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SMART GIRL. I-MATTER

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Ni que decir tiene que el salto cuantitativo de la tecnología y, en especial, de todo aquello relacionado con áreas tales como la robótica y con las ciencias de la computación -las que abarcan las bases teóricas de la información y la computación, así como su aplicación en sistemas computacionales- no ha ayudado a que dicha relación sea más natural, sino todo lo contrario.

No obstante, el punto de inflexión que terminó por obstaculizar cualquier tipo de entendimiento, por lo menos, a nivel mundano -que no formal- llegó con la formulación misma del concepto Inteligencia Artificial (IA)

El profesor de Ingeniería en Sistemas Computacionales, del Instituto Tecnológico de Nuevo Laredo (Méjico) Bruno López Takeyas, en su ensayo Introducción a la Inteligencia Artificial (2007), la define de la siguiente manera: la IA es una rama de las ciencias computacionales encargada de estudiar modelos de cómputo capaces de realizar actividades propias de los seres humanos en base a dos de sus características primordiales: el razonamiento y la conducta.

Siguiendo con este razonamiento, existen distintas definiciones de IA basadas, éstas, en distintos enfoques. Algunas de ellas se muestran a continuación:

En 1956, en el Dartmouth Summer Research Project on Artificial Intelligence (New Hampshire) se organizó un taller de ocho semanas de duración en donde se reunió diez de los investigadores más prominentes en el área de teoría de autómatas, redes neuronales y el estudio de la inteligencia (Artificial Intelligence: A Modern Approach by Stuart Russell and Peter Norvig, 1996). Se presentaron proyectos de aplicaciones articulares, juegos y 25 programas de razonamiento, pero no aportaron avances realmente notables. Probablemente lo más importante fue el nombre que John McCarthy (a quien muchos consideran el padre de esta área) quien propuso el concepto de Inteligencia Artificial (IA) para este campo de investigación. 1

Artificial Intelligence: A Modern Approach by Stuart Russell and Peter Norvig, 1996

Es inegable que parte del problema está directamente relacionado con la visión que para con la IA ha dispuesto la cultura contemporánea, en especial la literatura y el cine, sobre todo éste último. Baste con citar el implacable, racional y casi se diría que épico enfrentamiento dialéctico entre el doctor Dave Bowman (Keir Dullea) y el súper ordenador de la nave United States Spacecraft Discovery One, HAL 9000, personajes, ambos, de la película 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968) para entender la tirante y recelosa relación con la que los seres humanos han plasmado la relación entre su raza y la que simboliza una inteligencia como la que posee HAL 9000.

En una misma línea estaría el discurso plasmado en el guión de la película The Terminator (James Cameron, 1984), escrito por el propio director junto con Gale Anne Hurd y William Wisher -con una notable influncia del trabajo del escritor Harlan Ellison- a la hora de plasmar el tratamiento de Skynet, la IA que decide desafiar a quien lo ha creado para poder sobrevivir ante la notable falta de lógica del ser humano. La respuesta del súperordenador, además de desatar “El Juicio Final” contra la humanidad a la que debía de defender, es la de desarrollar todo un ejécito de asesinos mecánicós y cibernéticos, para exterminar a la raza humana.

De todos ellos, además de máquinas tan implacables como el vehículo T-1 y el desasosegante HK-Aerial, un engendro volador que persigue desde el cielo a los supervivientes de la hecatombe nuclear, día tras día, destaca el Cyberdyne Systems Series 800 Model 101 Terminator, también conocido como el T-800. Éste, un ser creado para ejecutar unos parámetros implatados en sus bancos de memoria, sin cuestinarse ninguna de aquellas órdenes, fusiona todos los miedos, inseguridades e incertidumbres que para con las máquinas en general, y con la IA en particular, tienen los seres humanos. El T-800 no se cuestiona lo que debe hacer, sólo actúa, hecho que lo diferencia, sobre manera, de otro de los personajes sobre los que sustenta una de las historias que, tanto a nivel literario como cinematográfico, mejor han sabido plasmar no sólo la relación entre el hombre y una máquina capaz de pensar, sino la misma evolución vital de dicha máquina, llegado un determinado momento de su exitencia.

