La piña de mar, que solo se halla en Tenerife y Gran Canaria, crece en la Montaña de la Atalaya, entre el muelle de Taliarte y Playa del Hombre, en el municipio grancanario de Telde. Allí, el Gobierno de Canarias decidió en 2006 encargar a la empresa pública Gesplan instalar un vallado, limpiar y restaurar la zona donde habita este pequeño arbusto en peligro de extinción y donde, entre 1941 y 1942, se construyó una batería militar.
Parte del terreno es zona militar que pertenece al Ministerio de Defensa y está en venta, en concreto, por 180.000 euros. Pero ante la imposibilidad de urbanizar el terreno debido a la protección ambiental de la piña de mar aún no se ha efectuado su compra. Desde hace unos años el Cabildo de Gran Canaria organiza visitas guiadas junto a la Casa-Museo León y Castillo para que los ciudadanos conozcan la historia de una construcción camuflada bajo tierra que vigiló durante parte de la II Guerra Mundial un pedazo de la costa este de la isla.
Tras la conquista por parte de la corona de Castilla de Gran Canaria, la isla fue objeto de ataques desde el siglo XVI procedentes de Inglaterra, Holanda o Francia, que perseguían el dominio de las rutas de navegación y comercio en el Océano Atlántico, tanto hacia África como América. Así fue creciendo la necesidad de defender las zonas habitadas: se amuralló la capital y elevaron el Castillo de La Luz, el Castillo de Mata o la Torre de Gando.
Las defensas en la isla nunca fueron especialmente eficaces para repeler una invasión de una potencia y ni mucho menos fue así cuando comenzó la II Guerra Mundial. Por ello, y ante el temor de una invasión británica en el marco de la llamada Operación Pilgrim, se reforzó la costa con nidos de ametralladoras o búnkers y se empezó a construir, en el verano de 1941, la batería militar de Taliarte, que finalizó un año después bajo el asesoramiento de los alemanes, que proporcionaron tanto el hormigón como los tres cañones con los que contaba este emplazamiento.
Se decidió elegir este punto para construir una batería militar por su visión amplia de la costa este de Gran Canaria, pues permitía un rango de observación que iba desde las baterías de San Juan, en la capital isleña, hasta la península de Gando, donde se presumía que tendría lugar la hipotética invasión británica.
Para ello, se dotó a la estructura de tres cañones, de fabricación alemana en la Primera Guerra Mundial, y un telémetro, es decir, una unidad de mando que permite vigilar la costa y mide las distancias lejanas así como la velocidad de los objetivos para poder disparar los cañones, que tenían un alcance de 27 kilómetros. Aunque nunca se tuvieron que usar, hay constancia de que uno de los cañones hizo unos 67 disparos supuestamente para maniobras. Sin embargo, poco podrían haber hecho contra los barcos de la Royal Navy británica, que tenían un alcance de más de 40 kilómetros.
12 soldados formaban todo el equipo que se encargaba de mantener la vigía en la batería de Taliarte, a la que podían acceder por dos entradas, lo que permitía mayor agilidad por si uno de los dos accesos quedaba bloqueado. Además, estaba construida en forma de zigzag con el objetivo de resistir mejor los ataques aéreos, pues obligaba, en caso de que se produjeran, a dar varias pasadas para destruir cada cañón.
Hoy en día, la batería militar de Taliarte -que nunca fue usada para el objetivo que se construyó- se mimetiza con un paisaje semidesértico, mostrando sobre la superficie las plataformas que albergaron unos cañones que hace tiempo dejaron de estar sobre las mismas y parte del puesto de mando que protegía al telémetro, que también fue desmantelado. Los visitantes que se acercan a conocer esta pequeña parte de la historia de la Segunda Guerra Mundial enmarcado en el proyecto Arqueología del Conflicto del Cabildo de Gran Canaria cruzan con curiosidad los túneles subterráneos que alguna vez fueron transitados por soldados y comprueban el estado en el que se encuentran.