El fantasma del “silbo gomero”

Sobrino, nieto y bisnieto de silbadores herreños —

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El pasado jueves 27 de agosto, la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias decidía volver a paralizar la Declaración de BIC del silbo herreño. Han pasado más de dos años desde que, el 21 de mayo de 2018, los herreños, a través de su máximo órgano de representación, pidieron que se reconociera y protegiera esta manifestación cultural inmaterial en peligro de extinción, que ya acumula más de 125 años de historia.

El músico, maestro silbador y político Rogelio Botanz Parra, principal artífice de la campaña de desprestigio hacia la Declaración de BIC del silbo herreño, no pudo desaprovechar la ocasión que le brindaba ese aciago día para hacer leña del árbol caído. En efecto, en la tarde del jueves 27 de agosto, el artista vasco publicitó en Instagram una entrevista de dos horas en la que, sin éxito, trató de que el catedrático Marcial Morera Pérez le diera la extremaunción al silbo herreño. Nuevamente, tal y como ocurrió en la Ponencia Técnica de Patrimonio Arqueológico, Etnográfico y Paleontológico celebrada el 19 de marzo de 2019, el mundo académico daba la espalda a la sórdida pretensión gremialista de dejar morir a nuestro silbo.

En el transcurso de la entrevista, el profesor Morera, corresponsable académico de la Cátedra Cultural de Silbo Gomero de la Universidad de La Laguna que financia el Cabildo de La Gomera, señaló que la Declaración de BIC del silbo herreño planteaba tres problemas que tienen que ver con aspectos lingüísticos, históricos, sociológicos y antropológicos. A saber, el nombre, la distribución y la identidad del silbo herreño. La finalidad de este artículo no es otra que la de analizar y discutir los argumentos del citado catedrático, ciñéndome a cuestiones estrictamente científicas.

El primer problema se refiere al nombre silbo herreño. Para el profesor Morera, solo existe una forma de llamar a los silbos articulados de Canarias: silbo gomero. Cualquier otra designación, como pueden ser las insulares silbo herreño, silbo tinerfeño y silbo grancanario, la regional silbo canario, o la (supra)nacional español silbado, la considera «de paletos», por tener su origen, según él, en los cervantinos «pleitos del rebuzno».

En efecto, el reconocido especialista en morfosintaxis y semántica del español considera que, en el sintagma silbo gomero, el adjetivo ha perdido su designación gentilicia ‘de La Gomera’ para pasar a significar ‘articulado’, oponiéndose así al sustantivo simple silbo, que se entendería como ‘silbo convencional’. En este sentido, aclara que de La Gomera y gomero no significan lo mismo por ser, respectivamente, de La Gomera un sustantivo [sic] y gomero un adjetivo.

Finalmente, aduce que este significado está totalmente consolidado en la sociedad canaria actual, especialmente desde la Declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por lo que entender silbo gomero como ‘lenguaje silbado de La Gomera’ constituye la ruptura de un consenso sociolingüístico muy amplio. En cuanto a una posible designación universal como español silbado en Canarias, el reconocido especialista en lenguajes silbados considera que «el silbo gomero no tiene nada que ver con el español» porque «su sistema no es subsidiario de ninguna lengua».

A estos argumentos, que podríamos calificar de sociolingüísticos, se añaden otros de índole puramente sociológica que apelan a la misericordia como expediente para aceptar la designación silbo gomero. Es decir que, como los gomeros y sus agentes intelectuales y académicos son los que mejor han salvaguardado el silbo, todos los canarios debemos aceptar silbo gomero como única designación de cualquier lenguaje silbado de las Islas. Y, en definitiva, el uso de silbo herreño supondría cambiar el nombre a una manifestación cultural que, según el profesor Marcial, es idéntica en El Hierro y en La Gomera, razón por la cual constituiría «un fraude» para cualquier investigador extranjero que viniera a estudiarla.