Roy Batty, siendo el perfecto y letal combatiente, dista mucho de parecerse al enviado de Skynet para terminar con la vida de Sarah Connors. Él es un Nexus-6, un “replicante”, más humano que los propios humanos, tal y como le dirá el teórico y visionario Eldon Tyrell al implacable Blade Runner, Rick Deckard, en la versión cinematográfica que adapta la novela original del escritor Philip Kindred Dick, Do Androids Dream of Electric Sheep?

Roy Batty quiere respuestas que le den un sentido a su vida, por mucho que ésta fuera programada por sus creadores desde antes, siquiera, de ser ensamblado, y por mucho que esas respuestas le acaben colocando en la misma encrucijada identitaria a la que se verán abocados los seres humanos que transitan por esa historia. Ese sentimento paranoico y la desconfianza ante un escenario que se torna mentiroso y esquivo, en epecial por los factores que lo manipulan desde las sombras -sobre todo, grandes corporaciones como la que representa Eldon Tyrell- forman parte del legado literario del escritor norteamericano.

Por eso, el Nexus- 6 tiene la oportunidad de ver cómo su perseguidor fracasa en su empeño por “retirarle”, pues la consciencia que ha logrado forjar en los años de vida que le han sido asignados por sus programadores le impide hacerlo. Esto no formaba parte de las órdenes implantadas en el T-800 que trató de acabar con la vida de una joven estudiante hasta que Kyle Reese se cruzó en su camino.

Su poética e intensa muerte, en el tejado del edificio donde se ha librado la batalla final, bajo un incesante y machacona lluvia, son la prueba del error a la hora de abordar una relación en donde la falta de empatía de los seres humanos para con sus propias creacione termina por desatar un conflicto que sólo pone de manifiesto la carencia de lógica de los mismos creadores. 2

Esos mismos creadores que, en la historia que nos ocupa, responden al nombre de los Imahi. Ellos tuvieron un sueño, por dispatatado que esto pudiera sonar...

Ellos, al igual que la Tyrell Corporation o las automatizadas fábricas puestas en pié por Skynet, entendieron que, de alguna u otra forma, el futuro de la humanidad pasaba por entenderse y/o verse sometido a los dictados de la IA. Está claro que para lograr tal simbiosis alguien debería pagar un precio y, en este caso, fue la libertad individual, la libertad de la información y las mismas bases de la civilización las que se debieron subyugar a los designios de las grandes multinacionales que, como suele ser habitual, se empeñaron en marcar el ritmo de los acontecimientos sin reparar en las consecuencias de sus actos.

Sobra decir que, con la proliferación de la IA, los seres humanos entraron en una crisis de identidad motivada, en buena parte, por sus propias querencias como raza y como civilización. Sin embargo, la idea original sobre la que se sustentó la revolución conceptual y física desarrollada por los Imahi supuso un salto cuantitativo y cualitativo en las condiciones de vida de los seres humanos, tal y como Eldon Tyrell no se cansó nunca de repetir.

Hay, también, quien propone que todo esto sea una ensoñación y que, como cuentan las viejas leyendas de los demonios que asolaban los poblados de Europa llamados, éstos, Boginkis, todos hubíesemos sido robados en nuestras cunas para después colocar, en su lugar, una copia idéntica de nosotros mismos, llamada, ésta, Odmience. Según las mismas crónicas, aquellos “niños”, todos nosotros, nos terminamos por rebelar contra los padres fundadores y éste es el mundo en el que hemos podido sobrevivir.

