Es lunes, 9:00 de la mañana. La jueza del Juzgado de Instrucción número 2 de Telde, Virginia Peña, llega a su despacho, donde le esperan cinco casos de violencia de género.
La tipología es amplia: acusaciones por agresiones en público y en el hogar, denunciantes que visitan a denunciados en prisión y con orden de alejamiento e incomunicación, acusaciones a todas luces injustificadas o crisis matrimoniales mal resueltas.
En la tercera planta del edificio, se aglomeran aquí y allá letrados y representados, cuyas caras serán familiares más tarde. Se escucha a alguien llorar.
Dentro de la sala de vistas, su señoría interroga a una presunta víctima, quien tiembla ligeramente. Acusa a su pareja de haberle dado un puñetazo en la cabeza. No hay denuncias previas.
Quiere retirar los cargos. La jueza la mira a los ojos, le explica sin tapujos qué puede pasarle si no sigue adelante y la anima a volver a denunciar si vive un episodio similar al que relata. “¿Está segura de su decisión?, ¿nadie la ha obligado a tomar esta decisión?”, pregunta la juez Peña. La respuesta que recibe es “no”.
Ella abandona la sala y entra él, esposado. Ha pasado los dos últimos días en los calabozos, acostado en el banco de cemento de un habitáculo gris. Siempre que hay lesiones y/o amenazas, el hombre es detenido por un máximo de 72 horas. Todo se considera delito, salvo insultos e injurias. Si hay menores de edad implicados, la pena se agrava.
El supuesto agresor niega los hechos. Dice que no es alcohólico y que ella también bebe. Queda libre y vuelve a casa, con su pareja, quien depende económicamente de él.
Los casos de mujeres que deciden dar marcha atrás suponen ya la mitad de las denuncias de este 2014 en el sureste de Gran Canaria. Las paredes de la sala se han acostumbrado a soportar frases del tipo “es una buena persona, solo tiene que dejar de beber” o “estoy enamorada de él”.
El incremento del desempleo, un bajo nivel cultural y, sobre todo, el consumo de alcohol y drogas, suelen estar presentes en los casos de violencia de género. Las zonas más señaladas son Jinámar y Las Remudas, en Telde, y el Cruce de Arinaga, en Agüimes.
En 2013, el Juzgado de Violencia de Género de Telde atendió 526 denuncias con 203 solicitudes de orden de protección. De ellas, se adoptaron 5 medidas de prisión provisional y 97 de protección, la mayoría con prohibición de acercamiento y comunicación. Se celebraron 144 juicios con 117 sentencias condenatorias.
La cifra supone un 10% del volumen de casos atendidos por este juzgado de instrucción, formado por 10 funcionarios, una secretaria judicial y una jueza; el 95% se tramita por vía urgente y queda resuelto el mismo día.
La información se desprende de un documento explicativo del propio juzgado, a raíz de las duras críticas de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, que tacharon de “mala praxis” las labores del organismo canario, basándonse en la interpretación de las estadísticas del año pasado.
El ritmo frenético que se respira en este juzgado contrasta con las dificultades que tienen que afrontar por la escasez de medios: asesoramiento psicológico en Las Palmas de Gran Canaria con lista de espera de tres a cuatro meses o la presencia de seis fiscales para todos los juzgados, mientras la capital goza de uno por partido jurídico.
Virginia Peña prefiere no ser protagonista mediática de los casos en los que trabaja. Su intención es garantizar la protección de las víctimas y transmitirles, a través del amparo de la Justicia, un mensaje de apoyo, valentía y determinación para salir de una situación que muchas de ellas asumen como normal.
El perfil de la no denunciante es el de una mujer que lleva años sufriendo en silencio el maltrato y que, incluso, intenta esconderlo a sus hijos. Ha interiorizado tanto la rutina de la agresión que le cuesta concebir una relación de pareja basada en el respeto mutuo.
Ignorantes a lo que ocurre en el interior del edificio, están los estudiantes del instituto aledaño; es la hora del recreo y muchos se reúnen alrededor de los juzgados, indiferentes. No obstante, los casos de violencia de género entre adolescentes han aumentado.
En la pausa del desayuno, la jueza pide zumo y un sándwich. Prefiere comer frente a la pantalla de su ordenador. Duerme con la conciencia tranquila, pero le frustra no poder actuar en ciertos casos, en especial cuando la víctima decide no continuar con el proceso y los indicios de malos tratos son evidentes.
Es imposible ser inmune a tantos testimonios escuchados durante los cuatro años que la juez Peña lleva al frente del Juzgado de Violencia de Género de Telde. “No te puedes deshumanizar en este trabajo; entonces, estás perdido”, asegura, confesando que “hay historias que te llegan al corazón y que realmente las vives y las sufres”. Mañana, será otro día.