De nuevo el viajero se encuentra en Delhi. Y no es raro. La capital de la India es el epicentro de todos los viajes que se hagan por este país. Los pasajes son más baratos y su situación resulta estratégica para elegir luego a donde desplazarse a lo largo y ancho de cualquier punto cardinal. Aunque esta ciudad vista desde afuera puede resultar caótica, fea y sucia, cuando se está dentro resulta que es aún peor. Pero por extraño que suene lo cierto es que al final se le coja cariño pese a sus peligros. Por ejemplo, la gran mayoría de los extranjeros pueden confirmar que por mucho que se fíen de su sentido de la orientación aquí les falla totalmente.
Por eso la mayoría de los viajeros de bajo presupuesto, comúnmente llamados mochileros, opta por quedarse parapetados en Main Bazar, una calle de apenas medio kilómetro donde se encuentran todos los tópicos de la India y prácticamente todos su productos pero sin que parezcan adulterados. Main Bazar es un lugar de encuentro de culturas y de gentes de cualquier rincón del mundo que conviven a su manera. Los indios intentan sacarle el máximo provecho posible pero sin pasarse y los extranjeros deambulan por los negocios o los bares con la misma sonrisa estúpida que los canarios les observamos a nuestros turistas, por ejemplo.
Si el próximo destino elegido es Bombay, entonces lo mejor es coger un avión, dadas las distancias tan brutales que existen entre un punto y otro. Lo que en tren puede significar 24 horas en el mejor de los casos, que nunca se cumple por los inevitables retrasos propios de la estación del monzón, en avión el trayecto se puede hacer en apenas dos horas. Además, los precios y la calidad son normales. No baratos porque la India no produce petróleo pero si más que accesibles. Por ejemplo este trayecto apenas cuesta 50 euros.
La primera impresión que sacas de Bombay es la de encontrarte en medio de una mega-urbe en la que todo es descomunal y desmesurado. Sin embargo, cuando después de más de una hora de trayecto en taxi desde el aeropuerto se llega al barrio de Colaba, la opinión del viajero cambia radicalmente. A partir de aquí lo que encuentras es una ciudad culta, con aires portugueses, llena de tiendas de antigüedades, de gente respetuosa y amable y eso sí, en medio de una contaminación asfixiante, tanto en el aire como en el mar.
En Bombay los precios baratos, especialmente en hostelería no existen, lo que no quiere decir que los hostales tengan calidad alguna. Más bien todo lo contrario. En el entorno de la Indian Gate la gente se dedica a vender drogas sin reparos, a ofrecerte ir a sus cafés que según ellos son como los coffe shops de Amsterdam, limpiarte las orejas -no es broma- y a acosar al turista al máximo. Sin embargo dos calles más allá el panorama cambia y especialmente si te adentras en sus mercados en los que nadie repara.
En Bombay se puede visitar el parque nacional Sanjay Gandhi donde están unas cuevas en las que vivían los monjes budistas. La presión urbanística es tan desmesurada que los edificios se sitúan justo al lado de la entrada del parque. Un paso más allá está la jungla con monos incluidos. Al día siguiente se puede visitar la Isla de Elephanta, donde también se encuentran unas cuevas en las que se han construido templos.
Las playas de Goa
Las playas de GoaTras varias horas de trayecto en guagua se llega a Goa. La región es el paraíso de los turistas que viene a aquí atraídos por las imágenes de playas kilométricas y salvajes. Pero hay más. Por ejemplo, la antigua capital llamada Old Goa repleta de edificios de tradición portuguesa que podrían encontrarse en cualquier lugar de la isla de La Palma, por ejemplo. En la catedral está el cuerpo incorrupto de San Francisco Javier que después de cientos de años al menos mantiene trozos de la piel y la apariencia humana. Permanecer en el pueblo de Panjin donde también la tradición lusa es más que evidente deja al visitante totalmente fuera del espacio y el tiempo. Otra posibilidad es visitar la playa donde los habitantes se limitan a mojarse los pies o bañarse con toda la ropa, incluidas las mujeres que utilizan el sari al completo.
Muy cerca está Colva. Un pueblo en la costa de Goa moderadamente turístico. La creciente presión demográfica en India con sus más de 1.250 millones de habitantes es tan brutal que resulta imposible encontrar un lugar, por remoto que sea, donde no veas a una persona, preferiblemente un indio. Es lo que ocurre en las playas de Goa que por muy kilométricas que sean al final cada doscientos metros te encuentras, al menos con un pescador. Toda la costa está llena de pequeños pueblos que parecen conservados dentro de una cápsula del tiempo.
