Si en las medianías de Gran Canaria hubiera algún maestro cervecero que fermentara producto local, seguramente no encontraría mejor eslogan: “1.400 años sembrando la misma cebada”. Y sería legítimo que presumiera de ello, pues en esa zona cultivan año tras año el mismo cereal desde tiempos prehispánicos.
Es lo que corrobora un reciente trabajo que publica en 'Journal of Archeological Science' un equipo de las Universidades de Las Palmas de Gran Canaria, Estocolmo y Linköping (Suecia), que ha examinado el ADN de semillas de cebada de tiempos previos a la Conquista recuperadas en graneros de los yacimientos aborígenes de Cruz de la Esquina, en Artenara, y La Fortaleza, en Santa Lucía de Tirajana.
Se trata de graneros prehispánicos que estuvieron en uso desde el siglo VII hasta la época de la Conquista, en el siglo XV, si bien el de Cruz de la Esquina, enclavado en los acantilados que rodean la Meseta de Acusa, fue luego reutilizado para almacenar cosechas en tiempos ya coloniales, entre los siglos XVI y XVIII.
La conclusión de este equipo científico es clara: “La comparación genética de granos de cebada arqueológicos con otros de variedades locales actuales, procedentes de agricultores canarios y guardados en bancos de semillas (...), revela que se continuó utilizando la cebada original que introdujeron los primeros pobladores del archipiélago después de la Conquista y del colapso de la sociedad indígena”.
Para este trabajo, cuyos primeros firmantes son Jenny Hagenblad, Jacob Morales y Matti W. Leino, se ha secuenciado el ADN de 30 granos de cebada recuperados de varios yacimientos prehispánicos que cubren en total unos 1.400 años, una de las series más largas nunca estudiadas para una variedad de cultivo agrícola de un mismo lugar.
En otros puntos del planeta, remarcan los autores, si se conservan semillas arqueológicas con información genética, suelen ser una o dos; en Gran Canaria, se han recuperado 30 y de diferentes momentos de la historia de la isla.
Los resultados acreditan que la cebada que se siembra en Gran Canaria puede considerarse como una sola variedad que ha ido cambiando genéticamente a lo largo del tiempo, pero por su propia adaptación a las condiciones de la isla en cada momento, no por el cruce con otro tipo de semillas traídas por los europeos.
“Antes de la Conquista castellana, la cosecha de la cebada era central para la economía de la isla. Con la llegada de los primeros colonos europeos, la agricultura se enfocó hacia cultivos de mayor valor comercial, en especial la caña de azúcar, sembrados en tierras de regadío de las sociedades aborígenes, localizadas en las zonas de menor altitud”, detallan los firmantes del artículo.
Sin embargo, añaden, en las áreas montañosas más frías se siguió sembrando la cebada indígena, junto a otros cereales “nuevos”, como el centeno.
El trabajo recuerda que, en tiempos ya castellanos, Gran Canaria importaba de Europa cereales para abastecer a sus nuevos pobladores, posiblemente por la reducción de las cosechas que se derivó del hecho de que las mejores tierras se dedicaran a la caña de azúcar y, más recientemente, ya en el siglo XX, al tomate y el plátano.
“Hoy, el cultivo de cebada se conserva, pero a pequeña escala, sobre todo por agricultores comprometidos que quieren preservar esa parte de la herencia cultural de la isla”, explican.
Y la realidad, añaden, es que no se detecta ningún cambio genético relevante en la cebada que se ha sembrado en esos lugares a lo largo de 1.400 años, así que se puede afirmar que, aunque su cultivo hoy “es rudimentario, en comparación con la dimensión que tuvo antes de la Conquista, las cosechas portan el legado genético de la cebada original introducida en la isla hace 1.700 años”.