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Vía libre

Segundos antes de que el tren comenzara su marcha la vi a través de la ventana. Estaba sentada en un banco del andén, cabizbaja, sosteniendo sobre sus rodillas una libreta en la que se apresuraba a escribir algo. Lentamente el tren avanzaba por la vía siete y apenas seis segundos después mi vagón ya estaba a la altura de su banco. Levantó la vista y me miró fijamente al tiempo que sonreía. 

Se levantó de un brinco y corrió hasta mi ventana. En mi cabeza todo sucedía a cámara lenta mientras ella se apuraba en arrancar y pegar al cristal la hoja de la libreta en la que escribía. Vi que era un número de teléfono que enseguida memoricé -para lo que quiero sí tengo memoria fotográfica-. Me di prisa en sacar el móvil y anotar aquellos nueve números mientras ella ya empezaba a frenar en su carrera levantando su mano izquierda y haciendo el gesto de llamada con la derecha. El tren ya había abandonado la estación. 

Me temblaba todo. No conocía a aquella muchacha de nada. Jamás la había visto y, sin embargo, pensé que aquello podría ser el principio de la mejor historia de mi vida. 

Los números seguían en la pantalla y rezaba por no haberme equivocado al anotarlos. Sólo debía pulsar el botón de llamada. Y así hice. 

Al primer tono respondió con un enérgico “¡Hola… has llamado!”. Yo contesté con un “Hola” mucho más tímido. Tras un silencio vacilante me disponía a preguntarle su nombre cuando ella se adelanta y con la misma energía de su hola inicial me dice: “¿Estás contento con tu compañía telefónica?”.

Mañana he quedado con ella en el mismo andén para firmar mi nuevo contrato con TrenTel… y, aunque no lo espere, le llevaré flores.