Miguel Calderín cumplió 80 años el pasado 15 de marzo. Cuando llegó a Ojos de Garza (Telde, Gran Canaria), no había nada: “en el 75 me vine y construí mi casa a ratitos, los amigos me ayudaban con las piedras”. Casi 40 años más tarde, asegura que “me gustaría morirme antes de que me saquen de aquí”. Es el deseo de quien no sabe qué pasará con el barrio que cada mañana le da los buenos días.
Cerca del mentidero donde Miguel y sus amigos conversan, al otro lado de un afluente consultorio médico, trabaja Ísica Ramírez. Para ella, “esto es el pueblo fantasma, llevan con lo del desahucio muchísimos años y no sabemos nada”. Siente que “somos como títeres, que si sí, que si no, nos tienen abandonados”. A su lado, una mujer de avanzada edad escucha, pero no opina.
Es la actitud general de cinco mil habitantes, cansados de esperar una respuesta que se retrasa ya más de una década. La vida continúa por las calles Asturias, Segovia o Valladolid, como si el sol primaveral desdibujara la sombra que el Aeropuerto de Gran Canaria proyecta sobre la localidad teldense.
Tanto es así que vecinos como Antonio Ortega han iniciado obras de mejora en sus viviendas y no piensan marcharse: “a mí no me ha llegado ningún papel, así que esperaré a que me digan que me tengo que ir y, entonces, me negaré”, afirma salpicado de argamasa.
Incluso, hay quien se atreve a emprender un negocio. Es el caso de Natalia Jiménez, reciente propietaria de una peluquería tras una pequeña inversión. Prefiere ser optimista y pensar que “me hago a la idea de que me compré un coche y me salió malo”, si llega el día de marcharse.
Aena planea ampliar el aeródromo, sin concretar cuándo, y para ello tendrán que abandonar sus hogares. Para esa difusa fecha, Margarita Alonso, presidenta de la Plataforma de Afectados por la Ampliación del Aeropuerto de Gando, quiere garantías: “se supone que nos echan en nombre del bien común, no sabemos cuándo, pero van a hacerlo; nosotros pedimos una garantía de futuro, salir de aquí con las llaves en la mano”. Según lo previsto, las nuevas viviendas se edificarían en los terrenos cercanos de Montaña de las Tabaibas.
Pero, si el próximo abril no se firmase el convenio que asegura la primera fase de la nueva urbanización, “salgo de la comisión y me voy directamente a la terminal del aeropuerto” para empezar una segunda huelga de hambre, asegura Alonso sin titubear. Tiene dos hijos y dos nietos, y conoce las posibles consecuencias, pero ha decidido que “merece la pena arriesgar la vida, luchar a muerte por esta causa”, ya que, “prefiero morir con las botas puestas”, sentencia.