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El irremediable colapso del 'petrosocialismo' venezolano

Araceli Oliva

Las Palmas de Gran Canaria —

“Pónganme el precio del petróleo a cero y Venezuela no entra en crisis, pónganmelo a cero”, afirmó el entonces presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, en enero de 2009. En aquel momento la economía venezolana parecía resistir los efectos de la crisis financiera mundial que ya agitaba los mercados internacionales. El precio del petróleo venezolano experimentó una bajada ese año, pero consiguió recuperarse en 2010 y se mantuvo al alza hasta 2015.

Pero entonces la situación cambió bruscamente: el precio promedio por barril de la cesta petrolera venezolana pasó de los 88,42 dólares en 2014 a los 44,65 dólares en 2015, lo que se tradujo en una caída del 41% de los ingresos petroleros. El Banco Central de Venezuela confirmó que la inflación fue del 180% durante el 2015, la más alta del mundo. En enero de 2016, el presidente Nicolás Maduro decretó el estado de emergencia económica.

No hizo falta poner el petróleo a cero. El oro negro es el principal producto de exportación de Venezuela y su más importante fuente de ingresos presupuestarios. Cualquier variación en el precio del petróleo tiene consecuencias directas en la economía del país latinoamericano. Pero Chávez pensó que Venezuela era inmune: “La crisis es del capitalismo, no del socialismo”, decía el mandatario a quienes avisaban del peligro que suponía la crisis financiera internacional para la economía venezolana. Chávez no solo se equivocó en su predicción, sino también en su ecuación: no se trataba del socialismo, sino del petrosocialismo. Los motores de la Revolución Bolivariana se alimentan de petróleo al igual que el capitalismo, lo que crea una relación de dependencia imposible de romper. En otras palabras, el capitalismo financia el petrosocialismo y a la inversa.

El desastre económico que vive el país se presenta como el fracaso de la Revolución Bolivariana cuando en realidad se trata del fracaso del petroestado venezolano que surge entre 1912 y 1943. Aunque la dependencia del petróleo ha variado con los diferentes gobiernos, siempre ha sido el principal motor de la economía. Del mismo modo, también ha habido diferencias en la gestión de los ingresos petroleros, pero siempre se produce un colapso económico en momentos de fuertes caídas en el precio del barril.

El rentismo petrolero no nació con Chávez, al igual que la Revolución Bolivariana no inventó las políticas sociales financiadas con las exportaciones del combustible.

La 'enfermedad holandesa'

Entre 1920 y 1935 el petróleo pasó de representar apenas un 2% de las exportaciones del país a estar por encima del 90%. En 1929, Venezuela ya era el segundo mayor productor de petróleo, por detrás de Estados Unidos, y el primero en exportación. Pero el boom petrolero tuvo un impacto inmediato en la economía del país: la enfermedad holandesa, también conocida como el mal holandés o el síndrome holandés. Este término surge en la década de 1960 cuando se descubrieron grandes yacimientos de gas natural en los Países Bajos, lo que resultó en un aumento considerable de los ingresos de la divisa nacional, el florín, producto de las exportaciones. Como consecuencia, el florín se apreció (aumentó su valor), lo que favoreció las importaciones en detrimento de las exportaciones. En otras palabras, el producto local pasó a ser más caro que el producto importado, lo que llevó al cierre de muchas empresas e industrias nacionales. Es un círculo vicioso pero la buena noticia es que el síndrome holandés tiene “cura” y la misma Holanda consiguió estabilizar su economía.

En el caso de Venezuela, el síndrome holandés se tradujo en el abandono de los sectores tradicionales de la economía, en especial la agricultura que quedó reducida a una actividad casi residual. Los productos nacionales perdieron competitividad frente a los productos importados por mucho menor precio. El cierre de empresas produjo un éxodo de mano de obra hacia la industria petrolera que, aunque genera ingentes ingresos, no ha sido capaz de absorber la nueva demanda de empleo

Democracia, control estatal y clientelismo político

Hace más de medio siglo nació el discurso político del control estatal de los recursos naturales y la utilización de esta riqueza para programas sociales. El primer paso fue la Ley de Hidrocarburos de 1943 que sentó las bases para la futura nacionalización e incrementó los impuestos, desde este momento ligados a las ganancias de los ingresos petroleros.

Entre 1945 y 1948 accedió al poder, de forma provisional, Rómulo Betancourt con el partido Acción Democrática. Bajo su presidencia se puso en marcha un ambicioso plan económico y social financiado con los nuevos ingresos estatales provenientes del petróleo. Betancourt lideró la idea de mejorar las condiciones de vida de los sectores más desfavorecidos a través de la distribución de la renta petrolera. Para muchos historiadores y politólogos, la política de Betancourt sentó las bases del modelo rentista petrolero y el clientelismo político del estado venezolano moderno.

