Muchos decidieron quedarse en tierra antes que volver a un avión de Ryanair

Antes de montarnos en el avión, en la puerta de embarque, las actitudes déspotas de los profesionales de la empresa para dejar fuera a una señora con el DNI caducado (aunque tuviesen la razón de su parte), no causaba buena impresión en unos viajeros que, minutos después de entrar en un avión impregnado de un olor cuanto menos extraño, temerían por sus vidas.

Los continuos cambios de dirección, la escasa altitud y la aparente falta de destino en el pilotaje de la aeronave fueron los síntomas más evidentes de la primera hora de vuelo. No hacía falta ser un especialista en la materia para saber que, a la altura en la que nos encontrabamos, era imposible volar, y menos realizar un trayecto tan largo como el que se tenía previsto. Fue entonces cuando cundió el pánico.

En un abrir y cerrar de ojos, y por causas que en ningún momento nos dieron a conocer, las inusuales mascarillas salieron de encima de nuestras cabezas mientras el avión descendía lentamente creando una inesperada situación de tensión y agobio que hacía presagiar el peor de los males. Por fortuna para todos, y tras ciertos momentos alarmantes, el capitán pronunció (en inglés) un breve discurso anunciando que la situación estaba bajo control y en el que nos revelaba que, por seguridad, lo mejor era volver al aeropuerto de Barajas.

Sin embargo, una vez en tierra firme se produjo la gota que colmó el vaso. El piloto decidió nivelar en cuestión de segundos la presión internar del avión con la externa que, debido al fallo técnico, equivalía a la presión de estar volando a una altura bastante considerable. Dolores de cabeza, ataques de ansiedad o narices goteando sangre, fueron algunos de los efectos de este repentino cambio de presión. Tanto fue así, que la ambulancia, junto a los bomberos y la Guardia Civil, estos dos últimos de manera preventiva, tuvo hacer acto de presencia atendiendo a los mermados pasajeros a su salida de la aeronave.

Ya en la terminal, la información que nos daban era breve y confusa, por lo que la paciencia empezaba a agotarse entre los presentes que no podían si quiera acceder a la hoja de reclamaciones. Por eso mismo, muchos de los iniciales pasajeros decidieron quedarse en tierra o partir con otra compañía antes que volver a un avión de Ryanair.

Lo ocurrido este viernes en el vuelo FR2011 de Ryanair con destino Gran Canaria no debe suponer una crítica ciega contra la empresa, pero tampoco se debe dejar como un fallo aislado. El hecho de que el capitán se dirigiese a los pasajeros primeramente en inglés, y luego en una mezcla de castellano e italiano, demuestra la poca atención prestada por la aerolínea a determinados vuelos, y es por ahí por donde creo que se debe empezar a juzgar el incidente.

Es entonces cuando uno se pregunta si de verdad vale la pena viajar con esta compañía low-cost teniendo en cuenta el poco interés que demuestra por la integridad física de sus viajeros, aun siendo situaciones límites como las que vivimos.