Por la tarde las mujeres venden al borde de las carreteras el pescado que durante el día han capturado sus maridos. Pero el paraíso tiene fecha de caducidad. Durante los últimos años también han florecido descomunales complejos hoteleros con todo incluido repletos de turistas. Las carreteras ya se han quedado demasiado estrechas para dejar pasar unas guaguas enormes con lo cual en breve seguramente comenzarán los planes de desarrollo, el progreso y todo eso que se da en llamar sostenible.
Kerala es una continuación de Goa. Aquí el monzón arrecia aún con más fuerza. Llueve prácticamente todo el día aunque el calor es considerable, por ello hay pocos turistas. Los pueblos de Kerala tienen también una fuerte influencia portuguesa, pero igualmente alemana e incluso judía. Las playas son más pequeñas. Los pescadores utilizan lo que llaman redes chinas que son unos extraños artilugios con los que cada día recogen kilos de pescado. Esta región es también famosa por los masajes. Por fin, aquí se puede comer carne de cochino. Y es que a estas alturas del viaje la comida empieza a ser un problema. El estómago se resiente de tanto pollo y tanta salsa picante.
Mysore, capital del incienso
Mysore, capital del inciensoUno de los grandes descubrimientos de esta parte de la India es sin duda el pequeño pueblo de Hampi. A lo largo de casi 50 kilómetros a su alrededor se pueden observar templos y palacios en ruinas de hace quinientos años. Los vecinos son muy respetuosos con los turistas y no los acosan. Lo más que hacen es preguntarse educadamente si quieres esto o lo otro. El problema es que cada uno de los cientos de vecinos lo hacen al menos una vez al día. Además de los templos llenos de monos y del paisaje de una belleza desarmante, se puede disfrutar de un río en el que por la mañana se lleva a cabo el baño ritual de cuidadoso lavado de los elefantes.
Es una visita obligada para cualquiera que viaje a la India. Llegar resulta un tanto complicado, como a casi cualquier punto de este descomunal país pero merece la pena de sobra. Conocer todos los monumentos puede llevar más de siete horas y seguramente no se lleguen a abarcarlos en su totalidad. Por suerte, los mejores y más interesantes son los que están más cerca del pueblo. Todo habla de un antiguo imperio, desaparecido no se sabe muy bien cuándo ni por qué.
Mysore es la capital del incienso y de los sari. Pero además está orgullosa del imponente palacio del Tipu, un monarca al que le tocó gobernar en plena invasión inglesa. En Bengalore hay otro de sus palacios en el que se puede contemplar, por ejemplo, una colección de los inquietantes sueños que tuvo durante la época de colonialismo. La mansión es impresionante pero la ciudad da poco más de si. Visitar un par de mercados y soportar como se puede el acoso de los falsos guías y de los rickshaws.
Lo mejor de Chennai o Madrás es la impresionante playa que llaman la Marina Beach. La única palabra que viene a la boca cuando la ves es “inabarcable”. Porque eso es exactamente lo que es. Una enorme playa de más de trescientos metros entre el paseo y el mar y kilómetros de largo. Los hindús la disfrutan como sólo ellos saben. Mojándose los pies, bañándose vestidos, paseando en caballos o simplemente jugando. La suciedad es más que evidente.
Con Calcuta ocurre lo mismo que con Bombay. Al principio parece que la ciudad te va a devorar pero luego resulta que no es tan agobiante. El momento más importante de esta visita puede ser conocer la casa de la Madre Teresa en la que se encuentra su tumba. Un edificio situado en el centro donde se hace un repaso sencillo a la vida de esta religiosa. Resulta muy complicado no emocionarse. Las religiosas pasean por el edificio con una alegría que desarma y cargando enormes calderos con los que dan de comer a cientos de niños recogidos de las calles.
Calcuta puede ser considerada la capital mundial de la pobreza. Las madres te persiguen por la calle llevando a sus hijos para que les des de comer. Por eso el esfuerzo que hacen estas mujeres religiosas resulta todavía más meritorio. Han dejado sus casas y una vida cómoda para entregarse a los demás. Y así y todo encima son felices. Inexplicable desde el punto de vista materialista y occidental. El resto de la ciudad no deja de sorprender por sus enormes puentes, los parques gigantescos que los indios utilizan a su manera o los mercados. Una gran ciudad en la que aún se notan vestigios de haber sido la primera capital de la India.