“Sentía que no era lo suficiente buena persona para merecer comer”. “He probado más de cien dietas y nunca me siento satisfecha”. “Todo lo que comía tenía que ser perfecto y saludable”. “Me pasaba el día intentando meter tripa, por mucho que me doliera”. Así relatan sus vidas varias personas que sufrieron algún Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) y otras que no llegaron a tener un diagnóstico, pero hasta hace poco pensaban que sus hábitos y pensamientos eran normales.
Los TCA son enfermedades que afectan a la autopercepción y los hábitos alimentarios de las personas. Los más comunes son la bulimia, la anorexia y el trastorno por atracón, este último potenciado por el estrés y la ansiedad, pero existen otros que no son tan conocidos y pueden estar enmascarados como hábitos saludables.
Algunos de ellos son la ortorexia, una obsesión por comer sano y los alimentos de calidad, o la vigorexia, una obsesión por el aspecto físico que induce a cambiar los hábitos diarios para alcanzar un cuerpo determinado.
Aunque es complicado establecer tasas de prevalencia, la Sociedad Española de Médicos Generales y de la Familia apunta que cerca de medio millón de personas sufren algún TCA en España. Al menos un 4% de adolescentes padecen alguno y el 90% del total son mujeres. Además, se espera un incremento en un 15% de estos trastornos en 12 años.
Los índices son similares en Canarias, tal y como indica Alabente, la Asociación Liberación Anorexia y Bulimia en Tenerife. Solo en 2021, el Servicio Canario de Salud atendió a 942 personas a nivel ambulatorio con algún diagnóstico de TCA, pero estos solo son una parte de los pacientes que hay en las Islas.
Los casos se dispararon durante la pandemia
Estos trastornos pueden afectar a cualquier persona, aunque son más frecuentes en mujeres jóvenes y adolescentes. La exigencia del entorno o la baja autoestima son algunos de los factores de riesgo, pero la cultura de la dieta también juega un papel importante. Se sustenta sobre conductas, comentarios y formas de pensar que están asimiladas socialmente, percibiéndose como normales a pesar de ser dañinas.
“Es difícil discernir entre comportamientos de riesgo y tener un TCA, cosa que solo debería diagnosticar un profesional”, comenta Ceci Wallace, influencer y creadora de contenido de feminismo, tallas grandes y maquillaje. No duda que “la cultura de la dieta está instaurada en la sociedad”, por lo que observa a diario comportamientos indicativos de una mala relación con la alimentación y el deporte.
Obsesionarse por las calorías, tener miedo a comer en público o restringir comidas son algunos de esos comportamientos en los que “las redes sociales son un arma de doble filo”. En este sentido, Wallace recuerda la existencia de contenidos en las redes que promueven el ejercicio para compensar la comida y consumir batidos para adelgazar o tés con supuestas propiedades détox, entre otros hábitos nocivos.
De hecho, Chaxiraxi Bencomo, técnica en dietética y nutrición en Alabente, identifica este problema en las personas a las que trata. “Después de la pandemia, los casos de TCA se triplicaron”, lo cual, según cuenta, de debe a que las enfermedades mentales en general aumentaron durante el encierro y el tiempo de exposición a las pantallas se multiplicó. Además, muchas personas decidieron empezar una dieta o, en el caso contrario, comenzaron a comer peor y tener hábitos más sedentarios. “Llevo trabajando aquí desde 2001 y nunca lo habíamos visto”, recuerda.
Actualmente tienen “bastante demanda” en Alabente, pero asegura que la situación está más estable. Sin embargo, el problema sigue ahí: “Los adolescentes se llevan mucho por TikTok en la alimentación, pero no podemos hacer lo que nos dicen las redes sociales”. Por eso, no es partidaria de movimientos como el realfooding que pueden llevar a una obsesión con comer sano.
