Volcán de La Palma

Puerto Naos, el núcleo turístico fantasma que sigue atrapado por los gases del volcán de La Palma

Dácil Jiménez

25 de mayo de 2022 22:09 h

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Aquel 19 de septiembre de 2021 los vecinos y turistas de Puerto Naos, como los del resto del Valle de Aridane, en La Palma, se despertaron con grandes temblores de tierra, los más fuertes que se habían sentido hasta ese momento. Ya les habían informado las autoridades de que tuvieran preparada una bolsa con lo imprescindible por si tenían que abandonar sus casas en caso de que finalmente se produjera una erupción. Pero lo cierto es que en aquellos días, pese a las advertencias y a los seísmos, pocos canarios (exceptuando a los expertos en la materia) se planteaban seriamente que pudiera nacer un nuevo volcán en la isla.

Y así amaneció aquel día Lali Villalba, dueña del bar El Bucanero-Lali´s Bar de Puerto Naos. Tuvo que ser una de sus hijas, “la más precavida”, según ella misma ha relatado a este periódico, quien le insistió para que se marcharan del pueblo tras sentir un fuerte temblor de tierra aquella mañana. Y así lo hicieron. Con sus mascotas y algo de ropa, tomaron la carretera que sube al valle y deja atrás la costa, de arena negra donde no es escarpada y que mira al oeste, al océano Atlántico.

Era un día normal en este núcleo turístico que, pese a ser pequeño, es el más importante de la isla junto a Los Cancajos, al otro lado de las montañas, en la costa este. Aquella mañana, recuerda Lali, los bares y terrazas de Puerto Naos estaban llenos, y la playa, a rebosar de visitantes.

De pronto, minutos después de las 15.00 horas (hora local), antes de que Lali y su hija llegaran a Los Llanos, que está a menos de 20 minutos en coche, se abrió el suelo en las montañas, en una zona conocida como Cabeza de Vaca, y comenzó a brotar un potente chorro de lava, visible sobresaliendo del monte de pinos. Eso ocurría arriba, en las montañas, mientras en la costa comenzaba la evacuación. En seguida las carreteras se llenaron de coches que intentaban marcharse al otro lado de la isla, por la costa, a través de una carretera que, semanas después, quedó sepultada por las lenguas de lava.

Desde entonces, ni Lali, ni el resto de vecinos de Puerto Naos y La Bombilla, un pequeño barrio costero muy cercano, han podido regresar a sus viviendas y negocios. Solo un día en diciembre le permitieron bajar a su bar y su casa 15 minutos para llevarse algunas cosas.

Todo está cerrado, todo vacío. El motivo: la enorme emanación de gases que, cinco meses después de darse por finalizada la erupción (el 25 de diciembre) sigue arrojando niveles de dióxido de carbono irrespirables y peligrosos para la salud.

“Las pertenencias de los turistas que estaban en Puerto Naos ese día siguen en las habitaciones de sus hoteles”, comenta Óscar León, presidente del Centro de Iniciativas Turísticas (CIT) Tedote. “¡Salieron con lo puesto!”, incide. León describe Puerto Naos como “la zona de esparcimiento de la costa oeste de la isla”, con un hotel emblemático de 1.300 camas y más de un millar de apartamentos y viviendas de alquiler vacacional. “Hay muchos comercios y restaurantes, todo ello junto al mar”, detalla.

En su opinión, el impacto económico de tener Puerto Naos evacuado durante tantos meses se siente no solo en el Valle, sino en toda la isla. Explica que son unas 4.500 camas turísticas las afectadas allí, junto a las de las localidades de Charco Verde y El Remo, que, aunque ya no están dentro en la zona de exclusión, no han recuperado la actividad turística. A ellas hay que sumar las 800 plazas que quedaron arrasadas por la lava y son “irrecuperables”. En toda la isla hay unas 17.000 camas turísticas, así que perder más de 5.000 hace que se resienta toda La Palma, lamenta. Esto golpea de lleno a unos 1.000 empleos directos solo en el Valle de Aridane. “Hay cuatro hoteles de referencia en la isla. El que nos falte el más grande nos perjudica a todos”, insiste.

Sin embargo, las ayudas solo han llegado a los autónomos directamente afectados por el cierre, y estas, además, no han satisfecho por igual, se queja León. Son medidas como ayudas al alquiler o el aplazamiento del IGIC (Impuesto General Indirecto Canario). Los no afectados directamente por el volcán, que suponen el 80% del sector, no han recibido nada pese a que el turismo cayó entre octubre y marzo cerca de un 87% en toda la isla, explica.

Pero hay esperanza. Los datos de abril han sido “bastante positivos” y las previsiones para el verano “son muy buenas”, con mejores conexiones aéreas nacionales y entre islas. “Los vuelos los tenemos, falta llenarlos”, afirma. “El problema son los europeos” porque, “aunque el volcán nos ha situado en el mapa y ya no hay confusión con Las Palmas y Palma, nos recuerdan como una isla destruida. Y no es así. El 80% está perfectamente. Cambiar esa imagen en Europa, sobre todo en el mercado alemán, está costando mucho”, lamenta.