El segundo problema, se refiere al origen de los lenguajes silbados de Canarias. Para el profesor Marcial, no es disparatado suponer que el silbo que practican los herreños provenga de La Gomera, ya que ambas islas pertenecían al mismo señor: el Conde de La Gomera. Sin embargo, acepta que no está documentado que así sea.

El tercer y último problema atañe a la identidad del silbo herreño. Según el profesor Morera, esta manifestación cultural «carece de identidad propia», ya que posee el mismo sistema fonológico que el gomero. Cualquier diferencia entre ambos silbos resulta accidental, no esencial, por lo que no es pertinente asignarle una identidad diferente al silbo herreño.

Una vez expuestos someramente los argumentos del profesor Morera, pasaré a rebatirlos en el mismo orden, aportando, una vez más, nuevos datos para el estudio del silbo gomero, que estoy seguro de que sabrá volver a aprovechar en futuras entrevistas y trabajos.

En primer lugar, no es necesario insistir en que, para la abrumadora mayoría de los canarios, la expresión silbo gomero no constituye un sintagma terminológico como ensaladilla rusa, razón por la cual su significado es composicional y designa inequívocamente al ‘lenguaje silbado de La Gomera’.

Tampoco los canarios entenderían galleta gomera, bollo gomero, queso gomero o almogrote gomero como ‘galleta de manteca’, ‘bollo de leche’, ‘queso de cabra’ o ‘especie de paté de queso duro rallado y revuelto con aceite, ajos, pimentón y pimienta picona’, por oposición a otras galletas, otros tipos de bollo o de quesos y otros patés de queso (como el mojoqueso herreño), sino indudablemente como ‘galleta típica de La Gomera’, ‘bollo típico de La Gomera’, ‘queso típico de La Gomera’ y ‘almogrote de La Gomera’. Aquí parecería que el profesor Morera confunde el significado léxico, propio del saber natural, con el significado especializado, propio del saber científico, cosa difícil de creer en un discípulo del profesor Trujillo, cuyo artículo «El lenguaje de la técnica» ha sido profusamente citado.

Por otra parte, en lo que respecta al estatuto categorial del sintagma de La Gomera, también parece obvio que no corresponde a un sustantivo, tal y como aduce el catedrático. En efecto, se trata de un sintagma preposicional cuya función es la de completar el significado del sustantivo silbo, al que complementa. Es decir, que el sintagma preposicional de La Gomera especifica al sustantivo silbo de manera funcionalmente equivalente a como lo hace gomero, razón por la cual son intercambiables.

En definitiva, la propuesta de cambio de estatuto gramatical y de significado de la expresión silbo gomero planteada por el profesor Morera constituye en sí lo que la sociolingüística llama un cambio desde arriba: una innovación léxica que las élites socioculturales proponen a otros grupos de menor prestigio. Serán, por tanto, los futuros hablantes canarios los que decidirán si silbo gomero evoluciona a un sintagma terminológico como llave inglesa, tortilla francesa o ensaladilla rusa, o si sigue designando, como ahora, al silbo articulado que se practica en la isla de La Gomera.

Por otra parte, es incuestionable que, en el español de Canarias, la expresión silbo gomero aparece por primera vez en un contexto social muy particular: los contactos surgidos entre los campesinos gomeros y las élites tinerfeñas a finales del s. XIX y principios del s. XX. Esta interacción supuso que el silbo se trasladara desde el contexto rural gomero a los nuevos espacios de socialización de la burguesía tinerfeña, dando comienzo así su proceso de folklorización.

En efecto, no es extraño que fuese un intelectual tinerfeño como Juan de Bethencourt Alfonso quien lo diera a conocer el 8 de noviembre de 1881, en el número 71 de la Revista de Canarias. Ni tampoco puede resultar extraño que el sintagma silbo gomero aparezca por primera vez, que sepamos, en el poema «¡Noche trágica!» del poeta santacrucero Diego Crosa y Costa (Crosita), publicado en el Diario de Tenerife el 21 de enero de 1911. Ni que su segunda aparición, que sepamos, corresponda al artículo «El silbo gomero», del escritor grancanario Francisco González Díaz, publicado en el periódico santacrucero La Prensa el 26 de febrero de 1917.

