Hannah Arendt nació el 14 de octubre de 1906, cerca de Hannover. Conocemos los detalles de sus primeros años de vida gracias a que su madre escribió un diario de su crecimiento, cosa inusual para la época. Los Arendt son una familia de tradición judía y pertenecen a la comunidad judía liberal. Hannah nunca escuchó la palabra “judío” durante su infancia. Su madre era absolutamente antirreligiosa. La primera vez que Hannah la escuchó , sería inserta en el contexto de comentarios antisemitas pronunciados por sus propios compañeros del colegio. Fue entonces cuando comenzó a ilustrarse sobre este rechazo.
Hannah fue una niña muy despierta, aprendió a leer sola a la edad de cuatro años y hacía preguntas a sus padres sobre todo lo que la rodeaba. Muy apegada a su madre durante toda su vida, aunque lo estaría más tras la muerte de su padre cuando ella contaba tan solo con seis años.
Las primeras inquietudes
A los 15 años la expulsan de la escuela primaria por liderar una protesta contra una profesora, pero para ella no supone un problema aprobar por libre la selectividad en 1921. Sentía verdadera pasión por la poesía y la filosofía clásica. “La filosofía vino a mí cuando yo tenía 14 años; o conseguía estudiar filosofía, o me ahogaba”, diría en una entrevista televisiva.
Hannah durante su juventud ya tendría ese rasgo tan característico de su carácter que le acompañaría durante toda su vida: sensible a los acontecimientos pero fuerte en sus determinaciones. Es en 1924 cuando empieza sus estudios superiores en Marburgo. Se matricula en Filosofía, Teología y Geografía y es allí donde le imparte clases el filósofo alemán Martin Heidegger. Hannah Arendt se presenta en su despacho después de una de las lecciones y comienza una relación amorosa entre ambos. Ni siquiera una mente privilegiada como la de Hannah podía llegar a predecir lo que significaría el nazismo para Europa, ni que su ahora amante tendría una estrecha relación con el régimen de Adolf Hitler. Pero la relación con Martin se hace cada vez más un laberinto sin salida ya que él no abandona ni a su mujer ni a sus hijos. Es el momento propicio para que Hannah corte por lo sano (aunque documentos póstumos a la muerte de Arendt aseguren que mantuvieron correspondencia tras marcharse a continuar sus estudios en Heidelberg).
El exilio
Hannah recordaba en vida la fecha que puso el día que contrajo su compromiso político: el 27 de febrero de 1933, día del incendio del Reichstag y el principio de la peor pesadilla de la Historia de la Humanidad. Aquella misma noche comenzaron las detenciones ilegales, llamadas por el régimen: detenciones preventivas. Era el principio de la excusa que Hitler necesitaba para engrasar su maquinaria de muerte y terror. Hannah diría al respecto: “Fue en este momento cuando dejé de creer que pudiera seguir siendo una mera espectadora”. Es entonces cuando decide pasar a la acción y empieza a trabajar en la Resistencia. Fue detenida pero tuvo mucha suerte, salió de prisión a los ocho días hasta que huyó del país. Encontró refugio en París, como muchos intelectuales alemanes disidentes de la época. Allí se enamora profundamente, a pesar de un matrimonio que años antes inició. Sus biógrafos dicen que este matrimonio le dio “cierta seguridad”. Más tarde se daría cuenta de que amar verdaderamente y conservar su identidad personal eran perfectamente compatibles. Es el principio también de su exilio emocional. En 1940 cuando los alemanes entran en París, Hannah es enviada al Campo de Concentración para mujeres de Gurce, al sur de Francia. Estando allí, en ningún momento pierde la esperanza en la Humanidad, aunque califica a la política mundial de “podrida”. Hannah Arendt emigra a EE.UU y en 1951 recibe la nacionalidad. Para Hannah haber sido apátrida en EE.UU durante tanto tiempo era peligroso. Consideraba que las personas apátridas estaban fuera de la política y por tanto, excluidos de poder decidir su propio destino.
“Ya tengo mi pasaporte. El libro más bonito que he visto. Además me gusta Estados Unidos, nos llevamos bien”.
“Esto nunca debió haber ocurrido”
“Esto nunca debió haber ocurrido. No me refiero sólo al número de víctimas. Sino a la fabricación de cadáveres. Eso nunca debió haber ocurrido, es algo de lo que el mundo ya no podrá desprenderse”. Hannah Arendt habló durante toda su vida sobre la honda impresión sobre el Holocausto sobre los judíos. Aun así, 1961 supuso para ella un choque de emociones y pensamientos.