León espera que la normalidad turística regrese cuando se recuperen esas camas perdidas. Pero “hay un imperativo, que son los gases, y por mucho que nos gustase, no podemos ir a esa zona”.

Gases, un peligro invisible

Un registro tomado el miércoles 18 de mayo en La Bombilla arrojó unos niveles muy elevados de dióxido de carbono (CO2) y otros gases que, juntos, creaban una atmósfera “explosiva”, como la describió el brigada Esteban Morán, del Grupo de Reserva y Seguridad Número 8 de la Guardia Civil. Ese día acudió a realizar una medición rutinaria en el barrio. Ataviado con una máscara protectora conectada a una bombona de oxígeno, caminó por la arena hasta la entrada de una casa-cueva, incrustada en la roca. Allí, en la ventana, colocó el aparato que registra los niveles. En seguida comenzó a pitar la alarma que indica la presencia de gases. “El aparato tiene un umbral máximo de medición máximo de 50.000 ppm (partes por millón), y hoy ha dado un resultado de 47.000, con lo que es complicado que sin un equipo de respiración autónoma una persona aguante respirando este aire. Es muy peligroso”, explicó a este periódico.

La exposición reiterada a concentraciones de CO2 entre los 30.000 ppm y los 50.000 ppm provoca dolores de cabeza y el ritmo respiratorio se acelera, y resulta letal en el caso de concentraciones del orden de las 150.000 ppm, explica el Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan).

El paisaje en La Bombilla no refleja la peligrosidad que se esconde en el aire. Bandadas de palomas sobrevuelan las casas vacías, situadas muy cerca del mar. Es un pequeño núcleo costero rodeado de una cornisa de lava antigua en el que reina un silencio sepulcral, solo roto por el batir de las olas en la playa desierta. Las plantas se marchitan en las macetas, una bicicleta parcialmente cubierta de ceniza sigue tirada junto al camino donde alguien la dejó hace meses. Con esa quietud “hay una falsa sensación de seguridad”, comenta el brigada, que explica que en los últimos siete meses no ha observado en sus mediciones ningún indicio de que las emanaciones estén disminuyendo.

“Bajamos hasta el barrio una vez a la semana y recorremos distintos puntos. Colocamos los aparatos en un callejón, en un garaje, en una ventana… Y seguimos teniendo datos muy altos”, añade. “Es muy peligroso estar aquí, porque no se ven, no se huelen, pero son mortales, solo podemos estar unos pocos minutos sin protección”, advierte.

A los lejos, algo más al sur, se elevan los edificios de Puerto Naos. Desde la distancia se aprecian sus calles vacías, su gran playa negra, todo rodeado de fincas de plataneras. En algunas trabajan ya los agricultores. Nadie más puede bajar a la costa.

La concejala de Seguridad del Ayuntamiento de Los Llanos, Lorena Hernández, explica que hay que pedir un permiso especial al Cabildo para ir y, si el motivo está justificado y es seguro, se autoriza, pero siempre con acompañamiento. Solo una patrulla de la Policía Local, en coordinación con científicos y la Guardia Civil, se desplaza periódicamente para vigilar la zona y, de paso, tomar también mediciones de gases. “De momento no nos consta que haya habido robos”, afirma.

La lava destruyó la carretera más cercana al mar, que ahora es una obra prioritaria para recuperar algo de normalidad en el Valle. Por eso las patrullas policiales, que antes del volcán tardarían unos 20 minutos en llegar a la playa desde Los Llanos, ahora deben dar la vuelta por el otro lado de la isla para hacer la inspección. Bajar, pese a la cercanía, supone más de una hora en coche atravesando las montañas.

“Se paralizó la vida”

Los 1.500 habitantes de Puerto Naos llevan ya ocho meses evacuados. La mayoría de ellos, cuenta Hernández, están en casas de amistades, segundas residencias y otros, en hoteles. El Ayuntamiento, detalla la concejala, ha celebrado varias reuniones con ellos para “informarles periódicamente de cuál es la situación”.

Sin embargo, Lali Villalba, que también es la representante de los comerciantes de Puerto Naos, se queja de la enorme “incertidumbre” que les afecta. Al comienzo de la erupción, recuerda, “todo era un caos, no nos enterábamos de nada. Pero luego tuvimos muchas reuniones con el proyecto Revivir el Valle, reuniones temáticas y poco a poco vamos entendiendo más”. “Quizás han hecho [Cabildo y Gobierno de Canarias] todo lo que han podido para ayudarnos, pero a nosotros siempre nos parecerá que se podía haber hecho más”, lamenta.