Poco después, la burguesía gomera, fuertemente influida por su homóloga tinerfeña, legitimó el silbo gomero como diacrítico étnico insular, dado el creciente interés que iba adquiriendo este rasgo cultural entre los círculos intelectuales tinerfeños, franceses y alemanes. El inicio de este proceso puede observarse, por ejemplo, en órganos de expresión de la burguesía estudiantil gomera residente en Tenerife, como el periódico La voz de Junonia, en el que, un 2 de febrero de 1923, el todavía joven pintor gomero José Aguiar reclamaba la inclusión del silbo en las fiestas de su isla.

Y fue este cambio de contexto social, cultural y geográfico lo que motivó que el silbo (expresión que el maestro regeneracionista cordobés Celedonio Villa Tejederas escucha en la villa de Agulo en 1893 y usa para referirse a esta manifestación lingüística en su artículo «El silbo en La Gomera», publicado el 15 de junio de ese año en El liberal de Tenerife) comenzara a aparecer unido al necesario gentilicio gomero, dando lugar al término exónimo silbo gomero.

Así, la recién nacida variedad recreativa silbo gomero pasó a desempeñar una función para la que su predecesora, el silbo a secas, no fue concebida: la comunicación a corta distancia inherente a las exhibiciones y festivales folklóricos. No resulta extraño, pues, que, entre el 28 de abril de 1935 y el 28 de junio de 1936, se celebraran varias exhibiciones de silbo gomero en la Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife. Ni tampoco que el periódico Falange exaltara la presencia del silbo gomero en la celebración del Día de la Hispanidad en Gran Canaria, el 13 de octubre de 1956. Menos aún, si tenemos en cuenta que José Aguiar pertenecía a este partido desde 1934 y que el silbo gomero fue, junto a la lucha y a otros diacríticos étnicos canarios convenientemente instrumentalizados, parte del programa franquista de exaltación de la cultura popular.

Con todo ello, una vez más queda demostrada la tesis del célebre antropólogo noruego Fredrik Barth de que los diacríticos étnicos surgen debido al contacto cultural, no a causa del aislamiento, tal y como suelen plantear los enfoques esencialistas, en que parecen encuadrarse los del músico Botanz y el profesor Morera.

Por otra parte, cuando el catedrático afirma que el silbo no puede llamarse español silbado porque su sistema fonológico no tiene nada que ver con el español ni es subsidiario de ninguna lengua, cae en el error de reducir el sistema lingüístico al sistema fonológico. En este sentido, cabe recordar que dos lenguas pueden tener un sistema fónico muy parecido y ser completamente distintas: ello sucede, por ejemplo, con el español y el griego moderno, cuyas fonéticas son tan parecidas que muchas veces a españoles que escuchan hablar griego de lejos les da la impresión de estar oyendo español.

En efecto, una de las propiedades exclusivas de las lenguas humanas es la doble articulación, y es precisamente esta propiedad la que distingue los silbos convencionales de los silbos articulados: de ahí este adjetivo. Es decir que, aunque gomeros y turcos compartieran el mismo inventario de fonemas silbados, lo cual no es imposible, lo que nunca van a silbar es la misma lengua, ya que unos y otros llevan a cabo distintas combinaciones fónicas para recrear silbando los morfemas y lexemas de sus respectivas lenguas.

Y estos morfemas y lexemas (unidades lingüísticas mayores) se diferencian de las menores (los fonemas) por poseer significado, razón por la cual pasan a ser signos lingüísticos y permiten la comunicación semiótica, de manera que solo una persona que sepa turco será capaz de entender el silbo turco; y lo mismo sucede con el español silbado. De hecho, para poner un ejemplo más cercano de otra lengua aglutinante como el turco, pero que tiene mucho que ver con la historia del español y que fácilmente podría ser sometido a la prueba de falsación por el propio Botanz, resulta que también son bastante parecidas la fonética vasca y la española, pero estamos seguros de que a los silbadores gomeros les resultaría extrañísimo y, por supuesto, totalmente incomprensible el vasco silbado.

