En los años de primaria, la escolarización de las niñas y los niños gitanos supera el 90%. El reto en esta etapa es el absentismo. En los años de secundaria, lo es el abandono escolar: solo dos de cada diez consiguen terminar, por lo que pocos llegan al bachillerato y a los ciclos formativos. Y en el caso de la universidad, aunque no existen cifras oficiales, los cálculos de la Fundación del Secretariado Gitano (FSG) señalan que solo entre un 1% y un 2% de la población gitana accede a estudios superiores.
“Somos pocos, pero la gente piensa que hay menos de los que hay realmente. Al gitano en la universidad no se le relaciona con que sea gitano. Es como si fuera invisible”, asegura Jesús Heredia, estudiante de la doble licenciatura en Derecho y Administración y Dirección de Empresas de la universidad Pablo Olavide de Sevilla. Heredia no considera que estar estudiando sea algo más extraordinario por el hecho de ser gitano, aunque reconoce que al principio sus compañeros se sorprendieron.
“Era un poco raro porque no se lo esperaban. Primero, que hubiese estado diez años en el conservatorio y luego que esté en una carrera. En los seis años que llevo en la universidad, no he tenido ningún problema más allá de discutir sobre algún estereotipo, cuando la gente se pone a hablar de los gitanos y tú tienes que decir 'eh, para el carro, yo lo soy y no soy ni así ni asá', pero nada más”, asegura Heredia.
La población gitana está muy diluida entre el resto de estudiantes. “Ellos mismos son los que muchas veces no se identifican y eso es muy significativo. Que no haya estigmatización es lo ideal, pero también tenemos que hacer más visibles a los referentes”, reconoce Mónica Chamorro, responsable de Educación de la FSG. Una visibilización que empieza entre los propios gitanos. “Sus expectativas con respecto a la educación son muy bajas. El discurso que te encuentras en algunas familias es el de que si su hijo estudia, va a perder su identidad. Mostrar estos modelos es una forma de demostrar que estudiar mejora tus oportunidades, pero no te hace ser menos gitano”.
Teresa Vélez es estudiante del grado de Educación Social en la UNED. A pesar del empeño de su padre en que terminase BUP y empezara una carrera, se decantó por hacer la FP en administración. “Mi padre se irritaba conmigo y yo decía que quería hacer algo más ligerito”, recuerda la joven que hoy tiene 33 años. Con el paso del tiempo y después de estar en contacto con una asociación de mujeres gitanas, decidió comenzar el grado, con la idea de centrar su trabajo hacia la educación de las niñas gitanas.
“ Me siento una privilegiada por haber tenido tanto apoyo”, dice. “Desde que yo era pequeña, las cosas han cambiado, pero en muchos casos, el papel de la mujer sigue siendo el de quedarse en casa y no tener una vida de laboral. Es lo que me preocupa y es necesario cambiar. Por muy abierto que sea su entorno, las mujeres se siguen echando novio más jovencitas y tienen a primas a su alrededor que se casan. Necesitan tener claro que el estudio es imprescindible y que tienen que ser algo más en la vida”, asegura Vélez.
“Las mujeres gitanas lo tiene muy complicado porque se mezclan varias presiones, la propia de ser mujer y luego el rol que se espera de ellas como cuidadoras, madres, esposas, quedando relegado el estudio a un plano secundario. Ellas tienen que romper con mucho más y defender su ideal continuamente”, señala Chamorro. El apoyo de la familia durante ese proceso es indispensable. “Todos los estudiantes pasan por momentos malos y más si en tu entorno el tema de la educación no es algo que se reconozca especialmente o que te haga sentir solo”, dice la responsable de educación de la FSG.
Jesús Heredia tuvo el empuje de sus padres. “Siempre me han dicho que el estudio es la mejor manera de ganar el respeto de la gente”. Recuerda que su abuela aprendió a leer a los 54 años y se niega a ver los datos sobre educación y población gitana en negativo. “Prefiero contar que cada vez somos más, que hace cincuenta años casi no había gitanos escolarizados y ahora son muchos. Y cada vez más llegan a estudios superiores. Es así como yo lo veo siempre”.
Tijeras en las aulas
Los recortes tienen un efecto devastador en el alumnado con más dificultades. “En el caso de los gitanos, muchas veces proceden de familias que no han estudiado, que ni siquiera han terminado los estudios obligatorios y que no tienen herramientas o habilidades para ayudarles en su estudio. Por eso requieren más apoyo. Con los recortes, el mismo número de estudiantes recibe ahora una atención con menos calidad y eso significa una marcha atrás en los avances que hayan podido producirse en los últimos años”, asegura Chamorro.
“La masificación en las aulas y la reducción de clases de apoyo hace que el alumnado con más dificultades no pueda seguir el nivel del curso. Se están agravando situaciones que ya eran problemáticas y se está produciendo un aumento del absentismo escolar y del abandono temprano”, recuerda la FSG en un reciente informe. “La reducción de las ayudas al estudio, becas de comedor y material escolar repercute negativamente en la asistencia a las aulas. Una parte de las familias no tiene recursos suficientes para costear material escolar o comida”, denuncia esta institución.