En lugar de ello, aconseja “buscar el equilibrio”, que está en “ser capaces de controlar lo que comemos, no que la comida nos controle”. Es decir, que si en algún momento una persona tiene ganas de comer algún dulce, ultraprocesado u otro tipo de alimentos, puede hacerlo. Siempre que no sea lo habitual, es mejor saciar esas ganas que aguantar hasta que el apetito aumente y eso provoque un atracón.
Bencomo comenta que, hace años, los TCA estaban especialmente asociados a personas con cierto poder adquisitivo, pero en la actualidad existen casos en cualquier estrato social, con una presencia elevada en el mundo de los deportes, sobre todo los que se rigen por la estética.
“Publicar fotos en bañador es realmente sanador”
Tanto Wallace como Bencomo perciben que las redes sociales también pueden tener efectos positivos. Ambas son testigos de una mayor prevención y visibilización que, tal y como cuenta la técnica en Alabente, se traduce en que ahora los pacientes no llegan tan avanzados. Aunque sigue siendo un tabú en muchos casos, otros son capaces de verbalizar sus problemas y preocupaciones con naturalidad.
La influencer recuerda que fue una niña “completamente sana y feliz”, pero en cierto momento “alguien decidió que tenía que empezar a restringir los alimentos”. En la actualidad sigue viendo que los cuerpos no son aceptados como “válidos y estéticos” a menos que sean delgados. Creció en un entorno donde vio “todo tipo de dietas”, así como “comentarios, ideas y prejuicios” que identifica como un problema estructural que sigue ocurriendo.
“A los chicos se les anima a practicar deportes por placer pero yo he escuchado a padres, cuyas hijas eran nadadoras excelentes, decir que ‘tienen que dejarlo porque se les está ensanchando mucho la espalda y eso no es bonito en una chica’”, cuenta.
Wallace considera que parte de su trabajo en redes es “escuchar y apoyar” a personas que vivan situaciones como esta y que, como ella, solo obtienen una respuesta al verbalizar sus sentimientos: “Pues adelgaza”.
Por eso, se siente orgullosa al decir que su cuenta en redes sociales es, cada vez más, un espacio seguro que le hubiese gustado tener cuando no encontraba apoyo. “Parece que publicar una foto en bañador es algo superficial”, explica, pero “es realmente sanador” para personas que han sentido miedo o culpa por disfrutar de la playa.
Además, es una reivindicación: “Reclamamos nuestro derecho a simplemente existir sin que nadie nos señale, nos trate mal o nos niegue asistencia médica. Deberíamos plantearnos el mensaje que se lanza a la sociedad de que solo se es válido si se tiene un físico concreto”.
Puesto que ella misma ha vivido y sigue viviendo discriminación y gordofobia, entiende que haya gente que opta por editar sus fotografías antes de publicarlas, y es por eso mismo que indica que aún hay trabajo por hacer: “Yo siempre critico al sistema y no a las personas”.
Incluso siendo consciente de todo lo que hay detrás, admite que sigue luchando con una “voz interior” que le dice que necesita estar más delgada porque es lo que le enseñaron de pequeña, a pesar de estar en buen estado de salud.
Sin embargo, sabe que es la cultura de la dieta la que habla. Esa que lleva a la gente a sustituir alimentos, creer que la comida es un castigo o un premio, saltarse comidas o hacer el doble de ejercicio por haber comido un par de galletas. Por ello, continúa con su lucha para que las personas se sientan cómodas habitando su cuerpo sin recurrir a hábitos insalubres para modificarlo.
Cristina Martín Reina es psicóloga sanitaria especializada en psiconutrición y TCA en la centro Kokoro. Tal y como explica, es totalmente posible recuperarse de un TCA pero, para ello, es necesario implicarse en el proceso y buscar profesionales que no sean pesocentristas.
A lo largo de su trayectoria, ha podido identificar que hay muchos comportamientos que están normalizados en la sociedad y que se agravan cuando una persona padece un TCA, pero que todas las personas tienen integrados comportamientos y pensamientos que indican una mala relación con la comida. Por ello, apunta la necesidad de que se normalicen corporalidades diversas y no se emitan comentarios a otras personas sobre su físico.