Por lo tanto, este nuevo argumento del profesor Morera es una explicación ad hoc, ya que el término silbo gomero, tal y como él lo entiende, carece de potencia explicativa: solo nos informa acerca de una ínfima e insignificante parte del sistema lingüístico que, paradójicamente, no permite la comunicación semiótica per se. En cambio, español silbado hace referencia a su totalidad y da cuenta del carácter sustitutivo inherente a todos los lenguajes del mundo expresados mediante el silbo articulado.

Por otra parte, la postura esencialista y estratégica del profesor Morera y del artista Botanz les impide incidir con la debida profundidad en que el silbo, como el habla, está sometido a variación diacrónica (temporal), diatópica (geográfica), diastrática (social) y diafásica (contextual) por su uso dentro de grupos humanos concretos. Es verdad que, en un libro publicado en 2018, Silbo gomero o arte de hablar silbando (realidades y fantasías), el profesor Morera se preocupa de situar el silbo en su ámbito más natural y tradicional, que es el de los pastores gomeros: muy alejado de su exhibición para asombro y maravilla de foráneos que desconocían su existencia.

En cambio, el músico Botanz es reacio a reconocer la existencia de, al menos, estas dos variedades de silbo en Canarias: el silbo tradicional y el silbo recreativo. Es innegable que los diferentes usos contextuales del silbo (lo que el profesor Morera llama en el libro citado «aspectos circunstanciales o externos del silbo gomero») han tenido consecuencias sobre su sistema fonológico, dando lugar, al menos, a dos variedades diafásicas a lo largo de su historia: silbo (distancias largas / finalidad práctica / dos vocales) y silfateo (distancias cortas / finalidad recreativa y didáctica / cuatro vocales). Además, tales variedades, que comenzaron siendo diafásicas, han pasado a ser históricas y geográficas.

En efecto, es innegable que el silfateo es innovador con respecto al silbo, ciñéndose su uso a La Gomera y a los centros educativos canarios en los que se imparte como asignatura optativa. Y, por otro lado, el silbo tradicional, que «ya apenas se escucha[ba] por los barrancos de La Gomera» en 2008 (según su propia Declaración de BIC), se encuentra vivo en El Hierro y latente en Gran Canaria y Tenerife.

Pero la variación no termina aquí: el maestro silbador gomero don Luis Morales Méndez lleva reclamando durante más de tres décadas otra forma de silbar, a la que ha denominado silbo con todas las letras. Se trata de una variedad diastrática virtuosa de silbo gomero, cuyo funcionamiento se describe muy someramente en el artículo «El silbo con todas las letras», aparecido en el periódico Canarias 7 el 18 de junio de 2017. Así pues, el término silbo gomero, tal y como lo entienden el profesor Morera y el artista Botanz, no solo resulta inadecuado explicativamente, sino insuficiente para dar cuenta de la riqueza y vitalidad del silbo en Canarias.

el silbo fue un fenómeno pan-canario, tal y como se deduce de lo que escribió el profesor Morera en 2007

El segundo problema que plantea el profesor Morera, relativo a la distribución del silbo en Canarias, constituye en sí una teoría difusionista del silbo gomero.

En este punto, el reconocido especialista en el español de Canarias parece haber cambiado hoy de parecer, ya que, en un artículo suyo, publicado en 2007 y titulado «Unidad y variedad del español de Canarias», afirmaba: «el actual silbo gomero no sería otra cosa que la conservación de una práctica comunicativa que tuvo en el pasado mucha mayor extensión que hoy en el ámbito territorial isleño». Y, en efecto, el profesor Morera no se equivocaba entonces, pues contamos con referencias de silbos articulados no solo para El Hierro, Tenerife y Gran Canaria, sino también para La Palma y hasta para los islotes orientales.