Felipe Ramos, concejal de Izquierda Unida en Los Llanos, opina que, respecto a la información dada a los vecinos, comerciantes y hosteleros, “ha faltado continuidad, ha sido escasa y a cuentagotas”. Recuerda que Puerto Naos era un lugar “lleno de vida” antes del volcán: en los meses de invierno, gracias a los turistas extranjeros (sobre todo alemanes) y en verano, por turistas de otras islas y habitantes del propio valle, muchos con segundas residencias allí, cerca del mar. Tras la erupción, “se ha perdido la vitalidad y ha quedado un paisaje desolador. Es una situación que genera mucho desasosiego”, lamenta.

Antes de quitar las toneladas de ceniza, el paisaje era mucho peor. Puerto Naos, “además de deshabitado, estaba sepultado” bajo una capa de polvo negro, “un escenario arrasado, contrario a la vida”, describe. El concejal reconoce que se ha hecho un gran esfuerzo por recuperar y mantener la limpieza en la localidad, pero el silencio en sus calles sigue siendo apabullante. “Se paralizó la vida, no se escucha nada, solo el ruido constante de las desaladoras”, instaladas para proveer de agua a las fincas cercanas. “Ese es otro problema”, añade, “porque muchas cosechas no se han salvado”.

El ánimo ente los comerciantes, empresarios y vecinos de la zona es dispar. “Algunos han reabierto sus negocios en otros sitios, tienen muchas ganas de trabajar y se arriesgan. Otros están esperando a ver qué pasa, y otros, al borde de la depresión, se echan a llorar cuando nos vemos por la calle”, narra Lali.

Su mayor queja son, de nuevo, las ayudas. Explica que algunas comenzaron a llegar en diciembre a través de la Cámara de Comercio, pero que no todos las recibieron. En su caso particular, en marzo volvieron a cobrarle la cuota de autónomos, y en abril, el 10% del ERTE. “Llevo desde septiembre fuera de mi casa y sin poder trabajar, sin poder abrir el bar, sobreviviendo con las donaciones y lo que me dio el Gobierno canario a través de la Cámara de Comercio… Pero son ya ocho meses”, lamenta. Y nadie sabe cuánto tiempo durará la evacuación.

“Atrapados en un limbo” burocrático

Felipe Ramos reconoce que la situación para los habitantes y comerciantes de Puerto Naos y La Bombilla es “grave”, porque no han perdido físicamente sus casas o locales, pero tampoco pueden regresar a ellos, lo que los coloca en una situación singular. “Hay una emergencia habitacional”, con unas 300 familias desplazadas de la zona costera, sumada a que son “muchos meses sin facturar nada” en los comercios, explica.

Lali Villalba no titubea a la hora de expresar qué es lo que más le preocupa: “Que se olviden de nosotros”, porque “somos pocos” (apenas un centenar de comercios) y “estamos atrapados, atrapados en un limbo en el que no podemos cerrar el negocio ni reabrirlo”. Y puede que siga así durante mucho tiempo.

Esta emanación de gases forma parte del proceso de desgasificación de la propia erupción y no se puede estimar un plazo para que finalice, desde semanas, a meses e incluso años. En este sentido, lo único que los científicos y autoridades pueden hacer es realizar un seguimiento de lo que ocurre en el Valle.

Cómo se miden los niveles de gas

Además de las mediciones manuales, se han instalado sendas redes instrumentales y no instrumentales en Puerto Naos y La Bombilla.

En esta última, hay cinco estaciones para medir el CO2 en exteriores: dos son de la Dirección General de Seguridad y Emergencias (DGSE) del Gobierno de Canarias, dos del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y una de Involcan.

La más reciente toma de datos (del martes 24 de mayo) indica que la cantidad de dióxido de carbono (CO2) por unidad de área (km2) que se emite en La Bombilla es unas 30 veces superior a la que se emite a través del todo el edificio volcánico de Cumbre Vieja, según Involcan.

En Puerto Naos hay siete estaciones: dos de la DGSE y cinco del Involcan y la Universidad de Azores (Portugal). Tres de ellas registran la cantidad de CO2 en el exterior mientras que las otras cuatro miden la cantidad en interiores.

Además, Involcan ha instalado recientemente en Puerto Naos 40 trampas alcalinas en interiores. Estas permiten conocer la cantidad de CO2 que pueden llegar a atrapar en un plazo de unos siete días. Los investigadores de Involcan han establecido que una calidad del aire en interior aceptable debiera registrar un valor inferior a los 120 miligramos diarios de CO2 recogidos en las trampas. Sin embargo, la mayor parte de Puerto Naos arroja valores superiores, con incluso 200 miligramos diarios.

“No se me decaigan. Es lo que les digo a todos”, comenta Lali con optimismo. “Tengo la esperanza de poder volver a mi casa, a mi sitio, con mis clientes, con mis atardeceres cada día diferentes”, añora. Óscar León comparte ese anhelo: “El turismo volverá, e incluso será el volcán quien lo atraiga”. Será entonces cuando la vida vuelva a Puerto Naos y La Bombilla, los únicos núcleos para quienes el volcán no se ha apagado.