Eichman en Jerusalén y la banalización del mal
Sucedió algo que marcaría para siempre su carrera donde tuvo que elegir entre dejarse llevar por las emociones o poner en marcha sus pensamientos y ser consecuente con sus ideales y lo más complicado, defenderlos. Fue a principios de los sesenta cuando se celebró en Jerusalén un juicio para conocer la pena que se le impondría al teniente coronel nazi Adolf Eichmann por su labor de transportar a los judíos a los campos de concentración. Hannah Arendt acudió a Jerusalén en calidad de periodista para cubrir la información del juicio para la revista ‘The New Yorker’. El artículo que Hannah finalmente les enviaría, iba a revolucionar el mundo del pensamiento político contemporáneo y es estudiado aun hoy en las universidades de Europa y Norteamérica.
Arendt, tras viajar a Jerusalén para conocer de cerca cómo es la cara de un hombre que puede causar un mal tan radical, descubre que no hay nada de particular en las personas que cometen atrocidades. Concluye que todas las personas en determinadas circunstancias de presión y con el adiestramiento adecuado podríamos cometer actos radicalmente malos. No eran demonios, eran marionetas banales, hombres normales haciendo mal. Esto sentó fatal en la Comunidad Internacional. Si no se puede demonizar a los nazis no se les puede odiar con el mismo fervor. Esto abría una perspectiva terrible a la hora de curar las heridas del nazismo en la comunidad europea y en el pueblo judío. Hannah Arendt publicó también que sin la connivencia de los consejos judíos horriblemente adiestrados para ser superiores a los compatriotas a los que tenían que conducir a la cámara de gas, la maquinaria nazi de matar no habría funcionado tan perfectamente. La polémica estaba servida.
Perdió muchas amistades, no paraba de recibir cartas en su apartamento en Manhattan donde la insultaban y la repudiaban. El gobierno israelí la acusó de culpar a los propios judíos de su terrible desgracia. Hasta el día de su muerte Hannah se mantuvo en lo que había escrito y defendiéndose diciendo que se había manipulado su obra con intenciones políticas. A pesar de todo nunca renegó de sus pensamientos, rompió con casi todo su mundo afectivo menos con sus amigos más leales. En una carta escrita a su fiel amigo Karl Jaspers en 1965 le confesaría:
“Me siento como un animal al que se le han cerrado todos los accesos; ya no puedo entregarme porque nadie me quiera como soy, todos saben más que yo”.
Hasta el final: pensando apasionadamente
Acabada la II Guerra Mundial, Arendt visita Europa. Ve un continente absolutamente devastado. Una vez más, fiel a sí misma y sabiendo que sus actos no harán tambalear sus convicciones, decide visitar a Martín Heidegger, ahora sí, conocido como el gran ideólogo nazi. Lo compartió con su marido al llegar a Nueva York. Hannah era profundamente libre y profundamente honesta con sus sentimientos y los de los demás. Sus biógrafas han entendido esa visita como la necesidad de Hannah de zanjar una historia y de no traicionar a la Hannah Arendt que una vez amó a un nazi. Pasó los últimos años de su vida impartiendo clases por diversas universidades de Estados Unidos. Los alumnos hacían cola para matricularse en sus clases. Su vida fue cobrando normalidad, la comunidad universitaria comenzó a valorar positivamente su obra sobre Eichmann y los homenajes y premios se sucedían por todo el mundo hacia su obra. Su mejor e íntimo amigos Jasper, fallece cinco años antes que ella y le dedica éstas palabras: “No sabemos dónde van los hombres cuando mueren. Sólo nos queda su palabra dada y su gesto inimitable”.
Hannah Arendt murió en 1975. La palabra que nos dio aun hoy es imperturbable, su gesto marcó un precedente: luchar. Luchar hasta el final por las propias convicciones, luchar contra todas las consecuencias. Luchar cuando tu propio Ángel de la Guarda te retira la palabra. Luchar en un mundo de hombres por conquistar los propios pensamientos, amar sin miedo, pensar sin prejuicios y sobre todo, pensar apasionadamente.
Un doodle para Hannah
doodlePor el 108 aniversario de su muerte Google le ha dedicado a Hannah Arendt un precioso doodle que está enlazado a su vida y bibliografía. Google moderniza incluso la forma en que las personas nos acercamos a la Historia en la Era de la Información.
Para conocer mejor a Hannah existen diversas biografías traducidas al castellano sobre la vida de esta “pensadora política” como a ella le gustaba autodenominarse. Por otro lado, en 2012 se estrenó una película protagonizada por Margarethe Von Trotta donde se refleja a la perfección cómo vivió el periodo de la publicación de sus artículos sobre Eichmann y la polémica posterior.
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