En primer lugar, en el ejemplar del periódico francés Les Annales Coloniales del 5 de junio de 1934 se recoge la siguiente noticia: «en ciertas islas como La Palma, las comunicaciones son tan difíciles que los habitantes de una montaña corresponden a los de la otra por medio de un lenguaje silbado». Y, por último, en el número 35 de la Revue Hebdomadaire, aparecida el 2 de agosto de 1902, se recoge el siguiente testimonio: «los habitantes de las islas de La Graciosa, Alegranza, Lobos y La Gomera, en el archipiélago canario, se sirven de silbos que reemplazan las palabras. Cuando dos indígenas se separan tan solo uno o dos kilómetros, pueden mantener una conversación fácilmente. Ellos se llevan las manos a la boca y, una vez dispuestos los dedos de ciertas maneras, modulan sonidos. Cada sonido representa una sílaba, y el vocabulario es lo suficientemente variado como para que se pueda mantener una conversación sobre cualquier tema corriente». Ambos documentos constituyen una prueba fehaciente de que el silbo fue un fenómeno pan-canario, tal y como se deduce de lo que escribió el profesor Morera en 2007.

Por último, cabe mencionar que, según señaló el filólogo y erudito Jens Lüdtke en su trabajo Los orígenes de la lengua española en América: los primeros cambios en las Islas Canarias, las Antillas y Castilla del Oro (2014), los gomeros que describe Le Canarien hablaban, no silbaban, de manera que las únicas referencias tempranas a un silbo, aun siendo muy dudoso el que se refieran al silbo articulado, son las relativas a la isla de Tenerife.

En efecto, el verbo siffler (del que procede el español chiflar) existe en francés desde el año 1170, según el diccionario etimológico del CNRTL, por lo que este debió de formar parte del vocabulario de los normandos que arribaron a la isla. Así pues, no existen hasta hoy pruebas documentales de que los aborígenes gomeros utilizaran el silbo articulado. Incluso, en las obras literarias, hay que esperar al siglo XX para encontrar alusiones al silbo articulado en La Gomera, tal como nos muestran, por ejemplo, La baja del secreto. Leyenda (1900), de Benito Pérez Armas; o Iballa (1960), de Juan del Río Ayala. No obstante, en la gran mayoría de los casos, aparecen los sustantivos silbidos y silbos sin adjetivos, siendo que las pocas veces que se califica silbo en Río Ayala, se hace mediante el adjetivo modulado, no apareciendo nunca el sintagma silbo gomero.

Pero, la cuestión no termina aquí: el extenso «Triunfo gomero diverso», del sacerdote Vasco Díaz de Fregenal, quien vivió trece meses en La Gomera a partir de 1520, no hace referencia alguna a una manifestación cultural como el lenguaje silbado, que, sin duda, sería tremendamente llamativa para una mente renacentista. Este hecho no sería relevante si no se tratara de un poema minuciosamente descriptivo de los paisajes de la isla colombina, su toponimia y sus costumbres. Así pues, resulta muy dudoso que el silbo gomero sea real y exclusivamente gomero desde el punto de vista histórico.

Y, por si fuera poco, existen al menos tres hitos en la historia de La Gomera que añaden más dificultades a la reciente hipótesis del profesor Morera, a saber: el descenso demográfico padecido en La Gomera a partir de 1488, tras el etnocidio llevado a cabo por Pedro de Vera a petición de Beatriz de Bobadilla, viuda de Hernán Peraza; la inmediata implantación por parte del conquistador jerezano y de Alonso Fernández de Lugo de seis ingenios azucareros en Hermigua, Vallehermoso, Valle Gran Rey y Alojera, con la necesaria importación masiva de mano de obra; y, finalmente, la fundación de Agulo por 18 familias tinerfeñas procedentes en su mayoría de la comarca de Daute (Tenerife), el 27 de septiembre de 1607.

En definitiva, no parece que La Gomera estuviera en condiciones de exportar colonos a otras islas, al menos en los siglos XV al XVII. Por si fuera poco, la toponimia nos brinda una prueba inequívoca de la presencia de herreños en las lomadas del suroeste de La Gomera y en la comarca de Agulo: nos referimos a la docena de topónimos que contienen la voz muy probablemente herreña juaclo y sus variantes. En definitiva, con estas pruebas se podría plantear la hipótesis de que el silbo gomero proviene de Tenerife o de El Hierro, pero ello sería tan descabellado como plantear un origen insular concreto para el habla canaria, con la que el silbo va de la mano.

