“Tiraré de la manta todo lo que pueda, cada caso que se soluciona es un triunfo”, promete Dácil Vera, la delegada en Canarias de la Asociación S.O.S. Bebés Robados Madrid, cuya vida cambió hace seis años, cuando estaba a punto de cumplir los 40 y descubrió que sus progenitores no eran sus padres biológicos.
Un descubrimiento que Dácil Vera realizó por casualidad, cuando acudió a una consulta ginecológica y su madre le confesó al médico que nunca había tenido un parto: la conclusión es que está inscrita como hija biológica de unos padres que no lo son, lo que se denominan como “falso biológico”, es decir, un bebé traído del exterior e inscrito como si fuese un niño nacido en su lugar de crianza.
Tras la visita al ginecólogo, su madre explicó que no había papeles de adopción que darle porque “había nacido en Madrid y todo fue llevado a cabo a través del médico Eduardo Vela”.
Dácil recuerda que, cuando descubre la verdad, su padre adoptivo había fallecido, pero lo que llegó a saber es que a Vela le solicitaron un bebé “con unas características determinadas para que pasara como hijo biológico”.
“Cuando ellos me traen, todo el mundo en mi familia sabe que soy adoptada, porque nadie ha visto a mi madre con barriga, pero entran en un pacto de silencio y a mí nunca nadie me dice nada”, relata la activista.
En noviembre de 1976 los progenitores recogieron a la niña en la Clínica San Ramón y viajaron hasta Las Palmas de Gran Canaria, donde se establecieron en el barrio de Escaleritas.
Al llegar, realizaron una inspección médica de la bebé y la bautizaron en la iglesia del barrio. “Al nacer en Madrid tengo que estar inscrita con otra identidad, posiblemente como hija de padres desconocidos, pero con una información similar a la que aparece en el libro del bautismo de Las Palmas”, explica detalladamente.
Dácil Vera se traslada entonces a su barrio para ver con qué identidad esta inscrita en ese libro de bautismo: “Lo que aparece es una mancha sobre Madrid, aunque se lee perfectamente, y, escrito encima, Las Palmas”.
Regresó a Madrid para buscar en el registro una niña nacida en determinado mes, con un nombre específico de padres desconocidos, que vio al mundo en la Clínica San Ramón y atendida por Eduardo Vela.
“Me cuesta un poco, pero la encuentro y era una identidad fantasma; son partidas de registros civiles que se crearon para poder trasladar a los menores en aviones y que nadie se va a poner investigar” expone Vera.
Con esas identidades “fantasma” a los menores se les ponía “unos apellidos de oficio” que no producen “defunción, adopción, tampoco DNI, ni Seguridad Social”. Esa era la forma en la que aquellos bebés podían llegar a Canarias.
“A mí en Gran Canaria me bautizan con otro nombre y, en 1990, paso a llamarme Dácil Vera”, expone.
Esto supone un problema ya que, a día de hoy no tiene forma de demostrar su primera identidad, porque no puede obtener la documentación necesaria para formular una denuncia.
En el registro de Las Palmas observa que está inscrita “nueve meses después de nacer”, esto se debe a la intervención de un juez: “Mi padre tiene una serie de problemas bastante graves a la hora de intentar inscribirme y eso produce un expediente fuera de plazo, lo que implica que a los nueve meses un juez me reconoce como hija de mis progenitores con el documento bautismal que emite la Iglesia”.
Dácil reconstruyó todo el relato de su nueva vida gracias a las informaciones aportadas por las personas que contribuyeron a su llegada a Canarias.
“Mi madre se vio juzgada por una sociedad por no poder tener hijos”, relata su hija.
Entre las consecuencias psicológicas destaca “la crisis de identidad” en la que entró después de descubrir todo “de golpe, una mañana”.
Dácil reconoce que era un “tabú completo” el tema de su adopción. Todo ello produce “una especie de desconfianza en la gente que te rodea y no sabes quién ya te esta diciendo la verdad o quién te miente”.
Confiesa que en su infancia notaba sensibilidades en los silencios sobre las preguntas que realizaba y que no obtenían respuesta. “Cuando mis padres callaban o esquivaban mis cuestiones me hacía darme cuenta que estaba tirando de la rama correcta, pero por respeto hacia ellos y porque les quiero mucho, prefería no entrar en ese camino porque sabía que les dolía”, confiesa Vera.
Para la delegada en Canarias de esta asociación de Bebés Robados “hubo una mayor impunidad”: mientras que en el resto del país había un teatro premeditado para fingir el parto, en las islas se asumía que eran adoptados, desconociendo las condiciones bajo las que esa adopción era realizada, imperando entonces la ley del silencio entre las familias canarias para ocultar la verdad.
Cuando en 2018 la Audiencia Provincial de Madrid juzgó a Eduardo Vela, Dácil Vera estaba en primera fila para ver el proceso judicial. “Tenía la necesidad de verlo en persona, hay un momento que nunca olvidaré y fue cuando le vi llegar y pensé: no vas a poder conmigo, voy a tirar todo lo que pueda de la manta y cada caso que se soluciona es un triunfo mayor”, declara con firmeza.
Para Dácil era importante ver a Vela como un humano, que pasara “del mundo de las ideas a la realidad”, encarar a la persona que tanto daño le había provocado y poder decir “estás en un plano terrenal, no eres nada, como yo”.
A pesar de que Vela saliese absuelto por la prescripción de los casos, fue declarado culpable de los delitos que le atribuía la Fiscalía y Dácil cree que “sentó un precedente para el futuro”.
Respecto al proyecto de comisión para la nueva ley en la próxima legislatura, Dácil Vera cree que es insuficiente. “La necesidad de una ley nacional está por encima de las autonómicas porque leyes separadas por autonomías no dan un resultado efectivo. Casos como el mío no puede atenderse desde la ley autonómica. Es necesario aprobar una ley nacional ya”, sentencia.