Tras 10 años de dictadura (1948-1958), el sistema democrático se reinauguró con un pacto político, el Punto Fijo. Un acuerdo entre los principales partidos políticos para garantizar la gobernabilidad del país y la supervivencia de la democracia. Se trató de un pacto entre las élites, representadas en AD y COPEI, que excluía a otros partidos políticos, entre ellos el Partido Comunista. Más allá de los acuerdos políticos, el puntofijismo se basó en un pacto para garantizar a los partidos firmantes el acceso a los beneficios de la renta petrolera. De esta manera, la democracia liberal venezolana nació anclada y dependiente de la disposición de abundante ingreso petrolero. En otras palabras: sin petróleo, la democracia tambalea.

La industria petrolera empezó a adquirir casi el monopolio de la producción de toda la riqueza del país en un ciclo de retroalimentación negativa – a mayor producción y exportación de petróleo, menor diversificación económica – por el ya mencionado síndrome holandés. El estado se convirtió entonces, tras la nacionalización del petróleo en 1976, en el propietario de la fuente de ingresos más importante del país.

El problema no está en el control estatal de los recursos naturales, sino en la relación unidireccional de dependencia que se produce cuando los ciudadanos dependen exclusivamente del estado para cubrir sus necesidades básicas o para poder ser parte del poder económico. El estado venezolano no necesita a los ciudadanos a diferencia de España, por ejemplo, donde el estado redistribuye una riqueza que previamente ha recaudado, vía impuesto, de los ciudadanos. El monopolio de la riqueza nacional en manos del estado se relaciona con gobiernos dictatoriales por el poder que otorga de manera autónoma. Si el estado no depende de los ciudadanos es menos probable la concesión de libertades y derechos.

“La gran Venezuela”, mientras duró el petróleo

“Sembrar el petróleo” fue el plan económico de la reinstaurada democracia con Rómulo Betancourt en la presidencia: utilizar los beneficios petroleros para cubrir las necesidades de la población y diversificar la economía mediante la industrialización en sustitución de las importaciones.

Venezuela fundó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) con el objetivo de asegurar que los precios del barril se mantuvieran siempre al alza. Los países firmantes se comprometieron a respetar cuotas de producción para influir en la demanda disponible y así controlar el precio. El resultado fue el esperado: aumentó el precio del barril. La abundante renta petrolera permitió triplicar el gasto social y bajar el paro mediante el empleo público. También hubo importantes avances en alfabetización, nutrición y un aumento considerable de la esperanza de vida. Venezuela se modernizó y se endeudó.

¿Por qué se endeuda un país en plena bonanza económica? Los altos ingresos petroleros convirtieron a Venezuela en un país atractivo para los mercados financieros internacionales en un momento en el que el gobierno necesitaba más dinero para seguir modernizando el país, aumentando el gasto social y para obras faraónicas e innecesarias.

Pero la época dorada llegó a su fin. En los 80 el precio del petróleo empezó a desplomarse y, por consiguiente, el estado empezó a perder ingresos. La respuesta del gobierno fue endeudarse aún más para poder mantener el gasto social y hacer frente a la deuda anteriormente contraída: el círculo vicioso de la deuda. El presidente, Carlos Andrés Pérez, recurrió al Fondo Monetario Internacional en busca de financiación. La ayuda llegó a Venezuela junto con un paquete de medidas económica: políticas neoliberales que debían implementarse como condición para recibir los préstamos. El estado ya no pudo mantener el gasto público y se rompió “el pacto”.

El nuevo modelo del viejo rentismo

Hugo Chávez llegó al poder con la promesa de redistribuir la riqueza petrolera con una nueva fórmula: el socialismo del siglo XXI. Al inicio de su mandato, en 1999, la cesta venezolana estaba en torno a los 16 dólares por barril, pero la situación empezó a cambiar. Los precios del petróleo se mantuvieron en alza hasta 2015, llegando a alcanzar los 100 dólares por barril en el 2011, 2012 y 2013.

Chávez tuvo a su disposición la mayor renta petrolera en la historia del país que le permitió poner en práctica las políticas sociales que había prometido. El sueño socialista caminaba hacía adelante en forma de programas asistencialistas mientras el estado comenzaba a endeudarse, otra vez. Los logros sociales del chavismo entre 1999 y 2014 son incuestionables, aunque muchos se esmeren en demostrar lo contrario. Pero también es verdad, aunque otros lo nieguen, que el petrosocialismo no es más que una variante del rentismo petrolero y está destinada al colapso. Es una repetición de la historia moderna venezolana.

En el 2015 empezó el hundimiento de los precios del barril y acto seguido de la economía venezolana. El colapso petrolero ha provocado una crisis humanitaria exacerbada por la hiperinflación y falta de liquidez que sufre el país. El rentismo petrolero ha vuelto a fracasar.

En torno a Venezuela hay una tendencia a reescribir la historia. Unos insisten en convencer de que el clientelismo y la corrupción nacieron con Chávez, otros en asegurar que todo lo que precedió al chavismo fue el neoliberalismo. Pocos tocan la raíz, la renta del petróleo, porque ésta alimenta a los pobres y a la élite por igual. Y mucho menos ahora que es el momento de prometer “otro milagro petrolero”: los venezolanos vuelven a votar este domingo.