En tercer y último lugar, abordemos la cuestión de la «identidad del silbo herreño».

El profesor Morera restringe la identidad de los lenguajes silbados a su sistema fonológico: la parte más superficial y, por tanto, menos identitaria de cualquier lengua. En efecto, los sistemas fonológicos de las lenguas son entes virtuales, abstractos e invariables. Surgen de un análisis lingüístico del habla: su realización real, concreta y variable.

Por si fuera poco, el sistema fonológico es incapaz por sí solo de producir signos, por lo que no puede transmitir cultura ni, consecuentemente, identidad. En lo que respecta al silbo herreño, es cierto que su sistema fonológico no permite distinguirlo del silbo gomero. Pero igualmente cierto es que tampoco permitiría distinguirlo de cualquier otro silbo de una lengua no tonal, ya que las combinaciones fónicas, que serían las únicas realmente distintivas, parecen quedar reducidas (por las limitaciones inherentes al silbo) a sílabas abiertas, con lo que todas ellas parecerían compartir un mismo (y rudimentario) sistema fonológico. En definitiva, siguiendo literalmente el planteamiento ad hoc del profesor Morera, el silbo gomero carecería también de identidad propia.

En este sentido, parece indiscutible que la identidad de los silbos articulados, como la de las lenguas, proviene de su uso en grupos humanos, esto es, en un contexto social. Y también es evidente que donde hay lengua, hay variación, y donde hay silbo, también. Esta variación solamente puede manifestarse y se manifiesta en el habla y en los silbidos que la sustituyen a través de rasgos necesariamente accidentales. Son precisamente estos los que nos permiten diferenciar a un hablante mexicano de otro vallisoletano, a un hombre de una mujer, a una persona culta de otra analfabeta, así como sucede también que no hablamos igual cuando pronunciamos una conferencia o cuando estamos de charla en el ámbito familiar.

Los rasgos accidentales son, también, los que posibilitan establecer un habla canaria, un habla gomera y un habla herreña dentro de la misma lengua española. Y, al ser los silbos lenguajes sustitutivos del habla, estos mismos rasgos también nos permiten hablar de un silbo canario (en oposición a otras variedades del español silbado, como el de los mazatecos bilingües), de un silbo gomero (en oposición al silbo grancanario o tinerfeño, por ejemplo) y, finalmente, de un silbo herreño, todos ellos pertenecientes a la variedad canaria del español silbado. Este español silbado no se corresponde con un sistema fonológico particular, sino, y sobre todo, con una serie de combinaciones de fonemas capaces de transmitir signos lingüísticos, permitiendo la comunicación semiótica, la transmisión cultural y los procesos identitarios. Así pues, la explicación del profesor Morera, nuevamente, es ad hoc y solo pretende justificar el statu quo en que se encuentra la Declaración de BIC del silbo herreño.

Finalmente, cabe mencionar una serie de cuestiones de índole sociopolítica. En primer lugar, es discutible que la Declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO de 2009 constituyera en sí el reflejo de un consenso social muy amplio. En efecto, el documento «Apoyo institucional a la inscripción del silbo gomero en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO», emitido por el Cabildo de El Hierro el 2 de junio de 2008, contenía una mención expresa al notorio estado de vitalidad del silbo herreño.

No obstante, en el apartado 1.d del expediente de candidatura llamado «Lenguaje silbado de la isla de La Gomera» (confróntese con el significado de silbo gomero planteado por el profesor Morera), presentado el 30 de septiembre de 2009 ante la UNESCO, se mintió acerca del grado de vitalidad del silbo herreño, arguyendo: «Hay pruebas sobre la existencia de un lenguaje silbado en otras islas del archipiélago canario, particularmente en El Hierro, donde su práctica se documentó hasta la década de 1930. Sin embargo, no ha sido posible establecer si lo usaron los nativos de esa isla o si fueron nativos de La Gomera que se establecieron en El Hierro.