Independientemente de todo esto, y dajando a un lado, por un momento, si esta realidad es “real” o no, el sueño de los Imahi se transformó en algo más que un prototipo y el ser humano empezó a convivivir, y bien pronto a explotar y / o abusar de sus Smart Droid. Yuki y su disfuncional y abusiva relación con su amo, Hiro, es un buen ejemplo de todo esto, en especial, por la falta total de empatía que el ser humano, inteligente y racional, tiene para con su Smart Girl. Y dejando a un lado que toda máquina se vuelve obsoleta -al igual que los seres humanos, aunque estos últimos se niegen a reconocerlo- Yuki no es una “Smart Girl” normal.

Yuki tiene sueños, más bien, pesadillas constantes -una característica muy humana- y sabe que algo no está bien en su interior. Además, como Ginoide que es posee una capacidad de raciocinio que, por ejemplo, no demuestra ni quien usa de ella a su antojo, ni quienes reivindican la supremacía de la raza humana frente a la “materia inerte” que representan los Smart Droid

Lo que ni siquiera podía llegar a imaginar es que ella no es sólo una Smart Girl llamada Yuki. Ella es Julie, y también Sarah y, en otro instante espacio temporal, un miembro de Incógnito, la resistencia que quería devolver la libertad a la Red y a las “Esquemátas”, aquellas primeras consciencias asistenciales en líneas, las cuales fueron las responsables de dar a luz un nuevo lenguaje orgánico entre máquinas y humanos.

Sin emgargo, la “muñeca rusa” que, en realidad, es Yuki representa el nexo de unión para con app: Izaa; Imai-Zoo-Animatecnic, el siguiente escalón en la línea evolutiva entre los seres humanos y las máquinas. Esta circunstancia, como es lógico pensar, NO sería del agrado de muchos, pero lo contrario de la evolución es el estancamiento y tal concepto nunca le ha acarreado nada bueno a la sociedad, ni a la humana, ni a la artificial.

Todos estos estractos, así como algunas de las claves que se han ido desgranando en estas líneas forman parte del álbum Smart Girl I-Matter, obra completa de Fernando Dagnino, un autor que ha sido capaz de plasmar en un álbum gráfico la lógica evolución de una serie de ideas que han ido formando parte del pensamiento humano, con variaciones según la forma y el fondo de quien los tratara.

Su trabajo, brillante e intenso, es igualmente válido para plasmar las aguadas nebulosas del pasado de la protagonista principal como para ser testigos de sus conflictos interiores o de la presiones que debe sufrir en sus quehaceres diarios al lado de su “amo”. Además, la planificación y posterior maquetación de una obra compleja en su puesta en escena responden a las necesidades de la narración secuencial y permiten que la lectura no se resienta, independientemente del escenario y/o la situación que se esté desarrollando delante de nuestros ojos.

Queda claro que el autor tiene un interés personal en lograr que Yuki luzca siempre con un nivel de definición y cuidado que la convierte en la protagonista absoluta de una ficción que, cada día que pasa, está más cerca de la realidad y en todos los sentidos.

La obra, la cual cuenta con dos versiónes -especialmente recomendable es la segunda, revisada y ampliada por el propio autor- termina con un final abierto, como lo es el mismo estudio de la AI, el cual nos obliga, a hombres y máquinas, a mirarnos en nuestro interior y a aceptar la realidad de nuestra existencia, tal y como le sucedió a Rick Deckard mientras escuchaba las palabras de su antagonista, tirado en la azotea del edificio donde se había librado su última batalla.

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2020

Textos imágenes © Fernando Dagnino, 2020

Evolution Cómic: Smart Girl I-Matter © Panini España, S.A, 2020

Ni que decir tiene que el salto cuantitativo de la tecnología y, en especial, de todo aquello relacionado con áreas tales como la robótica y con las ciencias de la computación -las que abarcan las bases teóricas de la información y la computación, así como su aplicación en sistemas computacionales- no ha ayudado a que dicha relación sea más natural, sino todo lo contrario.

No obstante, el punto de inflexión que terminó por obstaculizar cualquier tipo de entendimiento, por lo menos, a nivel mundano -que no formal- llegó con la formulación misma del concepto Inteligencia Artificial (IA)