Algunos estudiosos sostienen que se trata de la iglesia más antigua de Gran Canaria, erigida por los monjes franciscanos que, entre el siglo XIV y XV, llegaban a la isla en misiones evangelizadoras antes de la Conquista. Una reforma en el siglo XIX, sin embargo, impide hacer un estudio para conocer la fecha exacta de su construcción, lo cual no ha impedido que muchos historiadores hayan resaltado el valor histórico del lugar: Gregorio Chil y Naranjo, Tomás Arias Marín de Cubas y, más recientemente, Carmelo Pérez.
Al principio era un agujero en la roca, una cueva horadada para llevar a cabo los rezos, donde franciscanos, y también comerciantes mallorquines a lo largo de sus numerosos viajes de negocios, llegaban para rendirle culto a Santa Águeda. Así, de estos últimos aún encontramos en el interior de la iglesia una tabla de madera con la virgen pintada, claro indicio de la antigüedad del lugar, aunque también se considera que pudo ser una imitación anónima del estilo balear, realizada en el siglo XVII.
Pero más allá de su valor histórico, la ermita también ha sido un lugar de referencia para los vecinos de El Pajar (San Bartolomé de Tirajana). “Yo me sentaba aquí con mi familia, en este banco”, recuerda Antonia Lucía, una vecina del pueblo criada en la zona. “Los bancos iban numerados y cada familia tenía el suyo”. Los domingos, cuentan las hermanas dominicas que aún hoy se hacen cargo del cuidado de la iglesia, esos bancos se siguen llenando, e incluso se ve gente de pie, junto a la puerta, al no quedar espacios libres. Bodas, visitas turísticas (muchos italianos vienen a saludar a la que es la patrona de Catania y Sicilia), visitas oficiales en las fiestas del pueblo… nadie parece haber olvidado la importancia del lugar.
Un tesoro histórico muy dañado
Y pese a todo ello, al valor histórico y a la relevancia social del templo, al preguntarles a las personas que más tiempo pasan junto a él (las hermanas, los vecinos o también el párroco Juan Antonio) la respuesta es unánime: la ermita está en mal estado, y desde las instituciones nadie cuida de ella. “El pasado fin de semana se cayó un trozo de cemento del techo”, afirmaba Juan Antonio; “ya no es que dé pena que la Iglesia esté así, es que eso le cae a alguien en la cabeza y puede hacerle daño”. La causa de estos desprendimientos es la humedad, visible también en las paredes. Cada día caen trozos de pintura que las hermanas tienen que barrer.
Por otro lado, el calor también acelera el deterioro del recinto, para lo que se hizo una donación de la gente del pueblo y se instaló un aparato de aire acondicionado, situado en la pared de la entrada. “Pero tampoco funciona”, explica Carmen, una de las hermanas dominicas, “se estropeó hace varios años también por la humedad”. El resultado: un gran aparato mecánico en el muro de una iglesia con varios siglos de antigüedad, y la unidad exterior, ya oxidada, colocada apenas a unos metros de la fachada, sobre una tierra donde se han llevado a cabo varios hallazgos arqueológicos, encontrándose restos de un antiguo poblado aborigen.
Pero aún hay más: la tabla de Santa Águeda, esa histórica pintura de tan característico estilo mallorquín, y que según la tradición popular, apareció sobre una de las rocas de la playa de forma milagrosa, tampoco ha salido indemne de la situación. Tras un proceso de restauración la cubrieron de barniz y alteraron su apariencia original, además de agujerearla con un clavo en la parte superior de la madera.
Nadie se hace responsable del mantenimiento
Nadie se explica cómo todos estos atentados contra el patrimonio histórico han sido posibles, del mismo modo que el entorno de la cueva-ermita se encuentra cada vez en peor estado. A la hora de hacerse responsable de la cueva-ermita, su gestión y el mantenimiento, hay varias entidades que podrían haber actuado en consecuencia. Por un lado, Santa Águeda está situada en las tierras del Conde de la Vega Grande, así que toda hipotética reparación en su interior solo se podría llevar a cabo si, previamente, se recibiera su autorización. Esto no implica que la Casa Condal dote o haya dotado de recursos económicos a la ermita para acometer dichas reformas.
