“Si tuviera entre mis manos el poder, hoy mismo cerraría para siempre todos los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) del mundo”. Bouba llegó a las costas de Lanzarote el 31 de diciembre de 2014 desde Bamako, Malí. Vino solo, sin familia. Después de combatir la impiedad del mar, llegó a la isla sin aire y sin esperanzas de sobrevivir. “Me quedé quieto, solo estaba ahí esperando por la muerte”, recuerda. Bouba se aferró a la vida y a la esperanza de empezar de cero en Europa, pero las políticas migratorias de España truncaron sus expectativas. “Creí que estaba salvado, pero ocurrió todo lo contrario. No me imaginaba que me fueran a encerrar en una prisión”. Cuando una persona en situación administrativa irregular llega a España, primero se le abre un expediente sancionador. Después, ingresa en un centro de internamiento en el que vivirá durante un plazo máximo de 60 días hasta que las administraciones decidan su futuro.
Este 15 de junio, Canarias “celebra” el día por la lucha del cierre de estos espacios con 76 internos en Hoya Fría, Tenerife, según los datos que ha facilitado a este medio el Ministerio del Interior. Además, el centro de Barranco Seco sigue en reformas desde hace diez meses después de que el Ministerio del Interior reconociera que las instalaciones no se adaptaban a la legislación establecida para los centros de internamientos de extranjeros (CIE).
La reclusión de las personas migrantes en los CIE se vende como un método “preventivo y cautelar”. Sin embargo, el joven maliense recuerda sus meses en Barranco Seco, Gran Canaria, como un paso por la cárcel. El día a día de Bouba era siempre el mismo. Las noches eran frías, no solo por la hostilidad del ambiente, sino porque las ventanas “no cerraban bien”. Además, en un espacio reducido, había seis literas. Compartía habitación con doce personas que se encontraban en la misma situación, pero con historias totalmente distintas. Cuando pasaba la medianoche, salir del cuarto estaba prohibido. “Incluso si querías ir al baño después de las doce, tenías que hacer tus necesidades en una botella de plástico. Las puertas estaban cerradas con llave”, explica con recelo.
El desayuno era a las siete de la mañana. Después, los internos podían salir al patio durante una o dos horas. “Ni siquiera veíamos el sol, porque era muy temprano. Jugábamos al fútbol con pelotas que hacíamos con calcetines”, recuerda entre risas. Además, el tono de voz de Bouba se endulza cuando recuerda a uno de los policías de Barranco Seco. “Tenía un amigo. A mí me encanta el fútbol, entonces pasaba el tiempo hablando con el agente sobre los equipos españoles y él me ponía al día de los últimos partidos”, cuenta. Luego la misma rutina. Encerrados de nuevo. La hora del almuerzo era otra odisea. Comían tres veces al día y la sopa de sobre era el plato estrella de la dieta. “En África la comida es peor, pero en Europa a otras personas no les dan la comida que nos dan a las personas migrantes en los CIE”, reconoce Bouba.
60 días más tarde Bouba pudo salir y cayó en manos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Fue acogido en el Centro de Migraciones (CEMI) de Vecindario y comenzó el siguiente de sus retos: hacerse un hueco en la sociedad de Gran Canaria. Y lo ha conseguido. Durante dos años estuvo trabajando en un restaurante de Maspalomas y ahora es conserje del CEMI que le arropó siete meses al salir del CIE.
“Si Europa para de robarnos y nos deja en paz, le juro que no habrá ni un solo inmigrante subsahariano aquí. No venimos a robar nada a nadie, sino a buscarnos la vida que allí nos quitan”, sentencia Bouba. Esta es la respuesta que el joven maliense da a las reiteradas preguntas que muchas personas españolas le formulan sobre el “alto volumen de migraciones” que existe en la actualidad según los discursos apocalípticos que la derecha ha reproducido de forma incansable en los últimos meses.
Malí, su hogar, es el tercer país del mundo con más minas de oro y coltán, pero esta riqueza de recursos no revierte en la población. La antigua colonia de Francia no ha logrado escapar de su metrópoli. “Las autoridades francesas arman a los ejércitos para masacrar comunidades del norte del país y quedarse con su oro”, valora. El caos forzó su salida inmediata a Canarias, pero el trato administrativo que recibió no es el que esperaba. “No entiendo que pueda haber diferencias entre los seres humanos por ser negro, árabe o latino. Merecemos respeto, no que, por ser africanos, nos traten como si fuéramos tontos”.
Por su parte, la plataforma Canarias Libre de CIE se suma a la reivindicación de este 15J y ha elaborado un manifiesto que describe estos centros como la “piedra angular de la necro-política Europea”. Una política migratoria “deshumanizada, racista e hipócrita que extiende y perpetúa el orden colonial”. El documento insiste en que esta gestión respalda “las redadas racistas en nuestros barrios” y fomenta la expulsión de “nuestras vecinas en vergonzosos vuelos de deportación”. “Deportaciones capaces de demoler enteros proyectos de vida”, subraya. La plataforma también ha aprovechado para recordar a Jonathan Sizalima, Mohamed Abagui, Idrissa Diallo, Samba Martine, Aramis Manukyan y a Mohamed Bouderbala. Personas fallecidas en los CIE y “por cuya memoria” seguirán luchando.