquiera que observe algo informa al profesor del niño, y si fuese necesario, se pone en marcha el protocolo. “No solo nos interesa trabajar la capacidad de aprendizaje de nuestro alumnado, también nos preocupa su capacidad de comunicación e interacción con los demás”, explica este orientador con 34 años de experiencia.
En otros centros por regla general los orientadores compaginan como pueden el trabajo en varios colegios y van de aquí para allá atendiendo a cientos de niños, casi sin tiempo de profundizar en los problemas que afectan a cada alumno. En esos casos, son los profesores los que toman las riendas de la situación y buscan la mejor manera de solucionar el conflicto, sin que trascienda entre los compañeros de los implicados en el acoso.
Una vez identificados acosadores y acosados, los docentes comienzan a ensamblar un puzzle complejo en el que tienen en cuenta quiénes son las personas con las que mejor se siente el niño acosado, de tal forma que se intenta la integración en el grupo. En clase se sitúa estratégicamente a ambos niños de tal forma que no puedan encontrarse, evitando todo contacto y tratando de no perderles de vista en ningún momento. Estos cambios no deben ser percibidos por el resto de alumnos, para garantizar la privacidad de los implicados.
Puesta en marcha esta estrategia en el aula, el alumno acosado tiene además la posibilidad de elegir a alguien, un líder justo, que se convertirá en su persona de confianza. Por regla general suele ser el tutor actual o el anterior. En ese caso, el adulto deberá hacer un seguimiento del menor, estando a su disposición en cualquier momento que pueda necesitarlo; interesándose por sus avances en cuanto a las relaciones con sus iguales; o en cómo se ha sentido cuando ha compartido espacio o actividades con su acosador. Siempre evitando forzar al niño, pero sí pidiéndole una continuidad en su comunicación con el líder justo para poder evaluar sus avances.
Cuando el problema está plenamente identificado y la comunicación es complicada, entra en juego la figura del alumno mediador. Es una persona que destaca entre los demás por llevarse bien con todos, y tiene la capacidad de hacer entrar en razón a los demás, sin ponerse del lado de nadie. Por su condición de igual, el alumno mediador está capacitado para conocer qué es lo que realmente le molesta al niño agredido, qué le ocurre y aún no ha contado a los adultos. Gracias a su intervención, el centro conseguirá información muy valiosa que podrá ser utilizada para resolver el conflicto.
Los equipos educadores deben comportarse como una orquesta perfectamente coordinada, para conseguir adaptarse a las necesidades específicas de cada alumno. El compromiso, la buena voluntad y la experiencia en ocasiones, no son suficientes para percibir el problema. Deben prestar atención e indagar porque muchas veces el problema no es fácilmente perceptible.
No querer ir al colegio, estar siempre enfermo, dejar de comer o relacionarse menos, son algunos de los indicadores que pueden llevar a pensar que un niño está sufriendo bullying y que tienden a confundirse con cambios en el carácter del niño. Un carácter, que de llevar mucho tiempo sufriendo acoso, puede verse retraído desde entonces.
Los centros escolares no deben volcarse únicamente en cultivar el conocimiento de los alumnos; su función educadora debe ir más allá y enseñar cómo relacionarse de forma saludable con otras personas. Álvarez explica que “cada vez que los niños tienen un problema, si en lugar de huir lo comunican, lo asumen y lo intentan solucionar, esto les servirá para afrontar los inconvenientes que puedan encontrarse a lo largo de su vida”.
Potenciar las habilidades sociales del niño en casos como el de Elena, puede suponer que aprendan a interpretar las situaciones de una forma más abierta, permitiéndoles llevar una vida normal dentro de las aulas e incluso facilitar que puedan hacer nuevos amigos.
El protocolo en caso de acoso
Hablar de acoso escolar es hablar de una intimidación y maltrato continuado en el tiempo, por una o varias personas hacia un igual. Lejos de la mirada de los adultos, los acosadores ejercen maltrato físico, psíquico y social, provocando temor psicológico y rechazo grupal en el acosado.
Los centros escolares, siguiendo las pautas que marca desde octubre de 2006 el Programa de Prevención en acoso escolar de la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, deben seguir un plan de actuación que incluye en primer lugar, entrevistarse con el alumno afectado para conocer en qué ha consistido el acoso, y tratar de ayudarle a reparar el daño que éste haya podido provocarle.
La familia de quien sufre el acoso recibe el apoyo del profesorado, que mantendrá en todo momento informado a los padres de las medidas que se están tomando, adecuadas a la situación vivida por el menor. El acoso deberá ser detenido de forma conjunta por familia, profesorado, compañeros del menor y otros profesionales.
Un papel fundamental en todo el proceso, es el que juegan las familias de los presuntos acosadores y su colaboración, vital para frenar el acoso. El centro les pedirá mantener la actitud de escucha, guardar la confidencialidad y estarán constantemente informados de los pasos que se siguen desde el colegio, para revertir la situación.
El acosador debe ser consciente del daño causado y así poder repararlo. En esta fase del proceso, el alumno participará con el profesorado en la búsqueda de soluciones. Sus compañeros, observadores del acoso, trabajarán en grupo para prevenir el acoso en la escuela y tendrán la responsabilidad de comentar al profesorado las situaciones de agresiones que se producen entre compañeros.
Cuando se verifica el acoso físico o psíquico, los equipos educadores deben tomar medidas de protección inmediata, y garantizar la confidencialidad de los implicados para evitar que el problema vaya a más. En caso de que la situación persista, se comunica a la Inspección de la Consejería de Educación que abrirá un expediente al acosador, aunque en la mayoría de los casos, se aboga por una resolución dentro del centro escolar.
El Gobierno de Canarias dispone de un servicio telefónico de atención inmediata a escolares de los centros educativos de enseñanza no universitaria, que ofrece ayuda psicológica inmediata a los alumnos que puedan estar sufriendo acoso escolar.
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