El pasado abril México se conmocionó con el hallazgo de tres jóvenes asesinados y disueltos en ácido por equivocación a manos de un cártel. No se trata de un caso aislado, en México el narcoterrorismo constituye un problema estructural. Colombia, Brasil o Venezuela son otros de los países con gran tráfico de sustancias. La droga que estas organizaciones manejan llega a EEUU, Europa y el mundo entero. En España, la situación se está complicado en el Campo de Gibraltar. Detrás de toda la droga hay una realidad que no vemos.
Lo que hay detrás
En España, un gramo de cocaína alcanza en el mercado un valor medio de 50-60 euros. Sin embargo, este precio es relativo. Al margen de las ya conocidas repercusiones del consumo de cocaína, como son la adicción, los problemas mentales, las familias desestructuradas y la ruina, existe otro precio a pagar. Detrás de cada gramo que llega a España y al resto de Europa existe una lucha por el control de la droga que hace de países como México un narco-estado, y que cerró 2017 con más de 25.000 muertos por homicidio. Para que nos hagamos una idea, España terminó 2017 con algo más de 300.
La cantidad ingente de dinero que mueve la cocaína hace que cualquier medio justifique sus fines. Corrupción, secuestros, chantajes, asesinatos, venganzas, todo es válido para dominar las principales áreas del flujo de la droga.
En la actualidad, series como Narcos o El Chapo dan un aura de romanticismo al mundo del narcotráfico. Nada más lejos de la realidad. Existe toda una cultura en torno a la figura del narco y sus valores. Los narcocorridos y el narco rap atraen una juventud que ansía poder, dinero y respeto. Lo que muchas veces esta juventud no sabe es que, detrás de los coches de lujo y del dinero, existe la crudeza y la violencia con las que estas bandas toman represalias contra los miembros de otros grupos que compiten por el territorio, además del constante problema con la justicia.
Son famosos los videos que circulan por internet en donde jóvenes y adultos, hombres y mujeres, son decapitados, troceados e introducidos en barriles de ácido. En otros, abren a la víctima en canal por el pecho, viva, y le sacan el corazón. Otras veces cortan uno por uno los miembros del individuo vivo con un machete hasta que, finalmente, le cortan la cabeza. La violencia de los sicarios no tiene límites. La propagandística de estos grupos tampoco. Los videos que suben a internet los narcos para mostrar a sus rivales los horrores circulan por las redes.
Hemos sido testigos de torturas, interrogatorios y asesinatos a personas por trabajar para los cárteles rivales. En uno de los videos, la víctima, que realizaba servicios para otro cártel, dice “no me pagaron mucho, la última vez que fui me dieron 300 pesos” (poco más de 12 euros), y continúa “yo le digo a la gente que la piense, porque no es fácil estar aquí y ya no vuelves para atrás. Piensen bien lo que les estoy diciendo, con esta gente no se juega”. Al terminar de hablar es degollado con una motosierra. A su compañero lo decapitan con un cuchillo y ponen su cabeza sobre la espalda. En otro vídeo, la víctima es desmembrada con un machete y golpeado con su propia pierna.
Uno de los últimos videos muestra varios coches de policía cruzados en medio de la calle tras una “balacera”, que es como llaman en México a un tiroteo. Los narcos graban la escena con sus móviles, varios policías muertos en el suelo, con la cabeza volada, son el ejemplo de que nada puede parar al narco. Mientras graban, lanzan amenazas e improperios a las fuerzas de seguridad, “esto es lo que les pasa a los que intentan detenernos, putos”. Las balaceras se suceden con frecuencia entre las fuerzas de seguridad y los cárteles, o entre bandas rivales.
No son casos aislados. Estos actos son realizados sistemáticamente por las diferentes organizaciones de narcotráfico. En México, el problema llega a todos los niveles de la población. Las redes de los cárteles van desde el grupo civil hasta el gobierno, pasando por los militares y las fuerzas de seguridad, donde la corrupción se extiende como un cáncer.
El mapa de un país en guerra
Como si se tratase del mapa dibujado de los Balcanes en los años 90, México se encuentra dividido por los señores de la droga. Las fronteras van y vienen dependiendo de si un cártel gana territorio a otro, o de si uno de los líderes muere y la organización queda dividida. Otras veces, un cártel sufre una escisión interna y las luchas intestinas se dan en el seno del mismo.
Como un Estado paralelo, las “provincias” de los cárteles fluctúan con el tiempo pasando por encima de la ciudadanía. Se oyen rumores de volver a la “vieja escuela”, sin involucrar a ciudadanos inocentes, solo dedicarse al negocio, al narcotráfico. El problema es que los secuestros y los chantajes proporcionan dinero fácil y rápido. Las fuerzas de seguridad se encuentran muchas veces corrompidas. Los disparos entre la policía y los narcos se suceden con frecuencia. Todo ello da como resultado una población civil que sufre de primera mano el problema del narco. El último ejemplo macabro, el de los 3 estudiantes asesinados y disueltos en ácido al ser confundidos por integrantes de la banda rival.
Un hecho a escala mundial con España como puesto estratégico
España, a la cabeza del continente europeo de cara al Atlántico, ha sido y es punto estratégico para el tráfico de drogas. Recordada ahora más que nunca en la serie Fariña, la Galicia de los años 80 era el punto de desembarco de tabaco, hachís y cocaína. Hoy en día, el punto caliente parece estar en el Campo de Gibraltar, a través de la Bahía de Algeciras, en Cádiz.
El narcotráfico en España de momento se ha cobrado la vida de un policía en labores de persecución contra el tráfico de tabaco en junio de 2017 en La Línea, Cádiz. El problema radica en que el poder del narcotráfico está creciendo en esta zona. En abril del pasado año la policía, intentando interceptar un desembarco de hachís, fue recibida a pedradas y palos por parte decenas de vecinos. El culmen ha sido el asalto a un hospital en esta misma ciudad por parte de 20 encapuchados para rescatar a uno de los traficantes que se encontraba herido y detenido, ocurrido el pasado 6 de febrero de 2018.
A España le toca ahora responder con contundencia. Traspasada la línea del respeto a las fuerzas de seguridad de un país, empieza el caos. Esa “pequeña Medellín”, así se oye por los medios de comunicación, en la que se está convirtiendo el Campo de Gibraltar tras haberse afincado en él la mafia colombiana, debería ser tomada muy en cuenta tanto por los ciudadanos como por las fuerzas de gobierno. Los primeros por la permisividad a veces mostrada, en unas provincias donde el gran porcentaje de paro hace del tráfico de drogas una salida. Los segundos porque son quienes tienen la capacidad de cortar de raíz, invirtiendo en personal y medios, lo que luego puede costar más caro. Pese a todo, es un problema de base, en donde la educación dada a la juventud se ve superada por los afanes del dinero fácil y el estilo de vida a emular de los grandes narcos. Existe toda una cultura en torno a ello que está ejerciendo una gran influencia en la gente joven y que alimenta de miembros a estas organizaciones.
El precio de un gramo es mayor de lo que parece. La cocaína que entra por España para alimentar frenesí de Europa tiene un coste humano que alcanza proporciones bélicas.