El Cabildo de Lanzarote ha inaugurado este viernes una escultura realizada en honor a las mujeres que trabajaron en la industria conservera de la isla en las décadas de los 60 y 70, la cual rinde tributo a la fuerza y resiliencia de esas mujeres que se incorporaron al mundo laboral en torno a la pesca extractiva y su transformación industrial en una época de gran explosión económica.
El acto de descubrimiento de la escultura, diseñada por la artista lanzaroteña Cintia Machín, tuvo lugar en el marco de la conmemoración del Día Internacional de las Mujeres Rurales, que se celebra cada 15 de octubre. Además de la artífice de la escultura y de mujeres que trabajaron desde muy jóvenes en las fábricas de Arrecife, al mismo acudieron el vicepresidente del Cabildo, Jacobo Medina; el consejero de Igualdad, Marci Acuña; el alcalde de Arrecife, Yonathan de León, entre otros representantes públicos.
Tras descubrir la figura homenaje a la mujer conservera en la zona de la antigua fábrica de Garavilla, en la Vía Medular de Arrecife, el presidente Oswaldo Betancort destacó el papel protagonista que desempeñaron las mujeres de Lanzarote y La Graciosa en la industria pesquera en una época en la que el empleo femenino dependía en un 80% de este sector. La industria conservera de Lanzarote alcanzó su máximo peso económico entre 1950 y 1980, concentrando incluso el 90% de la flota sardinal española durante esos años. Además, a principios de los 80 el negocio de la pesca suponía el 70% de la economía insular.
Betancort resaltó que las mujeres conserveras de Lanzarote han sido “pilares de nuestra comunidad y guardianas silenciosas de una tradición emblemática”; mujeres que “han hecho perdurar nuestras tradiciones, nuestra cultura y un ejemplo de dignidad y de lucha por la igualdad y el reconocimiento de su labor en un mundo a menudo hostil y siempre muy duro, sobre todo para ellas”.
Por todo ello, quiso que esta escultura se vea como un símbolo de gratitud “a su fortaleza, tesón, contribución al desarrollo familiar y colectivo y amor por nuestro pasado y por la importancia de mantener unida a toda la comunidad”. “Ellas han sabido estar y arrimar el hombro, incluso en aquellos tiempos de explosión de la industria pesquera lanzaroteña, y esos valores son de admirar, recordar y transmitir a las nuevas generaciones”, apostilló.
Por su parte, el vicepresidente del Cabildo, Jacobo Medina, aseguró que se trata de una escultura “que escenifica de dónde venimos”. “La industria conservera fue la fuente de alimento de numerosas familias de la isla, y debemos siempre recordar nuestra identidad”, manifestó.
Asimismo, el consejero de Bienestar Social, Igualdad e Inclusión, Marci Acuña, destacó que la figura de la conservera refleja lo más esencial de su labor en las fábricas: el trabajo industrializado y el sacrificio, además de lograr captar la estética femenina de su época para desempeñar dicha labor, por lo que felicitó a Cintia Machín Morín, quien tiene un reconocido prestigio y experiencia.
De hecho, es la autora de la escultura referente a la lucha canaria 'La Cantera', ubicada en Yaiza; de la estatua de Víctor Fernández Gopar 'El Salinero', localizada en el mismo municipio, y de la de Cristóbal Colón en la Plaza de las Américas, en La Gomera, entre otras obras.
Las mujeres conserveras
En los años 60 llegaron a existir hasta cinco fábricas conserveras en Lanzarote: Lloret y LLinares, Afersa (luego Garavilla), Conservera Canarias, Hijos de Ángel Ojeda y Rocar, y más tarde, el tren de congelación de pescado y fábrica de hielo Frigorsa y Atunera Canarias. Cada una de ellas contaba con una plantilla entre 250 y 400 mujeres.
Eran ellas, las mujeres conserveras, las indispensables para garantizar la supervivencia de las familias, no sólo sustentó gran parte de la economía de la isla, sino que favoreció la convivencia de mujeres y hombres en el ámbito laboral lo que supuso un gran avance en la inclusión de la mujer en el trabajo productivo, con una importante repercusión en la lucha feminista: la visibilidad, la independencia económica, el reconocimiento y prestigio de la mujer como profesional.
Comenzaban a trabajar muy jóvenes, entre los 13 y los 14 años, y se veían obligadas a asumir la fábrica como la única alternativa de vida posible. A consecuencia de esto, tenían un ideal femenino que cumplir, relegándose al ámbito privado, al cuidado de sus familias y del hogar. A menudo chocaban los valores femeninos tradicionales, con el aprendizaje que se obtenía de las fábricas.
Todas las mujeres trabajadoras sufrían la obligación de asumir el papel de 'la mujer ideal'. Sin embargo, muchas lo aceptaban y otras seguían trabajando. Muchas mujeres se quejaban de la difícil situación que tenían que lidiar, donde a la dureza de los trabajos de carga y descarga de mercancía se les añadía las pésimas condiciones higiénicas y sanitarias, con muy poca ventilación y escasez de aire y luz, para que no alterara al producto.