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Escalera arriba

Román Delgado

Santa Cruz de Tenerife —

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Fue llegar a casa, encender la tele (a veces lo primero que se hace tras superar la ruidosa puerta) y verlos allí. “Mala suerte”, me reboté. Allí estaban los dos, bien peinados y arregladitos para la ocasión. El zaguán que ahora habitaban, no se sabe por qué maldita razón, siempre carece de luz natural, y también de la que mana de las bombillas, aunque esta vez eso no formó parte de la comidilla. Las cámaras y sus focos, las cámaras y sus flashes, se encargaban de alumbrar y de dejar registro de la belleza vertida en trajes, peinados, maletines, bolsos y calzados varios.

-Ya basta… -dijo una voz chillona que salió pitando del grupo-. Que digo que… Baaaasta… Ok -recalcó con pose de mala leche.

Entonces, las personas que entran en el genérico de los medios se recogieron como cortina a un lado. Los otros, la tanta belleza acumulada, caminaron escalera arriba, a por la farsa.

-Pero no te das cuenta de que me has metido en tremendo follón con esa maldita invitación al diálogo. Joder, ya pudiste haber avisado, que casi me pillas con esa gente de la tele de tu partido y… Ya sabes que no me gusta nada que me dejen con el culo al aire, y menos en territorio comanche. ¡Avisa!, joder. Toma el teléfono. Pa’ lo que quieras.

-Jodeerrr…, perdona. De verdad…, esta vez mi intención no era fastidiarte de lo lindo, que, si fuera por el que ahora está en Madrid, ¡no veas tú…! Pero no sabía cómo salir del escándalo bimbache y me hice la picha un lío. Perdona… Jodeerrr.

-Y si ahora piensan que lo que nosotros queremos es iniciar una relación. Qué le digo yo, nada más salir, al de tantas canas. Ya sabes, al soso ese. Eh… Joder, pero si es que puedo ser tu padre.

El móvil, mal ubicado en la mesa en que reposan cuatro pies, no para de vibrar, y lo peor, permite ver el nombre del que está dale que te pego…

-¿Pero es que no te va a dejar en paz ni un segundo? Así yo no puedo. Vamos, terminando. Ah, y te agradezco que hayas podido adelantar la cita a hoy, que, por si no lo sabes, mañana sale la EPA y ahí fuera hay un enjambre de medios. Lo primero que se aprende. Mañana me darás duro, ¡no!

-Entonces no negociamos…; no vemos nada.

-Claro que no. Qué pensabas. Ah, y dile al de Madrid que aquí mando yo. ¿Se entiende?

-Bueno, vale, y qué decimos ahí fuera.

-Será… Que creamos comisiones de estudio.

-… ¿Cuántas…?

-Pero si es que puedo ser tu padre.

*Texto publicado en el libro de cuentos llamado PolicromíaPolicromía

Fue llegar a casa, encender la tele (a veces lo primero que se hace tras superar la ruidosa puerta) y verlos allí. “Mala suerte”, me reboté. Allí estaban los dos, bien peinados y arregladitos para la ocasión. El zaguán que ahora habitaban, no se sabe por qué maldita razón, siempre carece de luz natural, y también de la que mana de las bombillas, aunque esta vez eso no formó parte de la comidilla. Las cámaras y sus focos, las cámaras y sus flashes, se encargaban de alumbrar y de dejar registro de la belleza vertida en trajes, peinados, maletines, bolsos y calzados varios.

-Ya basta… -dijo una voz chillona que salió pitando del grupo-. Que digo que… Baaaasta… Ok -recalcó con pose de mala leche.