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ONWARD

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Sin embargo, la realidad, ésa que tantos desean ocultar a toda costa, nos tiene preparada una sorpresa, porque esta historia tiene que ver con la magia, en un mundo lleno de seres mágicos que un día decidieron ser tan sosos y predecibles como los seres humanos y, por ello, tuvieron que enfrentarse a los problemas cotidianos, sin poder recurrir a ningún tipo de conjuro, encantamiento, talismán o varita mágica.

Ian y Barley Lightfoot son dos hermanos muy distintos en la superficie, pero igualmente condicionados por la prematura muerte de su padre. La única salvedad es que Barley sí pudo conocer a su padre mientras que Ian no, al ser demasiado pequeño cuando falleció.

Cierto es que su madre, Laurel, siempre ha tratado de suplir la ausencia de la figura paterna y, por añadidura, la llegada en escena del oficial Colt Bronco, un aguerrido centauro defensor de la ley y el orden, contribuyó, en cierta forma, a compensar dicha pérdida.

Todos estos elementos y la mente intrépida del hermano mayor, amante de los mitos y las leyendas y que cabalga a lomos de una furgoneta llamada Ginebra, terminarán por ser de capital importancia cuando, llegado el décimo sexto cumpleaños de Ian, su madre le entregue, a él y a su hermano, un regalo dejado por el padre para ese mismo momento. Al abrirlo, descubrirán un antiguo artefacto que, sin casi tiempo para poder asimilarlo, los catapultará hasta la aventura de sus vidas y a descubrir no sólo que la magia sigue existiendo, sino que la vida es algo más que la suma de esas imposiciones que nos vamos colocando nosotros mismos y que, un día, ni siquiera nos dejan respirar.

Por añadidura, el viaje iniciático de los dos hermanos terminará por transformar la vida de quienes se crucen en su camino, de la misma forma que aquellos caballeros medievales que buscaban el grial, mientras la dama del lago les ofrecía una espada mágica para unificar un reino.

Onward (Dan Scanlon, 2020) NO es lo que pudiera parecer, tras ver las primeras secuencias. Su historia, escrita por Jason Headley, Keith Bunin y el mismo director de la película es tremendamente adulta en lo que en se cuenta y en cómo lo cuenta. Por eso, y salvo por algunos momentos estelares como los protagonizados por la mitológica y quimérica Mantícora, toda la narración está fuertemente anclada en la enorme complejidad que rodea las relaciones humanas, especialmente las que involucran a los padres con sus hijos y a éstos entre sí.

Es en todas esas secuencias donde los dos hermanos tratan de intercambiar los pocos recuerdos que aún permanecen impresos en la memoria del mayor de los dos, donde reside la enorme validez de una película que te hace olvidar que lo que estás viendo sea animación y no, acción real.

Tampoco quiero que me interpreten mal. En Onward hay espacio para más cosas, pero lo cierto es que, hasta el sacrificio de Ginebra, es digno de la mayor de las epopeyas jamás contadas y no deja concesiones a la galería. Puede que, en esos pequeños detalles, exportados de los mitos y las leyendas del pasado, sea donde resida la verdadera magia de una película que solamente un estudio como Pixar es capaz de llevar a cabo, independientemente de quien dependa.

Eso sí, quienes sigan pensando que la animación no es una cosa de adultos, mejor se buscan un psicoanalista que les cobre poco y que, de paso, les enseñe que no se puede vivir en una sociedad como la nuestra sin ser capaz de evolucionar, por duro que pueda parecer.

Sin embargo, la realidad, ésa que tantos desean ocultar a toda costa, nos tiene preparada una sorpresa, porque esta historia tiene que ver con la magia, en un mundo lleno de seres mágicos que un día decidieron ser tan sosos y predecibles como los seres humanos y, por ello, tuvieron que enfrentarse a los problemas cotidianos, sin poder recurrir a ningún tipo de conjuro, encantamiento, talismán o varita mágica.

Ian y Barley Lightfoot son dos hermanos muy distintos en la superficie, pero igualmente condicionados por la prematura muerte de su padre. La única salvedad es que Barley sí pudo conocer a su padre mientras que Ian no, al ser demasiado pequeño cuando falleció.