La cohesión política en torno a la lucha contra el coronavirus está a punto de estallar. Se avistan las primeras escaramuzas, esos improperios de Vox desde el primer minuto y los desvaríos vomitivos del soberanismo catalán, para cuyos líderes parece que la pandemia de COVID-19 es una excusa para hacer patrullar al Ejército por las calles de Barcelona. Cinismos aparte, el frente más conflictivo es la batalla soterrada entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y el ministro de Sanidad en relación al reparto de material sanitario de urgente necesidad para un personal sanitario que en el caso de Madrid está saturado. Salvador Illa lanzó ayer un mensaje confuso al afirmar, en respuesta a la denuncia de Isabel Díaz Ayuso, que las comunidades autónomas tienen barra libre para adquirir material adicional si así lo consideran necesario. Es un error porque lo afirmó en unos momentos en los que la optimización de los recursos es una cuestión crucial, y esa es una tarea que corresponde en exclusiva al Ministerio de Sanidad, que tiene que distribuir los recursos siguiendo criterios de estricta necesidad. Porque del libre albedrío al acopio va un solo paso y esa es una tentación que España no se puede permitir en estos momentos durísimos, en los que la curva de infectados y muertos no deja de crecer.
Los buenos ejemplos son importantes porque marcan pautas de conducta para la propia sociedad. ¿Qué mensaje recibirá la comunidad si las fuerzas políticas son las promotoras de la quiebra del civismo que al mismo tiempo es impuesta a la población por las fuerzas de seguridad del Estado y demás cuerpos policiales? La pandemia levantará encendidos debates en el futuro y se cobrará víctimas políticas, de eso no cabe duda. Pero el aprovechamiento de estos momentos para predicar ideología, como hizo ayer en rueda de prensa Pablo Iglesias, también está de más, porque el debate que planteó el vicepresidente y líder de Podemos, la batalla ideológica a cuenta del papel del sector público en el mundo pospandémico, será el gran asunto a la vuelta de esta crisis. Pero dicho ahora queda como una mueca insensible. La gente lo está pasando mal.
La pretensión de obtener réditos políticos a corto plazo, que hay ejemplos lamentables, supone enviar un pésimo mensaje a la colectividad, que está resistiendo la cuarentena con un estado de ánimo y un sentido patriótico admirable. Este ejercicio de paciencia tiene que ser alimentado a diario, y eso solo se puede conseguir a través del ejemplo, porque pasará el tiempo, cundirá el hastío y las cosas se pondrán muy feas, o sea, mucho más que ahora. A los gestores de la crisis, eficacia, explicaciones y ejemplo. A la oposición, sentido de Estado y aportaciones útiles. A la comunidad científica, un debate productivo, porque hay muchas aristas en esta crisis y el consenso en su caso no puede ser sinónimo de silencio unánime. En realidad los políticos tienen una tarea más sencilla de lo que piensan: que miren lo que está haciendo el pueblo.