Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Evidencia cero
Cuando entro en la oscuridad no quiero salir de ella porque la hago hogar el instante que dura. Voy arreglando las arrugas de los sofás y colocando las sillas como si esperara una visita importante hasta que pienso que debería comprar una estantería nueva o darle una mano de pintura a la pared de la cocina.
Pero todo indica que vivo de alquiler rodeada de paredes negras con gritos encerrados en las habitaciones y restos de amor en los baños; una vez habité enfrente de un edificio en obras y años después me colé con algún estúpido pretexto; mi único objetivo, contemplar mi pasado de frente y decirle que me equivoqué. Que las temporadas sin frío son igual que un verano muy al norte, pero que yo me deshielo como lo hace la tierra y que mi futuro se encuentra a un paso de convertirse en la repetición de una mentira grabada en casete.
El tiempo ha hecho que solo escuche las pisadas de un huracán que cierra las puertas que llevan nombre de mujer. Todas las del pueblo nos unimos detrás de cada cerrojo y lo abrimos con la fuerza de ese viento multiplicada por mil. Le decimos en silencio pero bien alto que no nos acojonan sus conquistas de poca monta y que para luchar es necesario mucho más que la certeza ilusa de la debilidad ajena.
Cuando entro en la oscuridad, la razón se fuga y baila con desconocidos toda la madrugada hasta despertarse en un cuerpo que no es el suyo y acomodarse el recelo.
La evidencia de un porvenir seguro pone en riesgo todo lo que soy; esté donde esté grabado. Las certezas del futuro son en realidad cadenas a un presente que se tiñe de hombres grises cada vez que se asoma al patíbulo. Un día más con vida es un alivio a medias cuando la mediocridad se pasea a sus anchas por toda vida conocida con un megáfono en las manos.
“No digas que no te lo advertí”, me gritaría al oído con cada atisbo de renuncia; e insistiría: “Los vértigos solo se curan con vacío infinito”.
Cuando entro en la oscuridad no quiero salir de ella porque la hago hogar el instante que dura. Voy arreglando las arrugas de los sofás y colocando las sillas como si esperara una visita importante hasta que pienso que debería comprar una estantería nueva o darle una mano de pintura a la pared de la cocina.
Pero todo indica que vivo de alquiler rodeada de paredes negras con gritos encerrados en las habitaciones y restos de amor en los baños; una vez habité enfrente de un edificio en obras y años después me colé con algún estúpido pretexto; mi único objetivo, contemplar mi pasado de frente y decirle que me equivoqué. Que las temporadas sin frío son igual que un verano muy al norte, pero que yo me deshielo como lo hace la tierra y que mi futuro se encuentra a un paso de convertirse en la repetición de una mentira grabada en casete.