Una noche de 1964, el bar Polonia, en Gran Canaria, fue escenario de la primera detención de Manuel López, ‘Manolín’, activista del colectivo LGTB. Él tenía 14 años y con un traje folclórico bailaba por Lola Flores. De pronto, un agente se acercó y lo apresó. Desde entonces, las encarcelaciones se convirtieron en rutina. La ley de Vagos y Maleantes vigente en el franquismo le había convertido en un delincuente por su orientación sexual. “Me conozco todas las cárceles de España”, bromea. Barcelona, Cádiz o Huelva son algunos de los lugares en los que estuvo preso.
La discriminación había sido su compañera desde el colegio. Manolín recuerda las palabras de las madres de sus compañeros de clase: “No te juntes con él, que es mariquita”. “Las piedras volaban hacia mí”, confiesa. Cincuenta años después, López guía sin cadenas un movimiento que no se rinde y que no se doblega aunque “corran vientos desfavorables”. “A la juventud de hoy le pido que no se achique, porque yo nunca me escondí”.
Las Palmas de Gran Canaria dedica el Orgullo LGTB 2019 a los mayores en un año de aniversarios. Se cumplen 40 años desde la primera manifestación del colectivo en la Isla, 50 de los disturbios de Stonewall y 25 del nacimiento de la asociación Gamá. Sin embargo, la lucha no cesa. Montse González, presidenta de la plataforma, recuerda que aún hay leyes escondidas en un cajón que custodian una consecución determinante de derechos para el colectivo, haciendo referencia a la Ley de Igualdad propuesta por Podemos contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales.
Para Montse, ser una mujer trans en plena dictadura franquista tampoco fue fácil. “Recuerdo una niñez muy triste. Éramos despreciadas, discriminadas por ser diferentes. Si podían, nos dejaban a un lado y no nos dejaban jugar”, revela. En la adolescencia, salir a la calle era todo un reto. “Bajabas por Primero de Mayo, en la capital grancanaria, y cuando veías a la policía pasar tenías que tirarte debajo de los coches a esconderte para que no te apresaran”. Su minoría de edad la salvó de ser encarcelada. Sin embargo, las noches que “había suerte” las pasaba en comisaría. Las que no, tirada en un barranco por las propias autoridades. “Nos dieron leña, palos, abusaron de nosotras, pero no nos rendimos”, afirma con fuerza.
El miedo se apoderó de la rutina de todas las personas LGTB durante el franquismo y distintos puntos de Canarias se convirtieron en prisiones destinadas a “rehabilitarlas”. “O si no, te mandaban a Valencia a darte electroshock para curarte”, cuenta la presidenta de Gamá. Los mecanismos de represión institucional se fundamentaron en la aplicación de ciertas leyes. En 1954 se reformó la norma de Vagos y Maleantes para incluir a las personas homosexuales. A esta, la sustituyó la ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que entró en vigor en 1970. Además, muchas condenas se sustentaron en el artículo 431 del Código Penal, que recogía el delito de escándalo público. Así lo explica Víctor M. Ramírez, investigador de las disidencias sexuales en el Archipiélago durante la dictadura.
Torturas, interrogatorios y abusos sexuales por parte de la propia autoridad eran prácticas frecuentes que sufría el colectivo LGTB durante sus retenciones. “Nos quitaban las pelucas, nos tocaban, nos pegaban, nos humillaban”, comparte Manuel López. Por su parte, el estudio elaborado por Ramírez le ha permitido localizar un total de 191 expedientes de personas homosexuales acusadas por la ley de Vagos y Maleantes. De ellas, un total de 68 se resolvieron con condenas. 24 fueron recluidos en Tenerife, 20 en Fuerteventura, 12 en La Palma, 6 en Gran Canaria y el resto en otros lugares. “La mayoría de los encarcelados eran grancanarios, pero el objetivo era aislarlos por lo que eran trasladados a otras islas”, explica.
El campo de trabajos forzados de Tefía, en Fuerteventura, es un auténtico símbolo de la opresión de la época. En la actualidad, sus muros acogen un albergue. Sin embargo, entre 1956 y 1966 unas 20 personas fueron obligadas a picar piedra o a levantar bloques. La prisión no era exclusiva para homosexuales, sino que eran retenidas también otras personas condenadas por la ley de Vagos y Maleantes. Si bien es cierto que, los miembros del colectivo eran aislados del resto para “evitar el contagio”.
Manolín y Montse coinciden en que no corren tiempos fáciles para el colectivo ante la irrupción de discursos políticos sustentados en el odio y la intolerancia. Sin embargo, todas sus esperanzas están puestas en la juventud. Piden que sean valientes y “que no se achiquen”. “Si Franco no pudo con nosotras en aquel momento por mucho que lo intentara, ahora tampoco podrán. Ya nos han hecho mucho daño. Para reprimirnos de nuevo a mí tendrán que sacarme con los pies por delante”, concluye la activista.