Un ejército de células se despliega por los órganos y tejidos del cuerpo humano cuando un patógeno, un agente externo que causa una enfermedad, accede a su interior y los infecta. Es la respuesta inmunológica, un sistema defensivo natural que reconoce los microorganismos invasores, los combate y destruye. El arma más potente contra el coronavirus SARS-CoV2, causante de la COVID-19, pero también, paradójicamente, el responsable de los cuadros más graves de la enfermedad. La culpa es de un síndrome, la denominada tormenta de citoquinas, que desarrollan los pacientes cuando su sistema inmunitario responde de manera exagerada, se sobreactiva para luchar contra un virus que se replica a gran velocidad, y acaba por volverse en su contra, provocando neumonías graves y, en ocasiones, la muerte.
Modular esta reacción exacerbada de las defensas es el objetivo de uno de los proyectos canarios de investigación sobre la COVID-19 que han obtenido financiación del Instituto Nacional de Salud Carlos III, dependiente del Ministerio de Sanidad. El reumatólogo del Hospital Universitario de Canarias (HUC) Federico Díaz, catedrático de Medicina de la Universidad de La Laguna (ULL), lidera un equipo que completan Javier Castro, profesor del área de Anatomía y Embriología Humana en el departamento de Ciencias Médicas Básicas, y Sergio Santos, estudiante de máster.
Según explica Castro, el estudio prueba en ratones los efectos de dos fármacos sobre los macrófagos, las células del sistema inmunitario que migran a los tejidos infectados para liberar la tormenta de citoquinas, causante de “la inflamación y el daño en los órganos, principalmente los pulmones, que pueden acabar encharcándose”. El proyecto pretende eliminar el exceso de macrófagos a través de la administración de dos medicamentos: la brinomidina, con un uso clínico muy limitado para ciertas patologías oftalmológicas, como la hipertensión ocular, y la guanfacina, con la que se trata a menores con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Los investigadores generan modelos de inflamación en los órganos de los ratones para estudiar cómo reaccionan a los fármacos. “No podemos trabajar directamente con el virus (SARS-CoV 2) porque no disponemos de laboratorios P3”, el nivel de bioseguridad exigido para manejar agentes que causan enfermedades infecciosas potencialmente letales para el ser humano, como el coronavirus, señala el científico.
Castro explica que los macrófagos son “como policías patrullando el cuerpo” en busca del foco de infección. Derivan de otras células, los monocitos, y “se meten en el tejido donde está el virus”. Desde hace dos años, este equipo de investigadores de la ULL analiza fármacos para frenar esos desbarajustes en el sistema inmunitario, esas respuestas exageradas que en el caso de la gripe “se han estudiado bastante” y que se ha demostrado que afectan en mayor medida a pacientes con patologías con alta morbilidad, como la diabetes o la obesidad.
Uno de los medicamentos que se ha utilizado de forma experimental en casos graves de COVID-19, el tocilizumab, se ha mostrado eficaz para tratar la artritis remautoide, puesto que bloquea un tipo de citoquina, la IL6. El nuevo proyecto, sin embargo, va un paso más allá. El objetivo ya no es eliminar esta sustancia inflamatoria, sino la fuente que las genera, los macrófagos. O más bien, su exceso, mediante un grupo de fármacos que ejerce efectos similares a la adrenalina. “Llevamos dos años trabajando con ellos, sacando resultados para tratar de obtener un tratamiento”, incide Castro.
Hasta la fecha, los investigadores han generado las infecciones en los ratones y han inyectado el fármaco de forma simultánea. “Utilizamos modelos de inflamación bastante graves. En uno de ellos, ya hemos comprobado que se reduce la migración al foco (de la infección), conseguimos que haya una reducción de macrófagos y, por lo tanto, se liberan menos citoquinas”, relata el investigador. “También queremos administrar los medicamentos antes de la inflamación, para ver si protegen, y con la infección ya extendida, para comprobar si son capaces de salvarlos”, de reducir la letalidad, añade Castro, que precisa que la traslación de los resultados comporta una serie de dificultades, ya que con los modelos utilizados un ratón puede morir en 24 horas, mientras que los seres humanos podrían aguantar hasta ocho días.
Este proyecto es un primer paso. En el horizonte asoma el ensayo clínico. “Es factible, no entrañaría demasiadas dificultades porque se trata de fármacos seguros que ya se administran a las personas. Primero hay que ver si protegen, si en ratones funcionan”, destaca Castro. Según el científico, no sería ni siquiera necesario hacerlo con el coronavirus. “Hay capacidad para hacerlo, para intentar confirmar resultados”.
El estudio cuenta con una financiación de 49.500 euros, sufragada en su integridad por el denominado Fondo COVID del Instituto Nacional de Salud Carlos III, y un plazo de realización de un año. Los investigadores deberán presentar informes mensuales con los resultados que se vayan obteniendo para justificar los fondos recibidos.