Martina Pacifico es una de esas pacientes que logró recuperarse. Llegó a la consulta de Alabente hace años, arrastrando una bulimia nerviosa desde los 19 de la que llevaba ocho años intentando salir. No solo consiguió sobreponerse, sino que actualmente dirige la asociación con la que se siente tan agradecida: “Tengo una deuda que no se puede pagar. Le debo mi vida a Alabente”.
Pacifico cuenta que, antes de comenzar el tratamiento, sentía incluso miedo a vivir sin la enfermedad, dado que ya no se veía sin ella. Durante ocho años, probó distintas terapias que no funcionaron, por lo que llegó a creer que no era ella misma si dejaba los hábitos que la estaban dañando física y mentalmente.
Todo ello se remonta a un pasado familiar nocivo, sumado a una falta de autoestima. “Piensas que no sirves y que para tener éxito en la vida tienes que tener un cuerpo determinado”, cuenta.
Sin embargo, cuando empezó a dejar los atracones, que para ella eran lo peor, volvió a sentirse dueña de su propia vida. Es por eso que cuando logró retomar el control, no quiso desvincularse de la asociación. Ahora, lanza el mensaje de que una persona puede recuperarse si pide ayuda y se implica con su tratamiento, a pesar de que pueda creer lo contrario.
Chaxiraxi Bencomo, quien fue una de las testigos de su evolución, asegura que una de las claves es tener paciencia y dejar de ver la comida como un premio o un castigo. “Son enfermedades complicadas de empezar a cambiar” debido al arraigo social que tienen, por lo que “hay personas muy resistentes al tratamiento y gente que abandona”.
Incluso, hay personas que creen que los atracones ayudan a adelgazar o quienes prefieren no tratarse, aunque sea a expensas de su propia salud. Todo ello, explica, se debe a una mala educación alimentaria que debe trabajarse en los centros, donde a menudo encuentra niñas y niños que no desayunan o que aguantan toda la mañana con una barrita de chocolate o una bebida energética.
Enfrentar los miedos a la comida
La recomendación que suele hacer Bencomo a las personas que trata es no pesarse en casa, sino en la consulta, por todas las implicaciones que tiene ver y obsesionarse con el número de la báscula. En Alabente, la cifra está oculta y solo la puede ver la terapeuta con el fin de hacer un seguimiento de la evolución de cada persona. Sin embargo, Bencomo destaca que el peso no es un indicador único ni central, dado que lo más importante son los hábitos y mantener una buena relación con la comida y el ejercicio.
Una forma de conseguirlo es mediante el comedor terapéutico de la asociación, el primero a nivel estatal, donde poco a poco se pueden ir introduciendo los alimentos que producen miedo a los pacientes, como las papas o el pan, así como reducir la ansiedad a la hora de comer.
Controlar estos aspectos es más complicado en casa, donde la hora del almuerzo o la cena puede ser un momento delicado y propenso a las discusiones. Por eso, también es importante el trabajo con las familias y el entorno cercano para que sepan que deben mantener la calma alrededor de la mesa. En este sentido, también es importante omitir comentarios sobre cuerpos ajenos, no solo en un proceso de recuperación, sino también en el día a día.
Sobre todo, hay que tener en cuenta que es normal tener recaídas, pero eso no implica que no se pueda mejorar. No hay que verlo como un fracaso, reflexiona Bencomo, sino tomar consciencia de que “las recaídas van a ir siendo cada vez menos cercanas” hasta la recuperación, sin imponerse tiempos acotados para mejorar.
Cuando poco a poco se avanza en ese proceso, “los miedos empiezan a desaparecer”, tal y como rememora con un reciente caso de superación que pudo ver en consulta: “Una persona fue a un cumpleaños y se comió un trozo de tarta. Eso es un logro, una alegría, porque se enfrentó a sus miedos. Para recuperarse, hay que hacerlo”.