Sea como sea, La Gomera es el lugar en el que este lenguaje silbado permanece vivo y activo». Estas afirmaciones son claramente falsas, ya que existen diversas publicaciones científicas posteriores a 1930 que demuestran lo contrario, incluidas las grabaciones audiovisuales de Manuel J. Lorenzo Perera, Maximiano Trapero Trapero, David Díaz Reyes y la Asociación para la Investigación y Conservación del Silbo Herreño. Este modo de proceder, que evidencia el afán monopolizador por parte de la oligarquía de una isla de lo que ha sido una tradición de ámbito archipelágico, constituye, parafraseando al profesor Morera, «un fraude», no solo para cualquier investigador extranjero de los lenguajes silbados, sino también para toda la humanidad.

En segundo lugar, tampoco es cierta la afirmación del profesor Morera de que La Gomera es «la única isla donde el silbo se salvó». De hecho, incluso es discutible que sea La Gomera la isla donde mejor se conservara esta tradición antes de su institucionalización: en el I Congreso Internacional de Lenguajes Silbados, celebrado en La Gomera, se llevó a cabo un censo de silbadores gomeros en el que tan solo figuraban catorce personas, según se recoge en el ejemplar de El Periódico de las Medianías correspondiente a julio-agosto de 2003. Actualmente, el censo de silbadores herreños supera las setenta personas, sin que se haya llevado a cabo ningún proceso de planificación lingüística al respecto.

Y, por último, también es falaz la afirmación de que el silbo herreño no goza de reconocimiento social ni institucional ni académico. En primer lugar, el Cabildo de El Hierro, máximo órgano de representación de los herreños, solicitó al Gobierno de Canarias la Declaración de BIC de esta manifestación cultural. Seguidamente, la Ponencia Técnica de Patrimonio Arqueológico, Etnográfico y Paleontológico del Gobierno de Canarias, órgano representativo del sector académico canario, aprobó por unanimidad su expediente. En tercer lugar, la Ley 11/2019 de Patrimonio Cultural de Canarias, en el artículo 106 del Capítulo V, reconoce «otras manifestaciones del lenguaje silbado» aparte del existente en La Gomera, siendo esta ley un consenso del Parlamento de Canarias: el máximo órgano de representación de los canarios. Y, finalmente, el que la UNESCO no haya reconocido el silbo herreño se debió a la prevaricación de los que redactaron el expediente de su candidatura.

Todo lo expuesto pone en evidencia, una vez más, que el silbo gomero se aparece como un fantasma ubicuo, sempiterno e inmaculado siempre que alguien tiene algo que decir sobre el silbo en otra de nuestras Islas.

Por ello, está fuera de toda duda la necesidad de proteger el silbo herreño: una manifestación cultural que ni el profesor Morera ni el artista Botanz han estudiado ni parecen dispuestos a estudiar, dado el agresivo afán monopolizador del Cabildo de La Gomera. De momento, el esfuerzo de los agentes académicos e intelectuales del silbo gomero se ha encaminado a la legitimación de este monopolio, poniendo en entredicho la existencia, la identidad y la legitimidad de cualquier otro silbo de las Islas, e incluso de cualquier variante que no sea la estandarizada.

Esta actitud, evidentemente, ha tenido implicaciones en el campo académico: la investigación de los lenguajes silbados está totalmente monopolizada por los beneficiarios del patronazgo capitular gomero, hecho que dificulta hasta imposibilitar cualquier actividad de un investigador que posea un enfoque alternativo. Por estos motivos, en el ámbito archipelágico se hace urgente el reconocimiento de esta manifestación cultural inmaterial en peligro de extinción. La nueva Ley de Patrimonio ha sido un primer paso para el reconocimiento de la situación real de los silbos canarios, pero a la vista está que resulta insuficiente. Quizá sea la UNESCO la que tenga que pronunciarse, una vez examinada toda la documentación que se le ha ocultado sobre el silbo canario.