De hecho, la reconstrucción del siglo XIX, tras producirse un derrumbe, se financió con las limosnas recolectadas durante los oficios religiosos, actos que se siguen realizando a día de hoy, sin impedir que la diócesis (tras obtener el permiso del conde para llevar a cabo cultos litúrgicos en la ermita), tampoco se haya hecho cargo de la economía del lugar. Un ejemplo de ello es que incluso las hermanas dominicas que aún a su edad (todas mayores de 80 años) siguen abriendo las puertas de la ermita cada día, viven actualmente de su pensión como antiguas maestras y de los regalos que algunos vecinos les van dando periódicamente.
En la actualidad, de las últimas reformas en la ermita se ha encargado la administración pública, en calidad de principal responsable a la hora de mantener y proteger el patrimonio histórico de las islas. Esto justifica, así, el hecho de que en 1990 se iniciaran los trámites para el expediente que declaraba la cueva-ermita de Santa Águeda como Bien de Interés Cultural (BIC), mediante resolución del Gobierno de Canarias. En lo que el expediente se cerraba, la ermita ya gozaba de esa protección institucional desde que el proceso se inició al estar ya incoado, pero no aprobado.
La humedad, por aquel entonces, ya era un problema señalado por varios expertos encargados de realizar el seguimiento del estado de la ermita, así que en 1998 y en 2003 se llevaron a cabo sendas reformas, instalándose tubos de luz fluorescente en el interior de la ermita y revistiendo con cemento las paredes de toba volcánica originales. En ambos casos, el aspecto original de la ermita fue, nuevamente, alterado, y no se llegó a solucionar de forma eficaz, como se puede ver a simple vista, el problema de esta humedad.
El expediente como Bien de Interés Cultural caducó en 2020
No obstante, un último acontecimiento dejaría a la ermita totalmente desprotegida. En 2020, una sentencia del Tribunal Constitucional tras la denuncia de una constructora, provocó la caducidad no solo del expediente de la cueva-ermita de Santa Águeda, sino también de otros 155 lugares en Canarias (Gran Canaria fue la isla más afectada, con 57 expedientes caducados). Todos ellos habían sido incoados, nunca llegaron a aprobarse de forma oficial.
En el caso de esta iglesia de El Pajar, treinta años no fueron suficientes para que el Gobierno de Canarias emitiera una sentencia favorable a su condición de BIC. Desde la administración autonómica señalan al Cabildo, pues este asunto era de su competencia: “Los expedientes se anunciaban, pero luego se quedaban tramitándose eternamente en el Cabildo; nunca llegaron al Gobierno, así que no pudimos declararlos oficialmente”, se justifican desde la Dirección General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias.
Por el contrario, al preguntar por ello a los inspectores de Patrimonio del Cabildo, estos concretan que, en un principio, la responsabilidad sí recaía sobre la administración autonómica: “No fue hasta el año 92 que estas competencias nos llegaron a nosotros. Cuando se incoó el expediente de Santa Águeda, el Gobierno era el que tenía que terminarlo”. Un cruce de reproches del que solo se deduce que en algún momento del traspaso de las funciones los papeles del expediente de Santa Águeda se perdieron y nunca volvieron a ver la luz, por lo menos hasta que la sentencia del Tribunal Constitucional los declaró inservibles.
Esta sentencia establecía un periodo de espera de dos años (concluido este año) para volver a incoar los expedientes y un tiempo máximo para concluir los trámites, algo que ambas administraciones aseguran que harán. Además, la nueva Ley de Patrimonio Histórico ofrece los catálogos insulares como una garantía alternativa para proteger los bienes culturales.
Sin embargo, ninguna de estas medidas ha llegado aún, y la gente de la ermita duda que, en algún momento, alguien se haga cargo de verdad de este tesoro tanto histórico como social. Mientras tanto, el aire acondicionado seguirá allí, del mismo modo que la pintura continuará resquebrajándose, el agujero de la tabla no desaparecerá, como tampoco lo harán los huecos que irá dejando el cemento caído en el techo del lugar. Santa Águeda se seguirá cayendo, y lo único que a los vecinos de El Pajar les importa es cuánto tiempo aguantará.